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Catecismo de la Iglesia Católica

Explicado en forma didáctica por el Monseñor José Ignacio Munilla, en un programa radial transmitido desde el año 2005 al 2012.
Gentileza de Radio María España.

Índice Temático

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Catecismo de la Iglesia Católica


Índice Temático



  • Introducción al Catecismo
  • 1. La vida del hombre: conocer y amar a Dios I
  • 2-3. La vida del hombre: conocer y amar a Dios II
  • 4-5. Transmitir la fe: la catequesis I
  • 6-7. Transmitir la fe: la catequesis II
  • 8-9. Transmitir la fe: la catequesis III
  • 10-12. Fin y destinatarios de este catecismo
  • 13-15. La estructura del ‘Catecismo de la Iglesia Católica’ I
  • 16-17. La estructura del ‘Catecismo de la Iglesia Católica’ II
  • 18-25. Indicaciones prácticas para el uso de este catecismo. Las necesarias adaptaciones
  • 26-27. Introducción. El deseo de Dios I
  • 28. El deseo de Dios II
  • 29. El deseo de Dios III
  • 30. El deseo de Dios IV
  • 31-32. Las vías de acceso al conocimiento de Dios I
  • 32. Las vías de acceso al conocimiento de Dios II
  • 32-33. Las vías de acceso al conocimiento de Dios III
  • 34-35. Las vías de acceso al conocimiento de Dios IV
  • 36-38. El conocimiento de Dios según la Iglesia
  • 39-43. ¿Cómo hablar de Dios?
  • 50. Dios al encuentro del hombre
  • 51-53. Dios revela su designio amoroso
  • 54-58. Las etapas de la revelación. La alianza con Noé
  • 59-61. Las etapas de la revelación. Dios elige a Abraham
  • 62-64. Las etapas de la revelación. Dios forma a su pueblo Israel
  • 65-67. Cristo Jesús, ‘Mediador y plenitud de toda la revelación’. Dios ha dicho todo en su Verbo
  • 74-76. La tradición apostólica. La predicación apostólica
  • 77-79. La tradición apostólica…continuada en la sucesión apostólica
  • 80-83. La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura
  • 84-87. La interpretación del depósito de la fe. El magisterio de la Iglesia
  • 88-90. La interpretación del depósito de la fe. Los dogmas de la fe
  • 91-93. La interpretación del depósito de la fe. El sentido sobrenatural de la fe
  • 94-95. La interpretación del depósito de la fe. El crecimiento en la inteligencia de la fe
  • 101-104. Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura
  • 105-108. Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura
  • 109-110. El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura I
  • 111-114. El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura II
  • 115-119. El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura. El sentido de la Escritura
  • 120-123. El canon de las Escrituras. El Antiguo Testamento
  • 124-126. El canon de las Escrituras. El Nuevo Testamento I
  • 127. El canon de las Escrituras. El Nuevo Testamento II
  • 128-129. El canon de las Escrituras. La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento I
  • 130. El canon de las Escrituras. La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento II
  • 131-133. La sagrada Escritura en la vida de la Iglesia
  • 142-143. La respuesta del hombre a Dios
  • 144-147. La obediencia de la fe. Abraham, ‘Padre de todos los creyentes’
  • 148-149. La obediencia de la fe. María: ‘Dichosa la que ha creído’
  • 150-152. ‘Yo sé en quién tengo puesta mi fe’
  • 153-155. Las características de la fe. La fe es una gracia y un acto humano
  • 156. Las características de la fe. La fe y la inteligencia I
  • 157-158. Las características de la fe. La fe y la inteligencia II
  • 159. Las características de la fe. La fe y la inteligencia. Fe y ciencia
  • 160-162. Las características de la fe. La libertad de la fe. La necesidad de la fe. La perseverancia en la fe
  • 163-165. Las características de la fe. La fe, comienzo de la vida eterna
  • 166-167. Creemos
  • 168-169. ‘Mira, Señor, la fe de tu Iglesia’
  • 170-171. El lenguaje de la fe
  • 172-175. Una sola fe
  • Preguntas y Respuestas Nº 1
  • 185-188. Los símbolos de la fe I
  • 189-192. Los símbolos de la fe II
  • 193-197. Los símbolos de la fe III
  • 198-199. Introducción. Creo en Dios
  • 200-202. Creo en un solo Dios
  • 203-204. Dios revela su Nombre
  • 205-206. Dios revela su Nombre. El Dios vivo. ‘Yo soy el que soy’
  • 207-209. Dios revela su Nombre. ‘Yo soy el que soy’
  • 210-211. Dios revela su Nombre. ‘Dios misericordioso y clemente’
  • 212-213. Dios revela su Nombre. Solo Dios ES
  • 214. Dios, ‘El que es’, es verdad y amor
  • 215-217. Dios, ‘El que es’, es verdad y amor. Dios es la verdad
  • 218-221. Dios, ‘El que es’, es verdad y amor. Dios es amor
  • 222-225. Consecuencias de la fe en el Dios único I
  • 226. Consecuencias de la fe en el Dios único II
  • 227. Consecuencias de la fe en el Dios único III
  • 232-235. ‘En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ I
  • 236-237. ‘En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ II
  • 238-239. La revelación de Dios como Trinidad. El Padre revelado por el Hijo I
  • 240-242. La revelación de Dios como Trinidad. El Padre revelado por el Hijo II
  • 243-248. La revelación de Dios como Trinidad. El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
  • 249-252. La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe. La formación del dogma trinitario
  • 253-256. La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe. El dogma de la Santísima Trinidad
  • 257-260. Las obras divinas y las misiones trinitarias
  • 268-271. El Todopoderoso
  • 272-274. El Todopoderoso. El misterio de la aparente impotencia de Dios
  • 279-281. El Creador
  • 282-284. La catequesis sobre la Creación I
  • 285. La catequesis sobre la Creación II
  • 286-287. La catequesis sobre la Creación III
  • 288-289. La catequesis sobre la Creación IV
  • 290-292. La creación: obra de la Santísima Trinidad
  • 293-294. ‘El mundo ha sido creado para la gloria de Dios’
  • 295-298. El misterio de la creación. Dios crea por sabiduría y por amor. ‘Dios crea de la nada’
  • 299. El misterio de la creación. Dios crea un mundo ordenado y bueno
  • 300-301. El misterio de la creación. Dios trasciende, está presente, mantiene y conduce la creación
  • 302-305. Dios realiza su designio: La divina providencia
  • 306-308. Dios realiza su designio: La divina providencia. La providencia y las causas segundas
  • 309-311. Dios realiza su designio: La divina providencia. La providencia y el escándalo del mal I
  • 312-314. Dios realiza su designio: La divina providencia. La providencia y el escándalo del mal II
  • 325-330. El cielo y la tierra. Los ángeles, su existencia y quiénes son
  • 331-336. Los ángeles. Cristo ‘con todos sus ángeles’. Los ángeles en la vida de la Iglesia
  • 337-340. El mundo visible I
  • 341-344. El mundo visible II
  • 345-349. El mundo visible III
  • 355-358. El hombre ‘A imagen de Dios’ I
  • 359-361. El hombre ‘A imagen de Dios’ II
  • 362-364. ‘Corpore et anima unus’ I
  • 365-368. ‘Corpore et anima unus’ II
  • 369-370. ‘Hombre y mujer los creo’. Igualdad y diferencia queridas por Dios
  • 371-373. ‘Hombre y mujer los creo’. ‘El uno para el otro’, ‘una unidad de dos’
  • 374-379. El hombre en el paraíso
  • Preguntas y Respuestas Nº 2
  • 385. La caída
  • 386-387. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. La realidad del pecado
  • 388-389. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. El pecado original: verdad esencial de la fe
  • 390-391. La caída de los ángeles I
  • 392-393. La caída de los ángeles II
  • 394-395. La caída de los ángeles III
  • 396-397. El pecado original. La prueba de la libertad. El primer pecado del hombre I
  • 398-399. El pecado original. El primer pecado del hombre II
  • 400-401. El pecado original. El primer pecado del hombre III
  • 402-404. El pecado original. Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad I
  • 405-406. El pecado original. Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad II
  • 407. El pecado original. Un duro combate… I
  • 408-409. El pecado original. Un duro combate… II
  • 410-412. ‘No lo abandonaste al poder de la muerte’
  • Preguntas y Respuestas Nº 3
  • 422-424. La Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo
  • 425-426. ‘Anunciar…la inescrutable riqueza de Cristo’. En el centro de la catequesis: Cristo I
  • 427-429. En el centro de la catequesis: Cristo II
  • 430-432. Jesús I
  • 433-435. Jesús II
  • 436-438. Cristo I
  • 439-440. Cristo II
  • 441-443. Hijo único de Dios I
  • 444-445. Hijo único de Dios II
  • 446-448. Señor I
  • 449-451. Señor II
  • Preguntas y Respuestas Nº 4
  • 456-460. Por qué el Verbo se hizo carne
  • 461-463. La Encarnación
  • 464-466. Verdadero Dios y verdadero hombre I
  • 467-469. Verdadero Dios y verdadero hombre II
  • 470-473. Cómo es hombre del Hijo de Dios. El alma y el conocimiento humano de Cristo
  • 474-477. Cómo es hombre del Hijo de Dios. La voluntad humana de Cristo. El verdadero cuerpo de Cristo
  • 478. Cómo es hombre del Hijo de Dios. El Corazón del Verbo encarnado
  • Preguntas y Respuestas Nº 5
  • 484-486. Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo…
  • 487-489. …nació de la Virgen María. La predestinación de María
  • 490-493. …nació de la Virgen María. La Inmaculada Concepción
  • 494-495. …nació de la Virgen María. ‘Hágase en mí según tu palabra…’. La maternidad divina de María
  • 496-498. …nació de la Virgen María. La virginidad de María
  • 499-501. …nació de la Virgen María. María, la ‘siempre Virgen’
  • 502-504. …nació de la Virgen María. La maternidad virginal de María en el designio de Dios I
  • 505-507. …nació de la Virgen María. La maternidad virginal de María en el designio de Dios II
  • Preguntas y Respuestas Nº 6
  • 512-514. Toda la vida de Cristo es Misterio
  • 515-518. Toda la vida de Cristo es Misterio. Los rasgos comunes de los Misterios de Jesús
  • 519-521. Toda la vida de Cristo es Misterio. Nuestra comunión en los Misterios de Jesús
  • 522-524. Los Misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús. Los preparativos
  • 525-526. Los Misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús. El Misterio de Navidad
  • 527-528. Los Misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús. Los Misterios de la infancia de Jesús I
  • 529-530. Los Misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús. Los Misterios de la infancia de Jesús II
  • 531-533. Los Misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús.Los Misterios de la vida oculta de Jesús I
  • 534. Los Misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús. Los Misterios de la vida oculta de Jesús II
  • 535-536. Los Misterios de la vida pública de Jesús. El Bautismo de Jesús I
  • 537. Los Misterios de la vida pública de Jesús. El Bautismo de Jesús II
  • 538. Los Misterios de la vida pública de Jesús. Las Tentaciones de Jesús I
  • 539-540. Los Misterios de la vida pública de Jesús. Las Tentaciones de Jesús II
  • 541-542. Los Misterios de la vida pública de Jesús. ‘El Reino de Dios está cerca’
  • 543-544. Los Misterios de la vida pública de Jesús. El anuncio del Reino de Dios I
  • 545-546. Los Misterios de la vida pública de Jesús. El anuncio del Reino de Dios II
  • 547-548. Los Misterios de la vida pública de Jesús. Los signos del Reino de Dios I
  • 549-550. Los Misterios de la vida pública de Jesús. Los signos del Reino de Dios II
  • 551-553. Los misterios de la vida pública de Jesús. Las llaves del Reino
  • 554-556. Los misterios de la vida pública de Jesús. La Transfiguración
  • 557-558. Los misterios de la vida pública de Jesús. La subida de Jesús a Jerusalén
  • 559-560. Los misterios de la vida pública de Jesús. Entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén. Domingo de Ramos
  • 571-573. Jesucristo padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado
  • 574-576. Jesús e Israel
  • 577-582. Jesús y la Ley
  • 583-586. Jesús y el Templo
  • 587-591. Jesús y la fe de Israel en el Dios único y salvador
  • 595. El proceso de Jesús I. Proceso religioso de la Pasión de Cristo
  • 595. El proceso de Jesús II. Proceso civil de la Pasión de Cristo
  • 595-598. El proceso de Jesús III
  • 599-600. Jesús entregado según el preciso designio de Dios
  • 601. Muerto por nuestros pecados según las escrituras
  • 602-603. Dios le hizo pecado por nosotros
  • 604-605. Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
  • 606-607. Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
  • 608-609. ‘El Cordero que quita el pecado del mundo’. Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
  • 610-611. Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
  • 612. La agonía de Getsemaní
  • 613-614. La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
  • 615. Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
  • 616-617. En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
  • 618. Nuestra participación en el sacrifico de Cristo
  • 624-628. Jesucristo fue sepultado
  • 631-633. Jesús descendió a los infiernos I
  • 634-635. Jesús descendió a los infiernos II
  • 638-639. Al tercer día resucitó de entre los muertos. El acontecimiento histórico y trascendente
  • 640. El sepulcro vacío
  • 641-644. Las apariciones del Resucitado
  • 645-646. El estado de la humanidad resucitada de Cristo
  • 647-650. La Resurrección como acontecimiento trascendente. La Resurrección obra de la Santísima Trinidad
  • 651-655. Sentido y alcance salvífico de la resurrección
  • 659-662. Jesucristo subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso
  • 663-664. Jesucristo está sentado a la derecha del Padre I
  • 663-664. Jesucristo está sentado a la derecha del Padre II
  • 668-670. ‘Volverá en Gloria’. Cristo reina ya mediante la Iglesia…
  • 671-672. ‘Volverá en Gloria’ …esperando que todo le sea sometido
  • 673-674. ‘Volverá en Gloria’. El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
  • 675-677. ‘Volverá en Gloria’. La última prueba de la Iglesia
  • 678-679. Para juzgar a vivos y muertos
  • 683-686. Creo en el Espíritu Santo I
  • 687-688. Creo en el Espíritu Santo II
  • 689-690. La misión conjunta del Hijo y del Espíritu
  • 691-694. El nombre, los apelativos y los símbolos del Espíritu Santo
  • 695-697. El nombre, los apelativos y los símbolos del Espíritu Santo. Símbolos del Espíritu Santo I
  • 698-701. El nombre, los apelativos y los símbolos del Espíritu Santo. Símbolos del Espíritu Santo II
  • 702-706. El Espíritu Santo y la palabra de Dios en el tiempo de las promesas
  • 707-716. El Espíritu Santo y la palabra de Dios en el tiempo de las promesas. El E.S. en el Antiguo Testamento
  • 717-720. El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos. Juan, Precursor, Profeta y Bautista
  • 721-723. El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos. ‘Alégrate, llena de gracia’ I
  • 724-726. El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos. ‘Alégrate, llena de gracia’ II
  • 727-730. El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos. Cristo Jesús
  • 731-732. El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos. Pentecostés
  • 733-736. El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos. El Espíritu Santo, el Don de Dios
  • 737-741. El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos. El Espíritu Santo y la Iglesia
  • 748-752. Creo en la Sta.Iglesia Católica.La Iglesia en el designio de Dios.Los nombres e imágenes de la Iglesia
  • 753-757. La Iglesia en el designio de Dios. Los símbolos de la Iglesia
  • 758-762. Origen, fundación y misión de la Iglesia
  • 763-766. Origen, fundación y misión de la Iglesia. La Iglesia, instituida por Cristo Jesús
  • 767-769. Origen, fundación y misión de la Iglesia. La Iglesia,manifestada por el E.S. y consumada en la gloria
  • 770-771. El Misterio de la Iglesia. La Iglesia a la vez visible y espiritual
  • 772-773. El Misterio de la Iglesia. La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres con Dios
  • 774-776. El Misterio de la Iglesia. La Iglesia, sacramento universal de la salvación
  • 781-782. La Iglesia,pueblo de Dios,Cuerpo de Cristo,Templo del E. S. La Iglesia,pueblo de Dios. Características
  • 783-786. La Iglesia, pueblo de Dios. Un pueblo sacerdotal, profético y real
  • 787-789. La Iglesia, Cuerpo de Cristo. La Iglesia es comunión con Jesús
  • 790-795. La Iglesia, Cuerpo de Cristo. ‘Un solo cuerpo’. Cristo, Cabeza de este Cuerpo
  • 796-801. La Iglesia,Cuerpo de Cristo.La Iglesia es la Esposa de Cristo.La Iglesia,templo del E.S. Los carismas
  • 811-816. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia es una
  • 817-819. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Las heridas de la unidad
  • 820-822. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Hacia la unidad
  • 823-826. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia es santa I
  • 827-829. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia es santa II
  • 830-835. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia es católica
  • 836-838. La Iglesia es católica. Quién pertenece a la Iglesia católica
  • 839-840. La Iglesia es católica. La Iglesia y los no cristianos. La Iglesia y el Judaísmo
  • 841. La Iglesia es católica. La Iglesia y los no cristianos. Las relaciones de la Iglesia con los musulmanes
  • 842-844. La Iglesia es católica. La Iglesia y los no cristianos. La Iglesia y las religiones no cristianas
  • 845-848. La Iglesia es católica. Fuera de la Iglesia no hay salvación
  • 849-852. La Iglesia es católica. La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia I
  • 853-856. La Iglesia es católica. La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia II
  • 857-860. La Iglesia es apostólica. La misión de los Apóstoles
  • 861-862. La Iglesia es apostólica. Los obispos, sucesores de los Apóstoles
  • 863-865. La Iglesia es apostólica. El apostolado
  • 871-873. Los fieles de Cristo: jerarquía, laicos, vida consagrada
  • 874-876. La constitución jerárquica de la Iglesia. Razón del ministerio eclesial I
  • 877-879. La constitución jerárquica de la Iglesia. Razón del ministerio eclesial II
  • 880-881. La constitución jerárquica de la Iglesia. El colegio episcopal y su cabeza, el Papa I
  • 882-887. La constitución jerárquica de la Iglesia. El colegio episcopal y su cabeza, el Papa II
  • 888-890. La constitución jerárquica de la Iglesia. La misión de enseñar I
  • 891-892. La constitución jerárquica de la Iglesia. La misión de enseñar II
  • 893. La constitución jerárquica de la Iglesia. La misión de santificar
  • 894-896. La constitución jerárquica de la Iglesia. La misión de gobernar
  • 897-900. Los fieles cristianos laicos. La vocación de los laicos
  • 901-903. Los fieles cristianos laicos. La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo
  • 904-907. Los fieles cristianos laicos. La participación de los laicos en la misión profética de Cristo
  • 908-909. Los fieles cristianos laicos. La participación de los laicos en la misión regia de Cristo I
  • 910-913. Los fieles cristianos laicos. La participación de los laicos en la misión regia de Cristo II
  • 914-916. La vida consagrada. Consejos evangélicos
  • 917-919. La vida consagrada. Un gran árbol, múltiples ramas
  • 920-921. La vida consagrada. La vida eremítica
  • 922-924. La vida consagrada. Las vírgenes y las viudas consagradas
  • 925-927. La vida consagrada. La vida religiosa
  • 928-930. La vida consagrada. Los institutos seculares y sociedades de vida apostólica
  • 931-933. La vida consagrada. Consagración y misión: anunciar al Rey que vive
  • 946-948. La comunión de los santos
  • 949-951. La comunión de los santos. La comunión de los bienes espirituales I
  • 952-953. La comunión de los santos. La comunión de los bienes espirituales II
  • 954-956. La comunión de los santos. La comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra I
  • 957-959. La comunión de los santos. La comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra II
  • 963-965. María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia. Totalmente unida a su Hijo…
  • 966. María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia. La Asunción de María a los cielos
  • 967-970. María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia. María es nuestra Madre en el orden de la gracia
  • 971-972. María,Madre de Cristo,Madre de la Iglesia.Culto a la Santísima Virgen.Icono escatológico de la Iglesia
  • 976-978. Creo en el perdón de los pecados. Un solo bautismo para el perdón de los pecados I
  • 979-980. Creo en el perdón de los pecados. Un solo bautismo para el perdón de los pecados II
  • 981-983. Creo en el perdón de los pecados. El poder de las llaves del Reino
  • 988-991. Creo en la resurrección de la carne
  • 992-994. La resurrección de Cristo y la nuestra. Revelación progresiva de la resurrección I
  • 995-996. La resurrección de Cristo y la nuestra. Revelación progresiva de la resurrección II
  • 997-1001. La resurrección de Cristo y la nuestra. Cómo resucitan los muertos
  • 1002-1004. La resurrección de Cristo y la nuestra. Resucitados con Cristo
  • 1005-1007. Morir en Cristo Jesús. La muerte I
  • 1008-1009. Morir en Cristo Jesús. La muerte II
  • 1010-1011. Morir en Cristo Jesús. El sentido de la muerte cristiana I
  • 1012-1014. Morir en Cristo Jesús. El sentido de la muerte cristiana II
  • 1020-1022. Creo en la vida eterna. El juicio particular
  • 1023-1025. El cielo I
  • 1026-1029. El cielo II
  • 1030-1032. La purificación final o purgatorio
  • 1033-1037. El infierno
  • 1038-1041. El Juicio final
  • 1042-1046. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva I
  • 1047-1050. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva II
  • 1061-1065. AMÉN
  • Preguntas y Respuestas Nº 7
  • 1066-1068. Razón de ser de la liturgia
  • 1069-1070. Significación de la palabra ‘Liturgia’
  • 1071-1074. La liturgia como fuente de Vida
  • 1075-1077. El Padre, fuente y fin de la liturgia
  • 1078-1080. El Padre, fuente y fin de la liturgia. Bendición de Dios I
  • 1081-1083. El Padre, fuente y fin de la liturgia. Bendición de Dios II
  • 1084-1085. La obra de Cristo en la liturgia. Cristo glorificado
  • 1086-1090. La obra de Cristo en la liturgia. Liturgia a través de la Iglesia
  • 1091-1098. El Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia. El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
  • 1099-1103. El Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia. El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
  • 1104-1107. El Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia. El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
  • 1108-1109. El Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia. La Comunión en el Espíritu Santo
  • 1113-1117. El Misterio Pascual en los sacramentos de la Iglesia. Sacramentos de Cristo
  • 1118-1121. Sacramentos de la Iglesia
  • 1122-1126. Sacramentos de la fe
  • 1127-1129. Sacramentos de la salvación
  • 1130. Sacramentos de la vida eterna
  • 1135-1139. ¿Quién celebra? Los celebrantes de la liturgia celestial
  • 1140-1144. ¿Quién celebra? Los celebrantes de la liturgia sacramental
  • 1145-1152. ¿Cómo celebrar? Signos y símbolos
  • 1153-1155. ¿Cómo celebrar? Palabras y acciones
  • 1156-1158. ¿Cómo celebrar? Canto y música
  • 1159-1162. ¿Cómo celebrar? Imágenes sagradas
  • 1163-1165. ¿Cuándo celebrar? El tiempo litúrgico
  • 1166-1171. ¿Cuándo celebrar? El día del Señor. El año litúrgico
  • 1172-1173. ¿Cuándo celebrar? El santoral en el año litúrgico
  • 1174-1178. ¿Cuándo celebrar? La liturgia de las Horas
  • 1179-1182. ¿Dónde celebrar?
  • 1182-1183. ¿Dónde celebrar? El altar, el tabernáculo…
  • 1184. ¿Dónde celebrar? La sede, el ambón
  • 1185-1186. ¿Dónde celebrar? El baptisterio, confesionario y templo
  • 1200-1206. Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la Iglesia
  • 1210-1211. Los siete sacramentos de la Iglesia
  • 1212-1216. El sacramento del Bautismo. El nombre de este sacramento
  • 1217-1222. El Bautismo en la economía de la salvación. Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua Alianza
  • 1223-1225. El Bautismo en la economía de la salvación. El Bautismo de Cristo
  • 1226-1228. El Bautismo en la economía de la salvación. El Bautismo en la Iglesia
  • 1229-1233. La celebración del sacramento del Bautismo. La iniciación cristiana
  • 1234-1238. La celebración del sacramento del Bautismo. La mistagogía de la celebración I
  • 1239-1245. La celebración del sacramento del Bautismo. La mistagogía de la celebración II
  • 1246-1250. Quién puede recibir el Bautismo. El Bautismo de adultos
  • 1250-1252. Quién puede recibir el Bautismo. El Bautismo de los niños
  • 1253-1255. Quién puede recibir el Bautismo. Fe y Bautismo
  • 1256-1260. Quién puede bautizar. Necesidad del Bautismo I
  • 1261. Quién puede bautizar. Necesidad del Bautismo II
  • 1262-1264. La gracia del Bautismo. Para la remisión de los pecados
  • 1265-1266. La gracia del Bautismo. Una criatura nueva
  • 1267-1270. La gracia del Bautismo. Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
  • 1271-1274. La gracia del Bautismo. Vínculo sacramental de la unidad de los cristianos. Sello espiritual indeleble
  • 1285. El sacramento de la Confirmación
  • 1286-1288. La Confirmación en la economía de la salvación
  • 1289-1292. La Confirmación en la economía de la salvación. Dos tradiciones: oriental y occidental
  • 1293-1295. Los signos y rito de la Confirmación
  • 1296-1299. Los signos y rito de la Confirmación. La celebración de la Confirmación
  • 1300-1303. Celebración y efectos de la Confirmación
  • 1303. Los efectos de la Confirmación I
  • 1304-1305. Los efectos de la Confirmación II
  • 1306-1309. Quién puede recibir este sacramento
  • 1310-1311. Quién puede recibir este sacramento. Padrinos en el sacramento de la Confirmación
  • 1312-1314. El ministro de la Confirmación
  • 1322-1323. El sacramento de la Eucaristía
  • 1324-1327. La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial
  • 1328-1329. La Eucaristía. El nombre de este sacramento I
  • 1330. La Eucaristía. El nombre de este sacramento II
  • 1331. La Eucaristía. El nombre de este sacramento III
  • 1332. La Eucaristía. El nombre de este sacramento IV
  • 1333-1336. La Eucaristía en la economía de la salvación. Los signos del pan y del vino
  • 1337-1340. La Eucaristía en la economía de la salvación. La institución de la Eucaristía
  • 1341-1344. La Eucaristía en la economía de la salvación. ‘Haced esto en memoria mía’
  • 1345-1347. La celebración litúrgica de la Eucaristía. La Misa de todos los siglos
  • 1348-1349. La celebración litúrgica de la Eucaristía. El desarrollo de la celebración I
  • 1350-1351. La celebración litúrgica de la Eucaristía. El desarrollo de la celebración II
  • 1352. La celebración litúrgica de la Eucaristía. El desarrollo de la celebración III
  • 1353. La celebración litúrgica de la Eucaristía. El desarrollo de la celebración IV
  • 1354-1355. La celebración litúrgica de la Eucaristía. El desarrollo de la celebración V
  • 1356-1358. El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia
  • 1359-1361. El sacrificio sacramental…La acción de gracias y la alabanza al Padre
  • 1362-1366. El sacrificio sacramental…El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
  • 1367-1371. El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia. Sacrificio. Difuntos
  • 1372. El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia. Eucaristía como sacrificio de Jesús
  • 1373-1375. El sacrificio sacramental…Presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo I
  • 1376-1377. El sacrificio sacramental…Presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo II
  • 1378. El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia. El culto de la Eucaristía I
  • 1378-1379. El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia. El culto de la Eucaristía II
  • 1380-1381. El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia. La presencia de Cristo
  • 1382-1383. El banquete pascual
  • 1384-1386. El banquete pascual. ‘Tomad y comed todos de Él’: La comunión
  • 1387. El banquete pascual. ‘Tomad y comed todos de Él’: La comunión. Preparación para la comunión
  • 1388-1390. El banquete pascual. ‘Tomad y comed todos de Él’: La comunión. La comunión frecuente
  • 1391-1392. El banquete pascual. Frutos de la comunión I. La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo
  • 1393-1395. El banquete pascual. Frutos de la comunión II. La comunión nos separa del pecado
  • 1396-1398. El banquete pascual. Frutos de la comunión III. La unidad del Cuerpo místico
  • 1399-1401. El banquete pascual. Frutos de la comunión IV. Las Iglesias orientales
  • 1402-1405. La Eucaristía prenda de la gloria futura
  • 1420-1421. Los sacramentos de curación
  • 1422-1423. El sacramento de la Penitencia. El nombre de este sacramento
  • 1424. El nombre de este sacramento. Sacramento de la confesión, perdón y reconciliación
  • 1425-1426. Por qué un sacramento de la reconciliación después del Bautismo
  • 1427-1429. La conversión de los bautizados
  • 1430-1431. La penitencia interior
  • 1432-1433. La penitencia interior. Pecado y proceso de conversión I
  • 1433. La penitencia interior. Pecado y proceso de conversión II
  • 1434. Diversas formas de penitencia I
  • 1434-1435. Diversas formas de penitencia II
  • 1435-1436. Diversas formas de penitencia III
  • 1437. Diversas formas de penitencia IV
  • 1438. Como vivir la penitencia
  • 1439. Parábola del hijo pródigo I
  • 1439. Parábola del hijo pródigo II
  • 1439. Parábola del hijo pródigo III
  • 1440-1441. El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación. Sólo Dios perdona el pecado I
  • 1442-1443. El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación. Sólo Dios perdona el pecado II
  • 1444-1445. El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación. Reconciliación con la Iglesia
  • 1446-1447. El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación. El Sacramento del Perdón I
  • 1448-1449. El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación. El Sacramento del Perdón II
  • 1450. Los actos del penitente
  • 1451-1453. Los actos del penitente. La contrición
  • 1454. Examen de conciencia. (Los diez mandamientos) I
  • 1454. Examen de conciencia. (Los diez mandamientos) II
  • 1454. Examen de conciencia. (Los diez mandamientos) III
  • 1454. Examen de conciencia. (Los diez mandamientos) IV
  • 1454. Examen de conciencia. (Los diez mandamientos) V
  • 1454. Examen de conciencia. (Los diez mandamientos) VI
  • 1454. Examen de conciencia (1 Corintios) I
  • 1454. Examen de conciencia (1 Corintios) II
  • 1455. Los actos del penitente. Confesar los pecados al sacerdote I
  • 1456. Los actos del penitente. Confesar los pecados al sacerdote II
  • 1457. Los actos del penitente. Confesar los pecados al sacerdote III
  • 1458. Los actos del penitente. Confesar los pecados al sacerdote IV
  • 1459-1460. Los actos del penitente. La satisfación. Penitencia tras la confesión
  • 1461-1463. El ministro del sacramento de la Penitencia I
  • 1464-1465. El ministro del sacramento de la Penitencia II
  • 1466-1467. El ministro del sacramento de la Penitencia III
  • 1468-1470. Efectos del sacramento de la Penitencia
  • 1471-1473. Las indulgencias. Qué son las indulgencias. Las penas del pecado
  • 1474-1475. Las indulgencias. En la comunión de los Santos
  • 1476-1479. Las indulgencias. La indulgencia de Dios se obtiene por medio de la Iglesia
  • 1480. La celebración del sacramento de la Penitencia I
  • 1480-1481. La celebración del sacramento de la Penitencia II
  • 1481. La celebración del sacramento de la Penitencia. El sentido católico del perdón
  • 1482. La celebración del sacramento de la Penitencia. La celebración comunitaria de la Penitencia
  • 1483. Celebración comunitaria de la Penitencia con confesión general y absolución general I
  • 1484. Celebración comunitaria de la Penitencia con confesión y absolución general II. Confesión individual
  • 1499-1501. La Unción de los enfermos. Fundamentos de este sacramento en la Economía de la salvación
  • 1502. Fundamentos de este sacramento en la Economía de la salvación. El enfermo ante Dios
  • 1503. Fundamentos de este sacramento en la Economía de la salvación. Cristo médico I
  • 1504-1505. Fundamentos de este sacramento en la Economía de la salvación. Cristo médico II
  • 1506-1507. Fundamentos de este sacramento en la Economía de la salvación. ‘Sanad a los enfermos’ I
  • 1508-1510. Fundamentos de este sacramento en la Economía de la salvación. ‘Sanad a los enfermos’ II
  • 1511- 1513. Fundamentos de este sacramento en la Economía de la salvación. Un sacramento de los enfermos
  • 1514-1516. Quién recibe y quién administra este sacramento. En caso de grave enfermedad…
  • 1516. Quién recibe y quién administra este sacramento.’…Llame a los presbíteros de la Iglesia’
  • 1517-1518. La celebración del sacramento I
  • 1518. La celebración del sacramento II. Liturgia de la Palabra
  • 1519. La celebración del sacramento III
  • 1520. Efectos de la celebración de este sacramento I
  • 1521-1522. Efectos de la celebración de este sacramento II
  • 1523. Efectos de la celebración de este sacramento III
  • 1523. Efectos de la celebración de este sacramento IV
  • 1524-1525. El viático, último sacramento del cristiano
  • 1533-1535. Los sacramentos al servicio de la comunidad
  • 1536-1538. El sacramento del Orden. El nombre de este sacramento
  • 1539-1543. El sacramento del Orden en la Economía de la salvación. El sacerdocio en la Antigua Alianza
  • 1544-1545. El sacramento del Orden en la Economía de la salvación. El único sacerdocio de Cristo
  • 1546-1547. El sacramento del Orden en la Economía de… 2 modos de participar en el único sacerdocio de Cristo
  • 1548-1550. El sacramento del Orden en la Economía de la salvación. En persona de Cristo Cabeza
  • 1551-1553. El sacramento del Orden en la Economía de la salvación. En nombre de toda la Iglesia
  • 1554-1558. Los 3 grados del sacramento del Orden. La ordenación episcopal, plenitud del sacramento del Orden I
  • 1559-1561. Los 3 grados del sacramento del Orden. La ordenación episcopal,plenitud del sacramento del Orden II
  • 1562-1564. Los 3 grados del sacramento del Orden. Ordenación de los presbíteros, cooperadores de los obispos I
  • 1565-1568. Los 3 grados del sacramento del Orden. Ordenación de los presbíteros,cooperadores de los obispos II
  • 1569-1571. Los tres grados del sacramento del Orden. La ordenación de los diáconos, ‘en orden al ministerio’
  • 1572-1574. La celebración del sacramento del Orden sacerdotal
  • 1575-1576. El ministro de este sacramento
  • 1577-1578. Quién puede recibir este sacramento
  • 1579-1580. Quién puede recibir este sacramento. El celibato
  • 1581-1584. Efectos del sacramento del Orden. El carácter indeleble
  • 1585-1589. Efectos del sacramento del Orden. La gracia del Espíritu Santo
  • 1601-1602. El sacramento del Matrimonio. El Matrimonio en el plan de Dios
  • 1603-1604. El Matrimonio en el plan de Dios. El Matrimonio en el orden de la creación I
  • 1605. El Matrimonio en el plan de Dios. El Matrimonio en el orden de la creación II
  • 1606-1607. El Matrimonio en el plan de Dios. El Matrimonio bajo la esclavitud del pecado I
  • 1608. El Matrimonio en el plan de Dios. El Matrimonio bajo la esclavitud del pecado II
  • 1609-1611. El Matrimonio en el plan de Dios. El Matrimonio bajo la pedagogía de la antigua Ley
  • 1612-1613. El Matrimonio en el plan de Dios. El Matrimonio en el Señor I
  • 1614-1617. El Matrimonio en el plan de Dios. El Matrimonio en el Señor II
  • 1618-1620. El Matrimonio en el plan de Dios. La virginidad por el Reino de Dios
  • 1621. La celebración del Matrimonio I
  • 1622-1624. La celebración del Matrimonio II
  • 1625-1628. El consentimiento matrimonial I
  • 1629-1631. El consentimiento matrimonial II
  • 1632. El consentimiento matrimonial III
  • 1633-1637. El consentimiento matrimonial. Matrimonios mixtos y disparidad de culto I
  • 1633-1637. El consentimiento matrimonial. Matrimonios mixtos y disparidad de culto II
  • 1638-1640. Los efectos del sacramento del Matrimonio. El vínculo matrimonial
  • 1641-1642. Los efectos del sacramento del Matrimonio. La gracia del sacramento del Matrimonio
  • 1643-1645. Bienes y exigencias del amor conyugal. Unidad e indisolubilidad del Matrimonio
  • 1646-1648. Bienes y exigencias del amor conyugal. La fidelidad del amor conyugal I
  • 1649-1651. Bienes y exigencias del amor conyugal. La fidelidad del amor conyugal II
  • 1652-1654. Bienes y exigencias del amor conyugal. La apertura a la fecundidad
  • 1655-1656. La Iglesia doméstica I
  • 1657-1658. La Iglesia doméstica II
  • 1667-1670. Otras celebraciones litúrgicas. Los sacramentales
  • 1671-1672. Diversas formas de sacramentales
  • 1673. Diversas formas de sacramentales. El exorcismo I
  • 1673. Diversas formas de sacramentales. El exorcismo II
  • 1674-1676. La religiosidad popular
  • 1680-1683. Las exequias cristianas. La última Pascua del cristiano
  • 1684-1687. La celebración de las exequias I
  • 1688-1690. La celebración de las exequias II
  • Preguntas y Respuestas Nº 8
  • 1691-1693. La vida en Cristo I
  • 1694-1696. La vida en Cristo II
  • 1697-1698. La vida en Cristo III
  • 1699-1703. El hombre imagen de Dios I
  • 1704-1706. El hombre imagen de Dios II
  • 1707-1709. El hombre imagen de Dios III
  • 1716-1717. Las bienaventuranzas
  • 1718-1719. El deseo de felicidad
  • 1720-1722. La bienaventuranza cristiana I
  • 1723-1724. La bienaventuranza cristiana II
  • 1730. La libertad del hombre
  • 1731-1733. La libertad del hombre. Libertad y responsabilidad I
  • 1734-1735. Libertad y responsabilidad II
  • 1736-1738. Libertad y responsabilidad III
  • 1739-1740. Libertad y pecado
  • 1741-1742. Libertad, salvación y gracia
  • 1749-1751. Fuentes de la moralidad I
  • 1752-1754. Fuentes de la moralidad II
  • 1755-1756. Fuentes de la moralidad III. Los actos buenos y los actos malos
  • 1762-1764. La moralidad de las pasiones. Las pasiones
  • 1765-1767. Pasiones y vida moral I
  • 1768-1770. Pasiones y vida moral II
  • 1776-1777. La conciencia moral. El dictamen de la conciencia I
  • 1778-1779. El dictamen de la conciencia II
  • 1780-1782. El dictamen de la conciencia III
  • 1783-1785. La formación de la conciencia
  • 1786-1789. Decidir en conciencia
  • 1790-1792. El juicio erróneo I
  • 1793-1794. El juicio erróneo II
  • 1803-1804. Las virtudes humanas
  • 1805-1806. Las virtudes cardinales. La prudencia
  • 1807. Las virtudes cardinales. La justicia
  • 1808. Las virtudes cardinales. La fortaleza
  • 1809. Las virtudes cardinales. La templanza
  • 1810-1811. Las virtudes y la gracia
  • 1812-1813. Las virtudes teologales
  • 1814-1816. Las virtudes teologales. La fe
  • 1817-1818. Las virtudes teologales. La esperanza I
  • 1819-1821. Las virtudes teologales. La esperanza II
  • 1822. Las virtudes teologales. La caridad I
  • 1823-1824. Las virtudes teologales. La caridad II
  • 1825. Las virtudes teologales. La caridad III
  • 1826-1828. Las virtudes teologales. La caridad IV
  • 1829. Las virtudes teologales. La caridad V
  • 1830-1832. Dones y frutos del Espíritu Santo I
  • 1830-1832. Dones y frutos del Espíritu Santo II. Temor de Dios
  • 1830-1832. Dones y frutos del Espíritu Santo III. Fortaleza
  • 1830-1832. Dones y frutos del Espíritu Santo IV. Piedad
  • 1830-1832. Dones y frutos del Espíritu Santo V. Consejo
  • 1830-1832. Dones y frutos del Espíritu Santo VI. Ciencia
  • 1830-1832. Dones y frutos del Espíritu Santo VII. Inteligencia
  • 1830-1832. Dones y frutos del Espíritu Santo VIII. Sabiduría
  • 1846-1848. El pecado. La misericordia y el pecado
  • 1849-1850. Definición de pecado I
  • 1851. Definición de pecado II
  • 1852-1853. La diversidad de pecados
  • 1854-1856. La gravedad del pecado: pecado mortal y venial I
  • 1857-1860. La gravedad del pecado: pecado mortal y venial II
  • 1861-1863. La gravedad del pecado: pecado mortal y venial III
  • 1864. El pecado contra el Espíritu Santo
  • 1865-1866. La proliferación del pecado I
  • 1867-1869. La proliferación del pecado II
  • Preguntas y Respuestas Nº 9
  • 1877-1879. El carácter comunitario de la vocación humana
  • 1880-1882. La sociedad
  • 1883-1885. El principio de subsidiaridad
  • 1886-1889. Conversión y sociedad
  • 1897-1900. La participación en la vida social. La autoridad I
  • 1901-1904. La participación en la vida social. La autoridad II
  • 1905-1906. El bien común I
  • 1907-1909. El bien común II
  • 1910-1917. El bien común III. Responsabilidad y participación
  • 1928-1933. La justicia social. El respeto al ser humano
  • 1934-1938. Igualdad y diferencia entre los hombres
  • 1939-1942. La solidaridad humana
  • 1949-1950. La ley moral I
  • 1951-1953. La ley moral II
  • 1954-1956. La ley moral natural I
  • 1957-1960. La ley moral natural II
  • 1961-1962. La Ley antigua I
  • 1963-1964. La Ley antigua II
  • 1965-1967. La Ley nueva o Ley evangélica I
  • 1968-1969. La Ley nueva o Ley evangélica II
  • 1970. La Ley nueva o Ley evangélica III
  • 1971. La Ley nueva o Ley evangélica IV
  • 1971. La Ley nueva o Ley evangélica V
  • 1972. La Ley nueva o Ley evangélica VI
  • 1973-1974. Los consejos evangélicos I
  • 1973-1974. Los consejos evangélicos II
  • 1973-1974. Los consejos evangélicos III
  • 1987-1988. La justificación I
  • 1989-1991. La justificación II
  • 1992-1993. La justificación III
  • 1994-1995. La justificación IV
  • 1996-1997. La gracia I
  • 1998-1999. La gracia II
  • 2000-2001. La gracia III
  • 2001-2002. La gracia IV
  • 2003-2004. La gracia V
  • 2005. La gracia VI
  • 2006-2008. El mérito I
  • 2008-2009. El mérito II
  • 2010-2011. El mérito III
  • 2012-2013. La santidad cristiana I
  • 2013. La santidad cristiana II
  • 2014. La santidad cristiana III
  • 2015. La santidad cristiana IV
  • 2016. La santidad cristiana V
  • 2030-2031. La Iglesia, madre y maestra
  • 2032. Vida moral y magisterio de la Iglesia I
  • 2033. Vida moral y magisterio de la Iglesia II
  • 2034-2035. Vida moral y magisterio de la Iglesia III
  • 2036-2038. Vida moral y magisterio de la Iglesia IV
  • 2039-2040. Vida moral y magisterio de la Iglesia V
  • 2040. Vida moral y magisterio de la Iglesia VI
  • 2041-2042. Los mandamientos de la Iglesia I
  • 2042. Los mandamientos de la Iglesia II
  • 2043. Los mandamientos de la Iglesia III
  • 2043. Los mandamientos de la Iglesia IV
  • 2044-2045. Vida moral y testimonio misionero I
  • 2046. Vida moral y testimonio misionero II
  • 2052-2053. Los diez mandamientos. ‘Maestro, ¿qué he de hacer…?’ I
  • 2054-2055. Los diez mandamientos. ‘Maestro, ¿qué he de hacer…?’ II
  • 2056-2057. El Decálogo en la Sagrada Escritura I
  • 2058-2063. El Decálogo en la Sagrada Escritura II
  • 2064-2068. El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
  • 2069. La unidad del Decálogo
  • 2070-2071. El Decálogo y la ley natural
  • 2072-2074. La obligación del Decálogo. ‘Sin mí no podéis hacer nada’
  • 2083-2085. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’ I
  • 2085-2086. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’ II
  • 2087. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La fe I
  • 2088. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La fe II
  • 2088. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La fe III
  • 2089. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La fe IV
  • 2090. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La esperanza
  • 2091-2092. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. Los pecados contra la esperanza I
  • 2091-2092. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. Los pecados contra la esperanza II
  • 2093. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La caridad I
  • 2094. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La caridad II
  • 2094. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La caridad III
  • 2094. ‘Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás’. La caridad IV
  • 2095. ‘A Él solo darás culto’
  • 2096-2097. ‘A Él solo darás culto’. La adoración
  • 2098. ‘A Él solo darás culto’. La oración
  • 2099. ‘A Él solo darás culto’. El sacrificio I
  • 2100. ‘A Él solo darás culto’. El sacrificio II
  • 2101. ‘A Él solo darás culto’. Promesas y votos I
  • 2102-2103. ‘A Él solo darás culto’. Promesas y votos II
  • 2104. ‘A Él solo darás culto’. El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa I
  • 2105-2106. ‘A Él solo darás culto’. El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa II
  • 2107-2109. ‘A Él solo darás culto’. El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa III
  • 2110-2111. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. La superstición
  • 2112. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. La idolatría I
  • 2113. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. La idolatría II
  • 2113-2114. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. La idolatría III
  • 2115. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. Adivinación y magia I
  • 2116. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. Adivinación y magia II
  • 2117. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. Adivinación y magia III
  • 2118-2119. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. La irreligión
  • 2120-2122. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. El sacrilegio. La simonía
  • 2123-2124. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. El ateísmo I
  • 2124-2125. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. El ateísmo II
  • 2125. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. El ateísmo III
  • 2126. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. El ateísmo IV
  • 2127. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. El agnosticismo I
  • 2128. ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’. El agnosticismo II
  • 2129-2130. ‘No te harás escultura alguna…’. Imágenes de Dios I
  • 2131-2132. ‘No te harás escultura alguna…’. Imágenes de Dios II
  • 2142. El Nombre del Señor es santo I
  • 2142. El Nombre del Señor es santo II
  • 2143. El Nombre del Señor es santo III
  • 2144-2145. El Nombre del Señor es santo IV
  • 2146. El Nombre del Señor es santo. Abusos del nombre de Dios
  • 2147. El Nombre del Señor es santo. Promesas hechas a Dios
  • 2148. El Nombre del Señor es santo. La blasfemia
  • 2149-2152. Tomar el nombre del Señor en vano. El juramento I
  • 2153-2155. Tomar el nombre del Señor en vano. El juramento II
  • 2156-2157. El nombre cristiano I
  • 2158-2159. El nombre cristiano II
  • 2168. El día del sábado I
  • 2169-2171. El día del sábado. La creación
  • 2172. El día del sábado. El descanso
  • 2173-2174. El día del Señor. El día de la Resurrección: la nueva creación
  • 2175-2176. El día del Señor. El Domingo plenitud del sábado
  • 2177-2178. El día del Señor. La Eucaristía dominical I
  • 2178. El día del Señor. La Eucaristía dominical II
  • 2179. El día del Señor. La Eucaristía dominical III
  • 2180. El día del Señor. La obligación del domingo I
  • 2181. El día del Señor. La obligación del domingo II
  • 2182-2183. El día del Señor. La obligación del domingo III
  • 2184-2188. El día del Señor. Día de gracia y de descanso
  • 2196. ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’
  • 2197. El cuarto mandamiento I
  • 2197-2198. El cuarto mandamiento II
  • 2199. El cuarto mandamiento III
  • 2200. El cuarto mandamiento IV
  • 2201. La familia en el plan de Dios. Naturaleza de la familia I
  • 2202-2203. La familia en el plan de Dios. Naturaleza de la familia II
  • 2204. La familia en el plan de Dios. La familia cristiana I
  • 2205. La familia en el plan de Dios. La familia cristiana II
  • 2206. La familia en el plan de Dios. La familia cristiana III
  • 2207. La familia y la sociedad I
  • 2208-2209. La familia y la sociedad II
  • 2210. La familia y la sociedad III
  • 2211. La familia y la sociedad IV
  • 2212-2213. La familia y la sociedad V
  • 2214-2215. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los hijos I
  • 2216-2217. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los hijos II
  • 2218. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los hijos III
  • 2219-2220. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los hijos IV
  • 2221-2222. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los padres I
  • 2223. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los padres II
  • 2224. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los padres III
  • 2225-2226. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los padres IV
  • 2227-2228. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los padres V
  • 2229. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los padres VI
  • 2230-2231. Deberes de los miembros de la familia. Deberes de los padres VII
  • 2232-2233. La familia y el Reino de Dios
  • 2234-2235. Las autoridades en la sociedad civil. Deberes de las autoridades civiles I
  • 2236-2237. Las autoridades en la sociedad civil. Deberes de las autoridades civiles II
  • 2238-2239. Las autoridades en la sociedad civil. Deberes de los ciudadanos I
  • 2240. Las autoridades en la sociedad civil. Deberes de los ciudadanos II
  • 2240-2241. Las autoridades en la sociedad civil. Deberes de los ciudadanos III
  • 2242-2243. Las autoridades en la sociedad civil. Deberes de los ciudadanos IV
  • 2244-2246. Las autoridades en la sociedad civil. La comunidad política y la Iglesia
  • 2258-2259. El quinto mandamiento. El respeto de la vida humana. El testimonio de la historia sagrada I
  • 2260. El respeto de la vida humana. El testimonio de la historia sagrada II
  • 2261-2262. El respeto de la vida humana. El testimonio de la historia sagrada III
  • 2263-2265. El respeto de la vida humana. La legítima defensa I
  • 2266-2267. El respeto de la vida humana. La legítima defensa II
  • 2268-2269. El respeto de la vida humana. El homicidio voluntario
  • 2269-2270. El respeto de la vida humana. El aborto I
  • 2271-2272. El respeto de la vida humana. El aborto II
  • 2273-2274. El respeto de la vida humana. El aborto III
  • 2274. El respeto de la vida humana. El aborto IV
  • 2274. El respeto de la vida humana. El aborto V
  • 2274. El respeto de la vida humana. El aborto VI
  • 2275. El respeto de la vida humana. Manipulación embrionaria I
  • 2275. El respeto de la vida humana. Manipulación embrionaria II
  • 2276-2277. El respeto de la vida humana. La eutanasia I
  • 2278-2279. El respeto de la vida humana. La eutanasia II
  • 2280-2281. El respeto de la vida humana. El suicidio I
  • 2282-2283. El respeto de la vida humana. El suicidio II
  • 2284. El respeto de la dignidad de las personas. El escándalo I
  • 2285-2287. El respeto de la dignidad de las personas. El escándalo II
  • 2288-2289. El respeto de la dignidad de las personas. El respeto de la salud I
  • 2290. El respeto de la dignidad de las personas. El respeto de la salud II
  • 2290. El respeto de la dignidad de las personas. El respeto de la salud III
  • 2291. El respeto de la dignidad de las personas. El respeto de la salud IV. La droga I
  • 2291. El respeto de la dignidad de las personas. El respeto de la salud V. La droga II
  • 2292-2293. El respeto de la dignidad de las personas. El respeto de la persona y la investigación científica I
  • 2294-2296. El respeto de la dignidad de las personas.El respeto de la persona y la investigación científica II
  • 2297. El respeto de la dignidad de las personas. Secuestro terrorismo y tortura I
  • 2297-2298. El respeto de la dignidad de las personas. Secuestro terrorismo y tortura II
  • 2299. El respeto de la dignidad de las personas. El respeto a los muertos I
  • 2300-2301. El respeto de la dignidad de las personas. El respeto a los muertos II
  • 2302-2303. La defensa de la paz. La paz I
  • 2304. La defensa de la paz. La paz II
  • 2305-2306. La defensa de la paz. La paz III
  • 2307-2309. La defensa de la paz. Evitar la guerra I
  • 2310-2311. La defensa de la paz. Evitar la guerra II
  • 2312-2313. La defensa de la paz. Evitar la guerra III
  • 2314-2317. La defensa de la paz. Evitar la guerra IV
  • Preguntas y Respuestas Nº 10. Fin del quinto mandamiento
  • 2331. El sexto mandamiento. ‘Hombre y mujer los creó…’ I
  • 2332. ‘Hombre y mujer los creó…’ II
  • 2333. ‘Hombre y mujer los creó…’ III
  • 2334-2335. ‘Hombre y mujer los creó…’ IV
  • 2336-2337. La vocación a la castidad
  • 2338-2339. La vocación a la castidad. La integridad de la persona I
  • 2340. La vocación a la castidad. La integridad de la persona II
  • 2341. La vocación a la castidad. La integridad de la persona III
  • 2342-2343. La vocación a la castidad. La integridad de la persona IV
  • 2344-2345. La vocación a la castidad. La integridad de la persona V
  • 2346-2347. La vocación a la castidad. La totalidad del don de sí
  • 2348-2349. La vocación a la castidad. Los diversos géneros de la castidad
  • 2350. La vocación a la castidad. Diversos géneros de la castidad. Los novios
  • 2351. La vocación a la castidad. Ofensas a la castidad. La lujuria
  • 2352. La vocación a la castidad. Ofensas a la castidad. La masturbación
  • 2353-2354. La vocación a la castidad. Ofensas a la castidad. La fornicación y la pornografía
  • 2355. La vocación a la castidad. Ofensas a la castidad. La prostitución
  • 2356. La vocación a la castidad. Ofensas a la castidad. La violación
  • 2357-2359. La vocación a la castidad. Castidad y homosexualidad I
  • 2357-2359. La vocación a la castidad. Castidad y homosexualidad II
  • 2360-2361. El amor de los esposos I
  • 2362-2363. El amor de los esposos II
  • 2364-2365. El amor de los esposos. La fidelidad conyugal
  • 2366-2367. El amor de los esposos. La fecundidad del matrimonio I
  • 2368. El amor de los esposos. La fecundidad del matrimonio II
  • 2369-2370. El amor de los esposos. La fecundidad del matrimonio III
  • 2370-2372. El amor de los esposos. La fecundidad del matrimonio IV
  • 2373. El amor de los esposos. El don del hijo I
  • 2374-2375. El amor de los esposos. El don del hijo II
  • 2376. El amor de los esposos. El don del hijo III
  • 2377. El amor de los esposos. El don del hijo IV
  • 2378. El amor de los esposos. El don del hijo V
  • 2379. El amor de los esposos. El don del hijo VI. Instrucción ‘Donum Vitae’
  • 2380-2381. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. El adulterio
  • 2382. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. El divorcio I
  • 2383. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. El divorcio II
  • 2383. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. El divorcio III
  • 2384. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. El divorcio IV
  • 2385. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. El divorcio V
  • 2385. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. El divorcio VI
  • 2386. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. El divorcio VII
  • 2387. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. Otras ofensas a la dignidad del matrimonio. La poligamia
  • 2388. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. Otras ofensas a la dignidad del matrimonio. El incesto
  • 2389. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. Otras ofensas a la dignidad del matrimonio. Abusos a menores
  • 2390-2391. Las ofensas a la dignidad del matrimonio. Otras ofensas a la dignidad del matrimonio
  • Preguntas y Respuestas Nº 11. Fin del sexto mandamiento
  • 2401. El séptimo mandamiento
  • 2402. Destino universal de los bienes y propiedad privada I
  • 2403-2406. Destino universal de los bienes y propiedad privada II
  • 2407. El respeto de las personas y de sus bienes
  • 2408. El respeto de las personas y de sus bienes. El respeto de los bienes ajenos I
  • 2409. El respeto de las personas y de sus bienes. El respeto de los bienes ajenos II
  • 2410-2412. El respeto de las personas y de sus bienes. El respeto de los bienes ajenos III
  • 2413. El respeto de las personas y de sus bienes. El respeto de los bienes ajenos IV
  • 2414-2415. El respeto de las personas y de sus bienes. El respeto de los bienes ajenos V
  • 2415-2416. El respeto de las personas y de sus bienes. El respeto de la integridad de la creación I
  • 2417-2418. El respeto de las personas y de sus bienes. El respeto de la integridad de la creación II
  • 2419-2420. La doctrina social de la Iglesia I
  • 2421-2422. La doctrina social de la Iglesia II
  • 2423-2424. La doctrina social de la Iglesia III
  • 2425-2427. La doctrina social de la Iglesia IV. Actividad económica y justicia social
  • 2428. Actividad económica y justicia social. La espiritualidad del trabajo I
  • 2428-2430. Actividad económica y justicia social. La espiritualidad del trabajo II
  • 2431-2433. Actividad económica y justicia social. La responsabilidad del Estado
  • 2434-2436. Actividad económica y justicia social. El salario justo
  • 2437-2438. Justicia y solidaridad entre las naciones I
  • 2439-2442. Justicia y solidaridad entre las naciones II
  • 2443-2444. El amor de los pobres I
  • 2444-2446. El amor de los pobres II
  • 2447. El amor de los pobres III. Las obras de misericordia
  • 2447. El amor de los pobres IV
  • 2448-2449. El amor de los pobres V
  • Preguntas y Respuestas Nº 12. Fin del séptimo mandamiento
  • 2464-2466. El octavo mandamiento. Vivir en la verdad I
  • 2467-2468. Vivir en la verdad II
  • 2469-2470. Vivir en la verdad III
  • 2471-2472. ‘Dar testimonio de la verdad’ I
  • 2473. ‘Dar testimonio de la verdad’ II. El martirio
  • 2474. ‘Dar testimonio de la verdad’ III. Los mártires
  • 2475-2476. Ofensas a la verdad. Falso testimonio y perjurio
  • 2477. Ofensas a la verdad. El respeto de la reputación de las personas I
  • 2478-2479. Ofensas a la verdad. El respeto de la reputación de las personas II
  • 2480. Ofensas a la verdad. La adulación
  • 2481. Ofensas a la verdad. La vanagloria
  • 2481. Ofensas a la verdad. La ironía
  • 2482-2484. Ofensas a la verdad. La mentira I
  • 2485-2486. Ofensas a la verdad. La mentira II
  • 2487. Ofensas a la verdad. El deber de reparación
  • 2488-2489. El respeto a la verdad. La discreción
  • 2490-2492. El respeto a la verdad. Sigilo sacramental. Los secretos profesionales
  • 2493-2494. El uso de los medios de comunicación social I
  • 2495-2496. El uso de los medios de comunicación social II. Caridad y justicia
  • 2496-2497. El uso de los medios de comunicación social III
  • 2498-2499. El uso de los medios de comunicación social IV
  • 2500. Verdad, belleza y arte sacro I
  • 2501-2503. Verdad, belleza y arte sacro II
  • Catecismo. Epílogo (I) Pontificio Consejo para la cultura ‘El camino de la belleza’
  • Catecismo. Epílogo (II) Pontificio Consejo para la cultura ‘El camino de la belleza’
  • Preguntas y Respuestas Nº 13. Fin del octavo mandamiento
  • 2514-2515. El noveno mandamiento
  • 2516-2518. La purificación del corazón I
  • 2519. La purificación del corazón II
  • 2520. El combate por la pureza I
  • 2521. El combate por la pureza II
  • 2522-2523. El combate por la pureza III
  • 2524-2527. El combate por la pureza IV
  • 2534-2536. El décimo mandamiento. El desorden de la concupiscencia
  • 2537-2538. El desorden de la concupiscencia. La envidia I
  • 2539-2540. El desorden de la concupiscencia. La envidia II
  • 2541-2543. Los deseos del espíritu
  • 2544-2547. La pobreza de corazón
  • 2548-2550. ‘Quiero ver a Dios’
  • Preguntas y Respuestas Nº 14. Fin del noveno y décimo mandamiento
  • Preguntas y Respuestas Nº 15. Fin del noveno y décimo mandamiento
  • 2558. Comienza la 4ª parte: La oración cristiana. La oración en la vida cristiana
  • 2559. La oración como don de Dios I
  • 2560-2561. La oración como don de Dios II
  • 2562-2564. La oración como Alianza
  • 2565. La oración como Comunión
  • 2566. El hombre busca a Dios
  • 2567. Dios es quien primero llama al hombre
  • 2568-2569. En el Antiguo Testamento. La creación, fuente de la oración
  • 2570-2571. La Promesa y la oración de la fe I
  • 2572-2573. La Promesa y la oración de la fe II
  • 2573. La Promesa y la oración de la fe III
  • 2574-2575. Moisés y la oración del mediador I
  • 2576. Moisés y la oración del mediador II
  • 2577. Moisés y la oración del mediador III
  • 2578. David y la oración del rey I
  • 2579-2580. David y la oración del rey II
  • 2581-2582. Elías, los profetas y la conversión del corazón I
  • 2583. Elías, los profetas y la conversión del corazón II
  • 2584. Elías, los profetas y la conversión del corazón III
  • 2585. Los Salmos, oración de la Asamblea I
  • 2585-2586. Los Salmos, oración de la Asamblea II
  • 2587-2589. Los Salmos, oración de la Asamblea III
  • 2598-2599. La oración en la plenitud de los tiempos. Introducción
  • 2599-2600. Jesús ora I
  • 2601-2602. Jesús ora II
  • 2603. Jesús ora III
  • 2604. Jesús ora IV
  • 2605. Jesús ora V
  • 2605. Jesús ora VI
  • 2605. Jesús ora VII
  • 2606. Jesús ora VIII
  • 2607-2608. Jesús enseña a orar I
  • 2608. Jesús enseña a orar II
  • 2609-2610. Jesús enseña a orar III
  • 2610-2612. Jesús enseña a orar IV
  • 2612-2613. Jesús enseña a orar V
  • 2613-2614. Jesús enseña a orar VI
  • 2615. Jesús enseña a orar VII
  • 2616. Jesús escucha la oración
  • 2616-2617. La oración de la Virgen María I
  • 2617-2618. La oración de la Virgen María II
  • 2618. La oración de la Virgen María III
  • 2619. La oración de la Virgen María IV
  • 2623. La oración después de Pentecostés I
  • 2623-2624. La oración después de Pentecostés II
  • 2625. La oración después de Pentecostés III
  • 2626-2627. La bendición y la adoración I
  • 2627-2628. La bendición y la adoración II
  • 2629. La oración de petición I
  • 2630. La oración de petición II
  • 2631. La oración de petición III. La petición de perdón
  • 2632. La oración de petición IV. El deseo y la búsqueda del Reino
  • 2633. La oración de petición V
  • 2634. La oración de intercesión I
  • 2635. La oración de intercesión II
  • 2636. La oración de intercesión III
  • 2637. La oración de acción de gracias I
  • 2637-2638. La oración de acción de gracias II
  • 2639. La oración de alabanza I
  • 2639-2640. La oración de alabanza II
  • 2641. La oración de alabanza III
  • 2642. La oración de alabanza IV
  • 2643. La oración de alabanza V
  • 2650-2651. La tradición de la oración
  • 2652-2654. La Palabra de Dios
  • 2655. La Liturgia de la Iglesia
  • 2656-2657. Las virtudes teologales I. La fe y la esperanza
  • 2658. Las virtudes teologales II. El amor
  • 2659. «Hoy» I
  • 2660. «Hoy» II
  • 2663. El camino de la oración
  • 2665. La oración a Jesús I
  • 2664. La oración al Padre
  • 2666. La oración a Jesús II
  • 2667-2668. La oración a Jesús III
  • 2669. La oración a Jesús IV (El Corazón de Jesús)
  • 2669. La oración a Jesús V (El Vía Crucis)
  • 2670. «Ven, Espíritu Santo» I
  • 2671. «Ven, Espíritu Santo» II
  • 2671. «Ven, Espíritu Santo» III. Secuencia Pentecostés I
  • 2671. «Ven, Espíritu Santo» IV. Secuencia Pentecostés II
  • 2671. «Ven, Espíritu Santo» V. Secuencia Pentecostés III
  • 2671. «Ven, Espíritu Santo» VI. Secuencia Pentecostés IV
  • 2671-2672. «Ven, Espíritu Santo» VII. Secuencia Pentecostés V
  • 2673-2674. En comunión con la Santa Madre de Dios I
  • 2675. En comunión con la Santa Madre de Dios II
  • 2676. En comunión con la Santa Madre de Dios III. Avemaría I
  • 2676. En comunión con la Santa Madre de Dios IV. Avemaría II
  • 2676. En comunión con la Santa Madre de Dios V. Avemaría III
  • 2677. En comunión con la Santa Madre de Dios VI. Avemaría IV
  • 2677. En comunión con la Santa Madre de Dios VII. Avemaría V
  • 2678-2679. En comunión con la Santa Madre de Dios VIII. La oración del Rosario
  • 2683-2684. Una pléyade de testigos
  • 2685. Servidores de la oración. La familia cristiana
  • 2686. Servidores de la oración. Los ministros ordenados
  • 2687-2688. Servidores de la oración. Los religiosos y la catequesis
  • 2689-2690. Servidores de la oración. Grupos de oración y la dirección espiritual
  • 2691. Lugares favorables para la oración
  • Preguntas y Respuestas Nº 16. Fin del capítulo segundo
  • 2697-2698. La vida de oración
  • 2699-2701. La oración vocal I
  • 2702-2704. La oración vocal II
  • 2705-2706. La meditación I
  • 2707-2708. La meditación II
  • 2709. La oración contemplativa I
  • 2710-2711. La oración contemplativa II
  • 2712-2713. La oración contemplativa III
  • 2714-2715. La oración contemplativa IV
  • 2716-2719. La oración contemplativa V
  • 2725-2726. Obstáculos para la oración I
  • 2726-2727. Obstáculos para la oración II
  • 2728. Obstáculos para la oración III
  • 2729-2731. La humilde vigilancia del corazón. Frente a las dificultades de la oración
  • 2732-2733. La humilde vigilancia del corazón. Frente a las tentaciones de la oración
  • 2734-2737. La confianza filial. Queja por la oración no escuchada
  • 2738-2739. La confianza filial. La oración es eficaz I
  • 2740-2741. La confianza filial. La oración es eficaz II
  • 2741. La confianza filial. La oración es eficaz III. Las siete palabras
  • 2742-2743. Perseverar en el amor I
  • 2744-2745. Perseverar en el amor II
  • 2746-2747. La oración de la hora de Jesús I
  • 2748. La oración de la hora de Jesús II
  • 2749-2751. La oración de la hora de Jesús III
  • 2759-2760. La oración del Señor: «Padre nuestro»
  • 2761. Resumen de todo el evangelio
  • 2762-2763. Corazón de las Sagradas Escrituras I
  • 2764-2765. Corazón de las Sagradas Escrituras II. «La oración del Señor» I
  • 2766. «La oración del Señor» II
  • 2767-2769. Oración de la Iglesia I
  • 2770-2772. Oración de la Iglesia II
  • 2777. Acercarse a él con toda confianza I
  • 2778. Acercarse a él con toda confianza II
  • 2779. «¡Padre!» I
  • 2780-2781. «¡Padre!» II
  • 2782-2783. «¡Padre!» III
  • 2784-2785. «¡Padre!» IV
  • 2786-2787. Padre «nuestro» I
  • 2788-2790. Padre «nuestro» II
  • 2791-2792. Padre «nuestro» III
  • 2793. Padre «nuestro» IV
  • 2794. «Que estás en el cielo» I
  • 2795-2796. «Que estás en el cielo» II
  • Preguntas y Respuestas Nº 17
  • 2803. Las siete peticiones I
  • 2804. Las siete peticiones II
  • 2805-2806. Las siete peticiones III
  • 2807-2809. Santificado sea tu nombre I
  • 2810-2811. Santificado sea tu nombre II
  • 2812-2813. Santificado sea tu nombre III
  • 2814-2815. Santificado sea tu nombre IV
  • 2816-2817. Venga a nosotros tu reino I
  • 2818. Venga a nosotros tu reino II
  • 2819. Venga a nosotros tu reino III
  • 2820. Venga a nosotros tu reino IV
  • 2821. Venga a nosotros tu reino V
  • Preguntas y Respuestas Nº 18
  • 2822. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo I
  • 2823-2824. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo II
  • 2825. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo III
  • 2826. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo IV
  • 2827. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo V
  • 2828-2829. Damos hoy nuestro pan de cada día I
  • 2830-2831. Damos hoy nuestro pan de cada día II
  • 2832-2833. Damos hoy nuestro pan de cada día III
  • 2834. Damos hoy nuestro pan de cada día IV
  • 2835. Damos hoy nuestro pan de cada día V
  • 2836-2837. Damos hoy nuestro pan de cada día VI
  • 2838. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden I
  • 2839-2840. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden II
  • 2841-2842. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden III
  • 2843. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden IV
  • 2844. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden V
  • 2845. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden VI
  • Preguntas y Respuestas Nº 19
  • 2846. No nos dejes caer en la tentación I
  • 2847. No nos dejes caer en la tentación II
  • 2848. No nos dejes caer en la tentación III
  • 2849. No nos dejes caer en la tentación IV
  • 2850-2851. Y líbranos del mal I
  • 2852. Y líbranos del mal II
  • 2853-2854. Y líbranos del mal III
  • 2855-2856. La doxología final
  • Constitución Apostólica Fidei Depositum
  • Prólogo
  • I. La vida del hombre: conocer y amar a Dios
  • II. Transmitir la fe: la catequesis
  • III. Fin y destinatarios de este Catecismo
  • IV. La estructura del "Catecismo de la Iglesia Católica"
  • Primera parte: la profesión de la fe
  • Segunda parte: Los sacramentos de la fe
  • Tercera parte: La vida de fe
  • Cuarta parte: La oración en la vida de la fe
  • V. Indicaciones prácticas para el uso de este Catecismo
  • VI. Las necesarias adaptaciones
  • Primera Parte
  • La profesión de la fe
  • "CREO", "CREEMOS"
  • EL HOMBRE ES "CAPAZ" DE DIOS
  • I. El deseo de Dios
  • II. Las vías de acceso al conocimiento de Dios
  • III. El conocimiento de Dios según la Iglesia
  • IV. ¿Cómo hablar de Dios?
  • DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE
  • LA REVELACIÓN DE DIOS
  • I. Dios revela su designio amoroso
  • II. Las etapas de la revelación
  • Desde el origen, Dios se da a conocer
  • La alianza con Noé
  • Dios elige a Abraham
  • Dios forma a su pueblo Israel
  • III. Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación»
  • Dios ha dicho todo en su Verbo
  • No habrá otra revelación
  • LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA
  • I. La Tradición apostólica
  • La predicación apostólica...
  • ... continuada en la sucesión apostólica
  • II. La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura
  • Una fuente común...
  • ... dos modos distintos de transmisión
  • III. La interpretación del depósito de la fe
  • El Magisterio de la Iglesia
  • Los dogmas de la fe
  • El sentido sobrenatural de la fe
  • El crecimiento en la inteligencia de la fe
  • LA SAGRADA ESCRITURA
  • I. Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura
  • II. Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura
  • III. El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura
  • El sentido de la Escritura
  • IV. El canon de las Escrituras
  • El Antiguo Testamento
  • El Nuevo Testamento
  • La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento
  • V. La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia
  • LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS
  • CREO
  • I. La obediencia de la fe
  • Abraham, «padre de todos los creyentes»
  • María: «Dichosa la que ha creído»
  • II. "Yo sé en quién tengo puesta mi fe"
  • Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios
  • Creer en el Espíritu Santo
  • III. Las características de la fe
  • La fe es una gracia
  • La fe es un acto humano
  • La fe y la inteligencia
  • La libertad de la fe
  • La necesidad de la fe
  • La perseverancia en la fe
  • La fe, comienzo de la vida eterna
  • CREEMOS
  • I. "Mira, Señor, la fe de tu Iglesia"
  • II. El lenguaje de la fe
  • III. Una sola fe
  • El Credo
  • LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
  • LOS SÍMBOLOS DE LA FE
  • CREO EN DIOS PADRE
  • «CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,
  • CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
  • CREO EN DIOS
  • I. «Creo en un solo Dios»
  • II. Dios revela su Nombre
  • El Dios vivo
  • Yo soy el que soy
  • Dios misericordioso y clemente
  • Solo Dios ES
  • III. Dios, "El que es", es verdad y amor
  • Dios es la Verdad
  • Dios es Amor
  • IV. Consecuencias de la fe en el Dios único
  • EL PADRE
  • I. "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
  • II. La revelación de Dios como Trinidad
  • El Padre revelado por el Hijo
  • El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
  • III. La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe
  • La formación del dogma trinitario
  • El dogma de la Santísima Trinidad
  • IV. Las obras divinas y las misiones trinitarias
  • EL TODOPODEROSO
  • Todo cuanto le place, lo realiza
  • El misterio de la aparente impotencia de Dios
  • EL CREADOR
  • I. La catequesis sobre la creación
  • II. La creación: obra de la Santísima Trinidad
  • III. "El mundo ha sido creado para la gloria de Dios"
  • IV. El misterio de la creación
  • Dios crea por sabiduría y por amor
  • Dios crea "de la nada"
  • Dios crea un mundo ordenado y bueno
  • Dios transciende la creación y está presente en ella
  • Dios mantiene y conduce la creación
  • V. Dios realiza su designio: la divina providencia
  • La providencia y las causas segundas
  • La providencia y el escándalo del mal
  • EL CIELO Y LA TIERRA
  • I. Los ángeles
  • Quiénes son los ángeles
  • Cristo "con todos sus ángeles"
  • Los ángeles en la vida de la Iglesia
  • II. El mundo visible
  • EL HOMBRE
  • I. "A imagen de Dios"
  • II. "Corpore et anima unus"
  • III. "Hombre y mujer los creó"
  • Igualdad y diferencia queridas por Dios
  • El uno para el otro", "una unidad de dos
  • IV. El hombre en el paraíso
  • LA CAÍDA
  • I. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia
  • La realidad del pecado
  • El pecado original: una verdad esencial de la fe
  • Para leer el relato de la caída
  • II. La caída de los ángeles
  • III. El pecado original
  • La prueba de la libertad
  • El primer pecado del hombre
  • Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
  • Un duro combate...
  • IV. "No lo abandonaste al poder de la muerte"
  • CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
  • Anunciar... la inescrutable riqueza de Cristo
  • En el centro de la catequesis: Cristo
  • Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR
  • I. Jesús
  • II. Cristo
  • III. Hijo único de Dios
  • IV. Señor
  • JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN
  • EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE
  • I. Por qué el Verbo se hizo carne
  • II. La Encarnación
  • III. Verdadero Dios y verdadero hombre
  • IV. Cómo es hombre el Hijo de Dios
  • El alma y el conocimiento humano de Cristo
  • La voluntad humana de Cristo
  • El verdadero cuerpo de Cristo
  • El Corazón del Verbo encarnado
  • ... CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN
  • I. Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo...
  • II. ... nació de la Virgen María
  • La predestinación de María
  • La Inmaculada Concepción
  • Hágase en mí según tu palabra...
  • La maternidad divina de María
  • La virginidad de María
  • María, la "siempre Virgen"
  • La maternidad virginal de María en el designio de Dios
  • LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
  • I. Toda la vida de Cristo es misterio
  • Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús
  • Nuestra comunión en los misterios de Jesús
  • II. Los misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús
  • Los preparativos
  • El misterio de Navidad
  • Los misterios de la infancia de Jesús
  • Los misterios de la vida oculta de Jesús
  • III. Los misterios de la vida pública de Jesús
  • El Bautismo de Jesús
  • Las tentaciones de Jesús
  • El Reino de Dios está cerca
  • El anuncio del Reino de Dios
  • Los signos del Reino de Dios
  • Las llaves del Reino
  • Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración
  • La subida de Jesús a Jerusalén
  • La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
  • JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO
  • JESÚS E ISRAEL
  • I. Jesús y la Ley
  • II. Jesús y el Templo
  • III. Jesús y la fe de Israel en el Dios único y Salvador
  • JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO
  • I. El proceso de Jesús
  • Divisiones de las autoridades judías respecto a Jesús
  • Los judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús
  • Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo
  • II. La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación
  • Jesús entregado según el preciso designio de Dios
  • Dios le hizo pecado por nosotros
  • Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
  • III. Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados
  • Toda la vida de Cristo es oblación al Padre
  • El cordero que quita el pecado del mundo
  • Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
  • La agonía de Getsemaní
  • La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
  • Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
  • En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
  • Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
  • JESUCRISTO FUE SEPULTADO
  • El cuerpo de Cristo en el sepulcro
  • No dejarás que tu santo vea la corrupción
  • Sepultados con Cristo...
  • JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
  • JESÚS DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS
  • AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
  • I. Acontecimiento histórico y transcendente
  • El sepulcro vacío
  • Las apariciones del Resucitado
  • El estado de la humanidad resucitada de Cristo
  • La Resurrección como acontecimiento transcendente
  • II. La Resurrección, obra de la Santísima Trinidad
  • III. Sentido y alcance salvífico de la Resurrección
  • JESUCRISTO SUBIÓ A LOS CIELOS, Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE DIOS, PADRE TODOPODEROSO
  • DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
  • I. Volverá en gloria
  • Cristo reina ya mediante la Iglesia...
  • ... esperando que todo le sea sometido
  • El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
  • La última prueba de la Iglesia
  • II. «Para juzgar a vivos y muertos»
  • CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
  • Creo en el Espíritu Santo
  • I. La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo
  • II. Nombre, apelativos y símbolos del Espíritu Santo
  • El nombre propio del Espíritu Santo
  • Los apelativos del Espíritu Santo
  • Los símbolos del Espíritu Santo
  • III. El Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo de las promesas
  • En la Creación
  • En las Teofanías y en la Ley
  • En el Reino y en el Exilio
  • La espera del Mesías y de su Espíritu
  • IV. El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos
  • Juan, Precursor, Profeta y Bautista
  • Alégrate, llena de gracia
  • Cristo Jesús
  • V. El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos
  • Pentecostés
  • El Espíritu Santo, el don de Dios
  • El Espíritu Santo y la Iglesia
  • CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA
  • LA IGLESIA EN EL DESIGNIO DE DIOS
  • I. Los nombres y las imágenes de la Iglesia
  • Los símbolos de la Iglesia
  • II. Origen, fundación y misión de la Iglesia
  • La Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo
  • La Iglesia, preparada en la Antigua Alianza
  • La Iglesia, instituida por Cristo Jesús
  • La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
  • La Iglesia, consumada en la gloria
  • III. El misterio de la Iglesia
  • La Iglesia, misterio de la unión de los hombres con Dios
  • La Iglesia, sacramento universal de la salvación
  • LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO,
  • TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO
  • I. La Iglesia, Pueblo de Dios
  • Las características del Pueblo de Dios
  • Un pueblo sacerdotal, profético y real
  • II. La Iglesia, Cuerpo de Cristo
  • La Iglesia es comunión con Jesús
  • Un solo cuerpo
  • Cristo, Cabeza de este Cuerpo
  • La Iglesia es la Esposa de Cristo
  • III. La Iglesia, Templo del Espíritu Santo
  • Los carismas
  • LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA
  • I. La Iglesia es una
  • El sagrado misterio de la unidad de la Iglesia
  • Las heridas de la unidad
  • Hacia la unidad
  • II. La Iglesia es santa
  • III. La Iglesia es católica
  • Qué quiere decir "católica"
  • Quién pertenece a la Iglesia católica
  • La Iglesia y los no cristianos
  • Fuera de la Iglesia no hay salvación
  • La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia
  • IV. La Iglesia es apostólica
  • La misión de los Apóstoles
  • Los obispos sucesores de los Apóstoles
  • El apostolado
  • LOS FIELES DE CRISTO: JERARQUÍA, LAICOS, VIDA CONSAGRADA
  • I. La constitución jerárquica de la Iglesia
  • Razón del ministerio eclesial
  • El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
  • La misión de enseñar
  • La misión de santificar
  • La misión de gobernar
  • II. Los fieles cristianos laicos
  • La vocación de los laicos
  • La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo
  • Su participación en la misión profética de Cristo
  • Su participación en la misión real de Cristo
  • III. La vida consagrada
  • Consejos evangélicos, vida consagrada
  • Un gran árbol, múltiples ramas
  • La vida eremítica
  • Las vírgenes y las viudas consagradas
  • La vida religiosa
  • Los institutos seculares
  • Las sociedades de vida apostólica
  • Consagración y misión: anunciar al Rey que viene
  • LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
  • I. La comunión de los bienes espirituales
  • II. La comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra
  • MARÍA, MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA
  • I. La maternidad de María respecto de la Iglesia
  • Totalmente unida a su Hijo...
  • ... también en su Asunción...
  • ... ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
  • II. El culto a la Santísima Virgen
  • III. María icono escatológico de la Iglesia
  • CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS
  • I. Un solo Bautismo para el perdón de los pecados
  • II. La potestad de las llaves
  • CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
  • I. La Resurrección de Cristo y la nuestra
  • Revelación progresiva de la Resurrección
  • Cómo resucitan los muertos
  • Resucitados con Cristo
  • II. Morir en Cristo Jesús
  • La muerte
  • El sentido de la muerte cristiana
  • CREO EN LA VIDA ETERNA
  • I. El juicio particular
  • II. El cielo
  • III. La purificación final o purgatorio
  • IV. El infierno
  • V. El Juicio final
  • VI. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
  • AMÉN
  • Segunda Parte
  • La celebración del misterio cristiano
  • Razón de ser de la liturgia
  • Significación de la palabra "Liturgia"
  • La liturgia como fuente de Vida
  • Oración y liturgia
  • Catequesis y liturgia
  • LA ECONOMIA SACRAMENTAL
  • EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
  • LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
  • I. El Padre, fuente y fin de la liturgia
  • II. La obra de Cristo en la liturgia
  • Cristo glorificado...
  • ...desde la Iglesia de los Apóstoles...
  • ...la cual participa en la liturgia celestial
  • III. El Espíritu Santo y la Iglesia en la liturgia
  • El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
  • El Espíritu Santo recuerda el misterio de Cristo
  • El Espíritu Santo actualiza el misterio de Cristo
  • La comunión en el Espíritu Santo
  • EL MISTERIO PASCUAL EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
  • I. Sacramentos de Cristo
  • II. Sacramentos de la Iglesia
  • III. Sacramentos de la fe
  • IV. Sacramentos de la salvación
  • V. Sacramentos de la vida eterna
  • LA CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL
  • CELEBRAR LA LITURGIA DE LA IGLESIA
  • I. ¿Quién celebra?
  • Los celebrantes de la liturgia celestial
  • Los celebrantes de la liturgia sacramental
  • II. ¿Cómo celebrar?
  • Signos y símbolos
  • Palabras y acciones
  • Canto y música
  • Imágenes sagradas
  • III. ¿Cuándo celebrar?
  • El tiempo litúrgico
  • El día del Señor
  • El año litúrgico
  • El santoral en el año litúrgico
  • La Liturgia de las Horas
  • IV. ¿Dónde celebrar?
  • DIVERSIDAD LITÚRGICA Y UNIDAD DEL MISTERIO
  • Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la Iglesia
  • Liturgia y culturas
  • LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
  • LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
  • EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
  • I. El nombre de este sacramento
  • II. El Bautismo en la Economía de la salvación
  • Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua Alianza
  • El Bautismo de Cristo
  • El Bautismo en la Iglesia
  • III. La celebración del sacramento del Bautismo
  • La iniciación cristiana
  • La mistagogia de la celebración
  • IV. Quién puede recibir el Bautismo
  • El Bautismo de adultos
  • El Bautismo de niños
  • Fe y Bautismo
  • V. Quién puede bautizar
  • VI. La necesidad del Bautismo
  • VII. La gracia del Bautismo
  • Para la remisión de los pecados...
  • Una criatura nueva
  • Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
  • Vínculo sacramental de la unidad de los cristianos
  • Sello espiritual indeleble...
  • EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
  • I. La Confirmación en la Economía de la salvación
  • Dos tradiciones: Oriente y Occidente
  • II. Los signos y el rito de la Confirmación
  • La celebración de la Confirmación
  • III. Los efectos de la Confirmación
  • IV. Quién puede recibir este sacramento
  • V. El ministro de la Confirmación
  • EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
  • I. La Eucaristía, fuente y culmen de la vida eclesial
  • II. El nombre de este sacramento
  • III. La Eucaristía en la economía de la salvación
  • Los signos del pan y del vino
  • La institución de la Eucaristía
  • Haced esto en memoria mía
  • IV. La celebración litúrgica de la Eucaristía
  • La misa de todos los siglos
  • El desarrollo de la celebración
  • V. El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia
  • La acción de gracias y la alabanza al Padre
  • El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
  • La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo
  • VI. El banquete pascual
  • Tomad y comed todos de él": la comunión
  • Los frutos de la comunión
  • VII. La Eucaristía, "Pignus futurae gloriae”
  • LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN
  • EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN
  • I. El nombre de este sacramento
  • II. Por qué un sacramento de la Reconciliación después del Bautismo
  • III. La conversión de los bautizados
  • IV. La penitencia interior
  • V. Diversas formas de penitencia en la vida cristiana
  • VI. El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación
  • Sólo Dios perdona el pecado
  • Reconciliación con la Iglesia
  • El sacramento del perdón
  • VII. Los actos del penitente
  • La contrición
  • La confesión de los pecados
  • La satisfacción
  • VIII. El ministro de este sacramento
  • IX. Los efectos de este sacramento
  • X. Las indulgencias
  • Qué son las indulgencias
  • Las penas del pecado
  • En la comunión de los santos
  • XI. La celebración del sacramento de la Penitencia
  • LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
  • I. Fundamentos en la economía de la salvación
  • La enfermedad en la vida humana
  • El enfermo ante Dios
  • Cristo, médico
  • Sanad a los enfermos...
  • Un sacramento de los enfermos
  • II. Quién recibe y quién administra este sacramento
  • En caso de grave enfermedad...
  • ...llame a los presbíteros de la Iglesia
  • III. La celebración del sacramento
  • IV. Efectos de la celebración de este sacramento
  • V. El viático, último sacramento del cristiano
  • LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
  • EL SACRAMENTO DEL ORDEN
  • I. El nombre de sacramento del Orden
  • II. El sacramento del Orden en la Economía de la salvación
  • El sacerdocio de la Antigua Alianza
  • El único sacerdocio de Cristo
  • Dos modos de participar en el único sacerdocio de Cristo
  • In persona Christi Capitis...
  • In nomine totius Ecclesiae
  • III. Los tres grados del sacramento del Orden
  • La ordenación episcopal, plenitud del sacramento del Orden
  • La ordenación de los presbíteros, cooperadores de los obispos
  • La ordenación de los diáconos, "en orden al ministerio"
  • IV. La celebración de este sacramento
  • V. El ministro de este sacramento
  • VI. Quién puede recibir este sacramento
  • VII. Efectos del sacramento del Orden
  • El carácter indeleble
  • La gracia del Espíritu Santo
  • EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
  • I. El matrimonio en el plan de Dios
  • El matrimonio en el orden de la creación
  • El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
  • El matrimonio bajo la pedagogía de la antigua Ley
  • La virginidad por el Reino de Dios
  • II. La celebración del Matrimonio
  • III. El consentimiento matrimonial
  • Matrimonios mixtos y disparidad de culto
  • IV. Los efectos del sacramento del Matrimonio
  • El vínculo matrimonial
  • La gracia del sacramento del Matrimonio
  • V. Los bienes y las exigencias del amor conyugal
  • Unidad e indisolubilidad del matrimonio
  • La fidelidad del amor conyugal
  • La apertura a la fecundidad
  • VI. La Iglesia doméstica
  • OTRAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
  • LOS SACRAMENTALES
  • Características de los sacramentales
  • Diversas formas de sacramentales
  • La religiosidad popular
  • LAS EXEQUIAS CRISTIANAS
  • I. La última Pascua del cristiano
  • II. La celebración de las exequias
  • Tercera parte
  • LA VIDA EN CRISTO
  • LA VOCACION DEL HOMBRE: LA VIDA EN EL ESPIRITU
  • LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
  • LA VIDA EN EL ESPÍRITU
  • LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
  • EL HOMBRE, IMAGEN DE DIOS
  • NUESTRA VOCACIÓN A LA BIENAVENTURANZA
  • I. Las bienaventuranzas
  • II. El deseo de felicidad
  • III. La bienaventuranza cristiana
  • LA LIBERTAD DEL HOMBRE
  • I. Libertad y responsabilidad
  • II. La libertad humana en la Economía de la salvación
  • LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS
  • I. Fuentes de la moralidad
  • II. Los actos buenos y los actos malos
  • LA MORALIDAD DE LAS PASIONES
  • I. Las pasiones
  • II. Pasiones y vida moral
  • LA CONCIENCIA MORAL
  • I. El dictamen de la conciencia
  • II. La formación de la conciencia
  • III. Decidir en conciencia
  • IV. El juicio erróneo
  • LAS VIRTUDES
  • I. Las virtudes humanas
  • Distinción de las virtudes cardinales
  • Las virtudes y la gracia
  • II. Las virtudes teologales
  • La fe
  • La esperanza
  • La caridad
  • III. Dones y frutos del Espíritu Santo
  • EL PECADO
  • I. La misericordia y el pecado
  • II. Definición de pecado
  • III. La diversidad de pecados
  • IV. La gravedad del pecado: pecado mortal y venial
  • V. La proliferación del pecado
  • LA COMUNIDAD HUMANA
  • PERSONA Y SOCIEDAD
  • I. Carácter comunitario de la vocación humana
  • II. Conversión y la sociedad
  • PARTICIPACIÓN EN LA VIDA SOCIAL
  • I. La autoridad
  • II. El bien común
  • III. Responsabilidad y participación
  • JUSTICIA SOCIAL
  • I. El respeto de la persona humana
  • II. Igualdad y diferencias entre los hombres
  • III. La solidaridad humana
  • LA SALVACIÓN DE DIOS:
  • LA LEY Y LA GRACIA
  • LA LEY MORAL
  • I. La ley moral natural
  • II. La Ley antigua
  • III. La Ley nueva o Ley evangélica
  • GRACIA Y JUSTIFICACIÓN
  • I. La justificación
  • II. La gracia
  • III. El mérito
  • IV. La santidad cristiana
  • La Iglesia, madre y maestra
  • I. Vida moral y Magisterio de la Iglesia
  • II. Los mandamientos de la Iglesia
  • III. Vida moral y testimonio misionero
  • LOS DIEZ MANDAMIENTOS
  • LOS DIEZ MANDAMIENTOS
  • (Fórmulas bíblicas y catequética de los Mandamientos en la página anterior)
  • Maestro, ¿qué he de hacer...?
  • El Decálogo en la Sagrada Escritura
  • El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
  • La unidad del Decálogo
  • El Decálogo y la ley natural
  • La obligación del Decálogo
  • Sin mí no podéis hacer nada
  • «AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS
  • CON TODO TU CORAZÓN,
  • CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
  • EL PRIMER MANDAMIENTO
  • I. "Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás"
  • La fe
  • La esperanza
  • La caridad
  • II. "A Él sólo darás culto"
  • La adoración
  • La oración
  • El sacrificio
  • Promesas y votos
  • El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa
  • III. "No habrá para ti otros dioses delante de mí"
  • La superstición
  • La idolatría
  • Adivinación y magia
  • La irreligión
  • El ateísmo
  • El agnosticismo
  • IV. "No te harás escultura alguna..."
  • EL SEGUNDO MANDAMIENTO
  • I. El Nombre del Señor es santo
  • II. Tomar el Nombre del Señor en vano
  • III. El nombre cristiano
  • EL TERCER MANDAMIENTO
  • I. El día del sábado
  • II. El día del Señor
  • El día de la Resurrección: la nueva creación
  • El domingo, plenitud del sábado
  • La Eucaristía dominical
  • La obligación del domingo
  • Día de gracia y de descanso
  • «AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»
  • EL CUARTO MANDAMIENTO
  • I. La familia en el plan de Dios
  • La familia cristiana
  • II. La familia y la sociedad
  • III. Deberes de los miembros de la familia
  • Deberes de los hijos
  • Deberes de los padres
  • IV. La familia y el reino de Dios
  • V. Las autoridades en la sociedad civil
  • Deberes de las autoridades civiles
  • Deberes de los ciudadanos
  • La comunidad política y la Iglesia
  • EL QUINTO MANDAMIENTO
  • I. El respeto de la vida humana
  • El testimonio de la historia sagrada
  • La legítima defensa
  • El homicidio voluntario
  • El aborto
  • La eutanasia
  • El suicidio
  • II. El respeto de la dignidad de las personas
  • El respeto del alma del prójimo: el escándalo
  • El respeto de la salud
  • El respeto de la persona y la investigación científica
  • El respeto de la integridad corporal
  • El respeto a los muertos
  • III. La defensa de la paz
  • La paz
  • Evitar la guerra
  • EL SEXTO MANDAMIENTO
  • I. "Hombre y mujer los creó..."
  • II. La vocación a la castidad
  • La integridad de la persona
  • La integridad del don de sí
  • Los diversos regímenes de la castidad
  • Las ofensas a la castidad
  • Castidad y homosexualidad
  • III. El amor de los esposos
  • La fidelidad conyugal
  • La fecundidad del matrimonio
  • El don del hijo
  • IV. Las ofensas a la dignidad del matrimonio
  • El divorcio
  • Otras ofensas a la dignidad del matrimonio
  • EL SÉPTIMO MANDAMIENTO
  • I. El destino universal y la propiedad privada de los bienes
  • II. El respeto de las personas y sus bienes
  • El respeto de los bienes ajenos
  • El respeto de la integridad de la creación
  • III. La doctrina social de la Iglesia
  • IV. Actividad económica y justicia social
  • V. Justicia y solidaridad entre las naciones
  • VI. El amor a los pobres
  • EL OCTAVO MANDAMIENTO
  • I. Vivir en la verdad
  • II. "Dar testimonio de la verdad"
  • III. Ofensas a la verdad
  • IV. El respeto a la verdad
  • V. El uso de los medios de comunicación social
  • VI. Verdad, belleza y arte sacro
  • EL NOVENO MANDAMIENTO
  • I. La purificación del corazón
  • II. El combate por la pureza
  • EL DÉCIMO MANDAMIENTO
  • I. El desorden de la concupiscencia
  • II. Los deseos del Espíritu
  • III. La pobreza de corazón
  • IV. "Quiero ver a Dios"
  • CUARTA PARTE
  • LA ORACIÓN CRISTIANA
  • LA ORACION EN LA VIDA CRISTIANA
  • ¿QUÉ ES LA ORACIÓN?
  • La oración como don de Dios
  • La oración como Alianza
  • La oración como comunión
  • LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN
  • Vocación universal a la oración
  • EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
  • La creación, fuente de la oración
  • La Promesa y la oración de la fe
  • Moisés y la oración del mediador
  • David y la oración del rey
  • Elías, los profetas y la conversión del corazón
  • Los Salmos, oración de la asamblea
  • EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
  • Jesús ora
  • Jesús enseña a orar
  • Jesús escucha la oración
  • La oración de la Virgen María
  • EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
  • I. La bendición y la adoración
  • II. La oración de petición
  • III. La oración de intercesión
  • IV. La oración de acción de gracias
  • V. La oración de alabanza
  • LA TRADICIÓN DE LA ORACIÓN
  • LAS FUENTES DE LA ORACIÓN
  • La Palabra de Dios
  • La Liturgia de la Iglesia
  • Las virtudes teologales
  • Hoy
  • EL CAMINO DE LA ORACIÓN
  • La oración al Padre
  • La oración a Jesús
  • Ven, Espíritu Santo
  • En comunión con la santa Madre de Dios
  • MAESTROS Y LUGARES DE ORACIÓN
  • Una pléyade de testigos
  • Servidores de la oración
  • Lugares favorables para la oración
  • LA VIDA DE ORACIÓN
  • EXPRESIONES DE LA ORACIÓN
  • I. La oración vocal
  • II. La meditación
  • III. La oración contemplativa
  • EL COMBATE DE LA ORACIÓN
  • I. Obstáculos para la oración
  • II. La humilde vigilancia del corazón
  • Frente a las dificultades de la oración
  • Frente a las tentaciones en la oración
  • III. La confianza filial
  • Queja por la oración no escuchada
  • Para que nuestra oración sea eficaz
  • IV. Perseverar en el amor
  • LA ORACIÓN DE LA HORA DE JESÚS
  • LA ORACION DEL SEÑOR: "PADRE NUESTRO"
  • RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO
  • I. Corazón de las Sagradas Escrituras
  • II. "La oración del Señor"
  • III. Oración de la Iglesia
  • PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO
  • I. Acercarse a Él con toda confianza
  • II. "¡Padre!"
  • III. Padre "nuestro"
  • IV. "Que estás en el cielo"
  • LAS SIETE PETICIONES
  • I. «Santificado sea tu nombre»
  • II. Venga a nosotros tu Reino
  • III. «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»
  • IV. «Danos hoy nuestro pan de cada día»
  • V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
  • «Perdona nuestras ofensas»...
  • ... «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
  • VI. «No nos dejes caer en la tentación»
  • VII. «Y líbranos del mal»
  • LA DOXOLOGÍA FINAL
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Constitución Apostólica
Fidei Depositum

del Sumo Pontífice Juan Pablo II, para la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, redactado después del Conciclio Ecuménico Vaticano II. (Haz click aquí para visualizar el texto completo)

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Constitución Apostólica
Fidei Depositum

del Sumo Pontífice Juan Pablo II, para la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, redactado después del Conciclio Ecuménico Vaticano II.

A los Venerables Hermanos
Cardenales, Arzobispos, Obispos, Presbíteros, Diáconos
y a todos los miembros del Pueblo de Dios.

Juan Pablo II, Obispo,
Siervo de los Siervos de Dios
Para perpetua memoria

1. Introducción

Guardar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo. El concilio ecuménico Vaticano II, inaugurado solemnemente hace treinta años por nuestro predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, tenía como intención y finalidad poner de manifiesto la misión apostólica y pastoral de la Iglesia, a fin de que el resplandor de la verdad evangélica llevara a todos los hombres a buscar y aceptar el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento (cf. Ef 3, 19).

A ese Concilio el Papa Juan XXIII había asignado como tarea principal custodiar y explicar mejor el precioso depósito de la doctrina católica, para hacerlo más accesible a los fieles y a todos los hombres de buena voluntad. Por consiguiente, el Concilio no tenía como misión primaria condenar los errores de la época, sino que debía ante todo esforzarse serenamente por mostrar la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe. "Iluminada por la luz de este Concilio -decía el Papa-, la Iglesia crecerá con riquezas espirituales y, sacando de él nueva energía y nuevas fuerzas, mirará intrépida al futuro... A nosotros nos corresponde dedicarnos con empeño, y sin temor, a la obra que exige nuestra época, prosiguiendo así el camino que la Iglesia ha recorrido desde hace casi veinte siglos" [1].

Con la ayuda de Dios, los padres conciliares, en cuatro años de trabajo, pudieron elaborar y ofrecer a toda la Iglesia un notable conjunto de exposiciones doctrinales y directrices pastorales. Pastores y fieles encuentran en él orientaciones para llevar a cabo aquella "renovación de pensamientos y actividades, de costumbres y virtudes morales, de gozo y esperanza, que era un deseo ardiente del Concilio" [2].

Después de su conclusión, el Concilio no ha cesado de inspirar la vida de la Iglesia. En 1985 quise señalar: "Para mí, que tuve la gracia especial de participar y colaborar activamente en su desenvolvimiento, el Vaticano II ha sido siempre, y es de modo particular en estos años de mi pontificado, el punto de referencia constante de toda mi acción pastoral, con el compromiso responsable de traducir sus directrices en aplicación concreta y fiel, a nivel de cada Iglesia y de toda la Iglesia. Hay que acudir incesantemente a esa fuente" [3]

Con esa intención, el 25 de enero de 1985 convoqué una asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio. Objetivo de esa asamblea era dar gracias y celebrar los frutos espirituales del concilio Vaticano II, profundizar su enseñanza para lograr una mayor adhesión a la misma y difundir su conocimiento y aplicación.

En esa circunstancia, los padres sinodales afirmaron: "Son numerosos los que han expresado el deseo de que se elabore un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto en materia de fe como de moral, para que sirva casi como punto de referencia para los catecismos o compendios que se preparan en las diversas regiones. La presentación de la doctrina debe ser bíblica y litúrgica, y ha de ofrecer una doctrina sana y adaptada a la vida actual de los cristianos" [4]. Después de la clausura del Sínodo, hice mío ese deseo, al considerar que respondía "realmente a las necesidades de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares" [5].

Por ello, damos gracias de todo corazón al Señor este día en que podemos ofrecer a toda la Iglesia, con el título de Catecismo de la Iglesia católica, este "texto de referencia" para una catequesis renovada en las fuentes vivas de la fe.

Tras la renovación de la Liturgia y la nueva codificación del Derecho canónico de la Iglesia latina y de los cánones de las Iglesias orientales católicas, este Catecismo contribuirá en gran medida a la obra de renovación de toda la vida eclesial, que quiso y comenzó el concilio Vaticano II.

 

2. Itinerario y espíritu de la redacción del texto

El Catecismo de la Iglesia católica es fruto de una amplísima cooperación: ha sido elaborado en seis años de intenso trabajo, llevado a cabo con gran apertura de espíritu y con celo ardiente.

El año 1986 confié a una Comisión de doce cardenales y obispos, presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, el encargo de preparar un proyecto del catecismo solicitado por los padres del Sínodo. Un Comité de siete obispos diocesanos, expertos en teología y catequesis, colaboró con la Comisión en ese trabajo.

La Comisión, encargada de dar las directrices y vigilar el desarrollo de los trabajos, siguió atentamente todas las etapas de la elaboración de las nueve redacciones sucesivas del texto.

El Comité de redacción, por su parte, asumió la responsabilidad de escribir el texto, aportar las modificaciones solicitadas por la Comisión y examinar las observaciones de numerosos teólogos, de exegetas, de expertos en catequesis, de institutos y, sobre todo, de los obispos del mundo entero, con el fin de mejorar el texto. El Comité fue una fuente de fructuosos intercambios de opiniones y de enriquecimiento de ideas para asegurar la unidad y homogeneidad del texto.

El proyecto fue sometido a una vasta consulta de todos los obispos católicos, de sus Conferencias episcopales o de sus Sínodos, así como de los institutos de teología y catequética.

En su conjunto, ha tenido una aceptación muy favorable por parte del Episcopado. Se puede afirmar que este Catecismo es el fruto de una colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica, que acogió con generosidad mi invitación a asumir su parte de responsabilidad en esta iniciativa que atañe de cerca a la vida eclesial. Esa respuesta suscita en mí un sentimiento profundo de alegría, pues la coincidencia de tantos votos manifiesta de verdad una cierta «sinfonía» de la fe. La elaboración de este Catecismo muestra, además, la naturaleza colegial del Episcopado: atestigua la catolicidad de la Iglesia.

 

3. Distribución de la materia

Un catecismo debe presentar con fidelidad y de modo orgánico la doctrina de la sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia, del Magisterio auténtico, así como de la herencia espiritual de los Padres, y de los santos y santas de la Iglesia, para dar a conocer mejor los misterios cristianos y afianzar la fe del pueblo de Dios. Asimismo, debe tener en cuenta las declaraciones doctrinales que en el decurso de los tiempos el Espíritu Santo ha inspirado a la Iglesia. Y es preciso que ayude también a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en otras épocas no se habían planteado aún.

Así pues, el Catecismo ha de presentar lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52), dado que la fe es siempre la misma y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas.

Para responder a esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia católica, por una parte, toma la estructura "antigua", tradicional, ya utilizada por el catecismo de san Pío V, distribuyendo el contenido en cuatro partes: Credo; sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir del Decálogo; y, por último, la oración cristiana. Con todo, al mismo tiempo, el contenido se expresa a menudo de un modo "nuevo", para responder a los interrogantes de nuestra época.

Las cuatro partes están relacionadas entre sí: el misterio cristiano es el objeto de la fe (primera parte); ese misterio es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte); está presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en su obrar (tercera parte); inspira nuestra oración, cuya expresión principal es el "Padre nuestro", y constituye el objeto de nuestra súplica, nuestra alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte).

La liturgia es en sí misma oración; la confesión de la fe encuentra su lugar propio en la celebración del culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, del mismo modo que la participación en la liturgia de la Iglesia exige la fe. Si la fe carece de obras, es fe muerta (cf. St 2, 14-26) y no puede producir frutos de vida eterna.

Leyendo el Catecismo de la Iglesia católica, podemos apreciar la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, de manera especial en los sacramentos. Él es la verdadera fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración.

 

4. Valor doctrinal del texto

El Catecismo de la Iglesia católica, que aprobé el día 25 del pasado mes de junio y que hoy dispongo publicar en virtud de mi autoridad apostólica, es una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, comprobada o iluminada por la sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. Yo lo considero un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe. Ojalá sirva para la renovación a la que el Espíritu Santo incesantemente invita a la Iglesia de Dios, cuerpo de Cristo, peregrina hacia la luz sin sombras del Reino.

La aprobación y la publicación del Catecismo de la Iglesia católica constituyen un servicio que el Sucesor de Pedro quiere prestar a la santa Iglesia católica, a todas las Iglesias particulares que están en paz y comunión con la Sede Apostólica de Roma: es decir, el servicio de sostener y confirmar la fe de todos los discípulos del Señor Jesús (cf. Lc 22, 32), así como fortalecer los lazos de unidad en la misma fe apostólica.

Pido, por consiguiente, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que acojan este Catecismo con espíritu de comunión y lo usen asiduamente en el cumplimiento de su misión de anunciar la fe y de invitar a la vida evangélica. Este Catecismo se les entrega para que les sirva como texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y sobre todo para la elaboración de los catecismos locales. Se ofrece, también, a todos los fieles que quieran conocer más a fondo las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8, 32). Quiere proporcionar una ayuda a los trabajos ecuménicos animados por el santo deseo de promover la unidad de todos los cristianos, mostrando con esmero el contenido y la coherencia admirable de la fe católica. El Catecismo de la Iglesia católica se ofrece, por último, a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3, 15) y que desee conocer lo que cree la Iglesia católica.

Este Catecismo no está destinado a sustituir los catecismos locales aprobados por las autoridades eclesiásticas, los obispos diocesanos o las Conferencias episcopales, sobre todo si han recibido la aprobación de la Sede Apostólica. Está destinado a favorecer y ayudar la redacción de los nuevos catecismos de cada nación, teniendo en cuenta las diversas situaciones y culturas, pero conservando con esmero la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica.

 

5. Conclusión

Al concluir este documento, que presenta el Catecismo de la Iglesia católica, pido a la santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado y Madre de la Iglesia, que sostenga con su poderosa intercesión el trabajo catequístico de toda la Iglesia en todos sus niveles, en este tiempo en que está llamada a realizar un nuevo esfuerzo de evangelización. Ojalá que la luz de la fe verdadera libere a los hombres de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirlos a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn 8, 32), es decir, a la vida en Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo, aquí en la tierra y en el reino de los cielos, en la plenitud de la felicidad de la contemplación de Dios cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; 2 Co 5, 6-8).

Dado en Roma, el día 11 de octubre de 1992, trigésimo aniversario de la apertura del concilio ecuménico Vaticano II, décimo cuarto año de pontificado.

 

IOANNES PAULUS PP. II

 

[1] Juan XXIII, Discurso de apertura del concilio ecuménico Vaticano II, 11 de octubre de 1962: AAS 54 (1962), pp. 788-791.

[2] Pablo VI, Discurso de clausura del concilio ecuménico Vaticano II, 8 de diciembre de 1965: AAS 58 (1966), pp. 7-8.

[3] Juan Pablo II, Homilía del 25 de enero de 1985, cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de febrero de 1985, p. 12).

[4] Relación final del Sínodo extraordinario, 7 de diciembre de 1985, II, B, a, n. 4; Enchiridion Vaticanum, vol. 9, p. 1.758, n. 1.797.

[5] Juan Pablo II, Discurso en la sesión de clausura de la II Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los obispos, 7 de diciembre de 1985; AAS 78 (1986), p. 435; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 1985, p. 11.

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⊿ Enseñanza

Prólogo

“Padre […], ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17,3). Dios, nuestro Salvador, “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,3-4). “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12), sino el nombre de Jesús.

I. La vida del hombre: conocer y amar a Dios

1. Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Para lograrlo, llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo como Redentor y Salvador. En Él y por Él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.

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2. Para que esta llamada resonara en toda la tierra, Cristo envió a los apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de anunciar el Evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Fortalecidos con esta misión, los apóstoles “salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban”.

3. Quienes con la ayuda de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los Apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración.

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II. Transmitir la fe: la catequesis

4. Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que, creyendo esto, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo.

5. “La catequesis es una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana”.

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6. Sin confundirse con ellos, la catequesis se articula dentro de un cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para la catequesis o que derivan de ella, como son: primer anuncio del Evangelio o predicación misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para creer; experiencia de vida cristiana: celebración de los sacramentos; integración en la comunidad eclesial; testimonio apostólico y misionero.

7. “La catequesis está unida íntimamente a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el aumento numérico de la Iglesia, sino también y, más aún, su crecimiento interior, su correspondencia con el designio de Dios dependen esencialmente de ella”.

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8. Los períodos de renovación de la Iglesia son también tiempos en los que a la catequesis le corresponde un mayor empeño. Así, en la gran época de los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos consagrar una parte importante de su ministerio a la catequesis. Es la época de san Cirilo de Jerusalén y de san Juan Crisóstomo, de san Ambrosio y de san Agustín, y de muchos otros Padres cuyas obras catequéticas siguen siendo modelos.

9. El ministerio de la catequesis saca energías siempre nuevas de los concilios. El Concilio de Trento constituye a este respecto un ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en sus constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano que lleva también su nombre y que constituye una obra de primer orden como resumen de la doctrina cristiana; este Concilio suscitó en la Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió, gracias a santos obispos y teólogos como san Pedro Canisio, san Carlos Borromeo, san Toribio de Mogrovejo, san Roberto Belarmino, la publicación de numerosos catecismos.

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10. No es extraño, por ello, que, en el dinamismo del Concilio Vaticano II (que el Papa Pablo VI consideraba como el gran catecismo de los tiempos modernos), la catequesis de la Iglesia haya atraído de nuevo la atención. El Directorio general de la catequesis de 1971, las sesiones del Sínodo de los Obispos consagradas a la evangelización (1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones apostólicas correspondientes, Evangelii nuntiandi (1975) y Catechesi tradendae (1979), dan testimonio de ello. La sesión extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 pidió “que sea redactado un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral”. El Santo Padre, Juan Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los Obispos reconociendo que “responde totalmente a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares”. El Papa dispuso todo lo necesario para que se realizara la petición de los padres sinodales.

III. Fin y destinatarios de este Catecismo

11. Este catecismo tiene por fin presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales son la sagrada Escritura, los santos Padres, la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Está destinado a servir “como un punto de referencia para los catecismos o compendios que sean compuestos en los diversos países”.

12. El presente catecismo está destinado principalmente a los responsables de la catequesis: en primer lugar a los Obispos, en cuanto doctores de la fe y pastores de la Iglesia. Les es ofrecido como instrumento para la realización de su tarea de enseñar al Pueblo de Dios. A través de los Obispos, se dirige a los redactores de catecismos, a los sacerdotes y a los catequistas. Será también de útil lectura para todos los demás fieles cristianos.

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IV. La estructura del “Catecismo de la Iglesia Católica”

13. El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos, los cuales articulan la catequesis en torno a cuatro “pilares”: la profesión de la fe bautismal (el Símbolo), los sacramentos de la fe, la vida de fe (los Mandamientos), la oración del creyente (el Padre Nuestro).

Primera parte: la profesión de la fe

14. Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante de los hombres. Para esto, el catecismo expone en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que Dios se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a Dios (primera sección). El Símbolo de la fe resume los dones que Dios hace al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador y los articula en torno a los “tres capítulos” de nuestro Bautismo - la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia (segunda sección).

Segunda parte: Los sacramentos de la fe

15. La segunda parte del catecismo expone cómo la salvación de Dios, realizada una vez por todas por Cristo Jesús y por el Espíritu Santo, se hace presente en las acciones sagradas de la liturgia de la Iglesia (primera sección), particularmente en los siete sacramentos (segunda sección).

⊿ Enseñanza

Tercera parte: La vida de fe

16. La tercera parte del catecismo presenta el fin último del hombre, creado a imagen de Dios: la bienaventuranza, y los caminos para llegar a ella: mediante un obrar recto y libre, con la ayuda de la ley y de la gracia de Dios (primera sección); mediante un obrar que realiza el doble mandamiento de la caridad, desarrollado en los diez mandamientos de Dios (segunda sección).

Cuarta parte: La oración en la vida de la fe

17. La última parte del catecismo trata del sentido y la importancia de la oración en la vida de los creyentes (primera sección). Se cierra con un breve comentario de las siete peticiones de la oración del Señor (segunda sección). En ellas, en efecto, encontramos la suma de los bienes que debemos esperar y que nuestro Padre celestial quiere concedernos.

⊿ Enseñanza

V. Indicaciones prácticas para el uso de este Catecismo

18. Este catecismo está concebido como una exposición orgánica de toda la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Por ello, en los márgenes del texto se remite al lector frecuentemente a otros lugares (señalados por números más pequeños y que se refieren a su vez a otros párrafos que tratan del mismo tema) y, con ayuda del índice analítico al final del volumen, se permite ver cada tema en su vinculación con el conjunto de la fe.

19. Con frecuencia, los textos de la sagrada Escritura no son citados literalmente, sino indicando sólo la referencia (mediante cf.). Para una inteligencia más profunda de esos pasajes, es preciso recurrir a los textos mismos. Estas referencias bíblicas son un instrumento de trabajo para la catequesis.

20. Cuando, en ciertos pasajes, se emplea letra pequeña, con ello se indica que se trata de puntualizaciones de tipo histórico, apologético o de exposiciones doctrinales complementarias.

21. Las citas, en letra pequeña, de fuentes patrísticas, litúrgicas, magisteriales o hagiográficas tienen como fin enriquecer la exposición doctrinal. Con frecuencia estos textos han sido escogidos con miras a un uso directamente catequético.

22. Al final de cada unidad temática, una serie de textos breves resumen en fórmulas condensadas lo esencial de la enseñanza. Estos “resúmenes” tienen como finalidad ofrecer sugerencias para fórmulas sintéticas y memorizables en la catequesis de cada lugar.

VI. Las necesarias adaptaciones

23. El acento de este catecismo se pone en la exposición doctrinal. Quiere, en efecto, ayudar a profundizar el conocimiento de la fe. Por lo mismo está orientado a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación en el testimonio.

24. Por su misma finalidad, este catecismo no se propone dar una respuesta adaptada, tanto en el contenido cuanto en el método, a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de edades, de la vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones corresponden a catecismos propios de cada lugar, y más aún a aquellos que toman a su cargo instruir a los fieles:

“El que enseña debe hacerse todo a todos, para ganarlos a todos para Jesucristo [...]¡Sobre todo que no se imagine que le ha sido confiada una sola clase de almas, y que, por consiguiente, le es lícito enseñar y formar igualmente a todos los fieles en la verdadera piedad, con un único método y siempre el mismo! Que sepa bien que unos son, en Jesucristo, como niños recién nacidos, otros como adolescentes, otros finalmente como poseedores ya de todas sus fuerzas [...] es necesario tener en cuenta cuidadosamente quiénes pueden necesitar leche y quiénes otro alimento más sólido [...]. El Apóstol [...] señaló que había que considerar que los que son llamados al ministerio de la predicación deben, al transmitir la enseñanza del misterio de la fe y de las reglas de las costumbres, acomodar sus palabras al espíritu y a la inteligencia de sus oyentes”.

Por encima de todo, la Caridad

25. Para concluir esta presentación es oportuno recordar el principio pastoral que enuncia el Catecismo Romano:

“El camino mejor es el que el Apóstol [...] mostró: Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo debe resaltarse que el amor de Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor”.

⊿ Enseñanza

Primera Parte

La profesión de la fe

PRIMERA SECCION:

“CREO”, “CREEMOS”

26. Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: “Creo” o “Creemos”. Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa “creer”. La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre (capítulo primero), a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del hombre (capítulo segundo), y finalmente la respuesta de la fe (capítulo tercero).

CAPÍTULO PRIMERO

EL HOMBRE ES “CAPAZ” DE DIOS

I. El deseo de Dios

27. El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:

«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador».

⊿ Enseñanza

28. De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:

Dios «creó [...], de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos».

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29. Pero esta “unión íntima y vital con Dios” puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos: la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas, el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios y huye ante su llamada.

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30. “Alégrese el corazón de los que buscan a Dios”. Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.

«Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti».

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II. Las vías de acceso al conocimiento de Dios

31. Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas “vías” para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también “pruebas de la existencia de Dios”, no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de “argumentos convergentes y convincentes” que permiten llegar a verdaderas certezas.

Estas “vías” para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana.

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32. El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo.

San Pablo afirma refiriéndose a los paganos: “Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad”.

Y san Agustín: “Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo [...] interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es su proclamación. Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza, no sujeta a cambio?”.

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33. El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia”, su alma, no puede tener origen más que en Dios.

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34. El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas “vías”, el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo, “y que todos llaman Dios”.

35. Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en la intimidad de Él ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.

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III. El conocimiento de Dios según la Iglesia

36. “La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”. Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado “a imagen de Dios”.

37. Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón:

«A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles, y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan de que son falsas, o al menos dudosas, las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas».

38. Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre “las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error”.

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IV. ¿Cómo hablar de Dios?

39. Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos.

40. Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar.

41. Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas, “pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor”.

42. Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios “que está por encima de todo nombre y de todo entendimiento, el invisible y fuera de todo alcance” con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.

43. Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que “entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la desemejanza entre ellos no sea mayor todavía”, y que “nosotros no podemos captar de Dios lo que Él es, sino solamente lo que no es, y cómo los otros seres se sitúan con relación a Él”.

Resumen

44. El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios.

45. El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien encuentra su dicha. “Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mí penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena”.

46. Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia, entonces puede alcanzar la certeza de la existencia de Dios, causa y fin de todo.

47. La Iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y Señor, puede ser conocido con certeza por sus obras, gracias a la luz natural de la razón humana.

48. Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las múltiples perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios infinitamente perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.

49. “Sin el Creador la criatura se [...] diluye”. He aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor de Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan.

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CAPÍTULO SEGUNDO

DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

50. Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina. Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.

⊿ Enseñanza

ARTÍCULO 1

LA REVELACIÓN DE DIOS

I. Dios revela su designio amoroso

51. “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina”.

52. Dios, que “habita una luz inaccesible” quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por Él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.

53. El designio divino de la revelación se realiza a la vez “mediante acciones y palabras”, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente. Este designio comporta una “pedagogía divina” particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.

San Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: “El Verbo de Dios [...] ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre”.

⊿ Enseñanza

II. Las etapas de la revelación

Desde el origen, Dios se da a conocer

54. “Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio”. Los invitó a una comunión íntima con Él revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandecientes.

55. Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, “después de su caída [...] alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras”.

«Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte [...] Reiteraste, además, tu alianza a los hombres».

La alianza con Noé

56. Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La alianza con Noé después del diluvio expresa el principio de la Economía divina con las “naciones”, es decir con los hombres agrupados “según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes”.

57. Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones, está destinado a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad, quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel. Pero, a causa del pecado, el politeísmo, así como la idolatría de la nación y de su jefe, son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía aún no definitiva.

58. La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones, hasta la proclamación universal del Evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las “naciones”, como “Abel el justo”, el rey-sacerdote Melquisedec, figura de Cristo, o los justos “Noé, Daniel y Job”. De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo “reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos”.

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Dios elige a Abraham

59. Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abram llamándolo “fuera de su tierra, de su patria y de su casa”, para hacer de él “Abraham”, es decir, “el padre de una multitud de naciones”: “En ti serán benditas todas las naciones de la tierra”.

60. El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección, llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia; ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes.

61. Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.

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Dios forma a su pueblo Israel

62. Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido.

63. Israel es el pueblo sacerdotal de Dios, “sobre el que es invocado el nombre del Señor”. Es el pueblo de aquellos “a quienes Dios habló primero”, el pueblo de los “hermanos mayores” en la fe de Abraham.

64. Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres, y que será grabada en los corazones. Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades, una salvación que incluirá a todas las naciones. Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María.

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III. Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación»

Dios ha dicho todo en su Verbo

65. “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo”. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:

«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra [...]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad».

No habrá otra revelación

66. “La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo”. Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.

67. A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.

La fe cristiana no puede aceptar “revelaciones” que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes “revelaciones”.

Resumen

68. Por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida.

69. Dios se ha revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio Misterio mediante obras y palabras.

70. Más allá del testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó a nuestros primeros padres. Les habló y, después de la caída, les prometió la salvación, y les ofreció su alianza.

71. Dios selló con Noé una alianza eterna entre Él y todos los seres vivientes. Esta alianza durará tanto como dure el mundo.

72. Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda la humanidad.

73. Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después de Él.

⊿ Enseñanza

ARTÍCULO 2

LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

74. Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, es decir, al conocimiento de Cristo Jesús. Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:

«Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones».

I. La Tradición apostólica

75. “Cristo nuestro Señor, en quien alcanza su plenitud toda la Revelación de Dios, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su voz”.

La predicación apostólica...

76. La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:

– oralmente: “los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó”;

– por escrito: “los mismos Apóstoles y los varones apostólicos pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo”.

⊿ Enseñanza

… continuada en la sucesión apostólica

77. «Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, “dejándoles su cargo en el magisterio”». En efecto, «la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos».

78. Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree”. “Las palabras de los santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora”.

79. Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: “Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo”.

⊿ Enseñanza

II. La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura

Una fuente común...

80. La Tradición y la Sagrada Escritura “están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin”. Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos “para siempre hasta el fin del mundo”.

… dos modos distintos de transmisión

81. “La sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo”.

“La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación”.

82. De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación “no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así las dos se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción”.

Tradición apostólica y tradiciones eclesiales

83. La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.

Es preciso distinguir de ella las “tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.

⊿ Enseñanza

III. La interpretación del depósito de la fe

El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia

84. “El depósito” de la fe, contenido en la sagrada Tradición y en la sagrada Escritura fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. “Fiel a dicho depósito, todo el pueblo santo, unido a sus pastores, persevera constantemente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones, de modo que se cree una particular concordia entre pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida”.

El Magisterio de la Iglesia

85. “El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo”, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.

86. “El Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído”.

87. Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: “El que a vosotros escucha a mí me escucha”, reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.

⊿ Enseñanza

Los dogmas de la fe

88. El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.

89. Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces que iluminan el camino de nuestra fe y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe.

90. Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo. «Conviene recordar que existe un orden o “jerarquía” de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana».

⊿ Enseñanza

El sentido sobrenatural de la fe

91. Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye y los conduce a la verdad completa.

92. «La totalidad de los fieles [...] no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando “desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos” muestran su consentimiento en cuestiones de fe y de moral».

93. «El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del Magisterio [...], se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida».

⊿ Enseñanza

El crecimiento en la inteligencia de la fe

94. Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia:

–   «Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón»; es en particular la «investigación teológica [...] la que debe profundizar en el conocimiento de la verdad revelada».

–    Cuando los fieles «comprenden internamente los misterios que viven».

–   «Cuando las proclaman los obispos, que con la sucesión apostólica reciben un carisma de la verdad».

95. «La santa Tradición, la sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas».

Resumen

96. Lo que Cristo confió a los Apóstoles, éstos lo transmitieron por su predicación y por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno glorioso de Cristo.

97. «La santa Tradición y la sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de la palabra de Dios», en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.

98. «La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que ella es, todo lo que cree”.

99. En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de acoger el don de la Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo más pleno.

100. El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él.

⊿ Enseñanza

ARTÍCULO 3

LA SAGRADA ESCRITURA

I. Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura

101. En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: «La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres».

102. A través de todas las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud:

«Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las Escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo».

103. Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.

104. En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza, porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios. «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos».

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II. Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura

105. Dios es el autor de la Sagrada Escritura. «Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo».

«La santa madre Iglesia, según la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia«.

106. Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. «En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería».

107. Los libros inspirados enseñan la verdad. «Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra».

108. Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo». Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas.

⊿ Enseñanza

III. El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura

109. En la sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras.

110. Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los «géneros literarios» usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. «Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios».

⊿ Enseñanza

111. Pero, dado que la sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta interpretación, no menos importante que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra muerta: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita».

El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró:

112. 1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura». En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua.

«Por el corazón de Cristo se comprende la sagrada Escritura, la cual hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías».

113. 2. Leer la Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia». Según un adagio de los Padres, «La sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos». En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura.

114. 3. Estar atento «a la analogía de la fe». Por «analogía de la fe» entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.

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El sentido de la Escritura

115. Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia.

116. El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido literal.

117. El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.

1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo.

2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos «para nuestra instrucción».

3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en griego: «anagoge») hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste.

118. Un dístico medieval resume la significación de los cuatro sentidos:

“Littera gesta docet, quid credas allegoria,

Moralis quid agas, quo tendas anagogia”

(La letra enseña los hechos,

la alegoría lo que has de creer,

el sentido moral lo que has de hacer,

y la anagogía a dónde has de tender).

119. «A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la sagrada Escritura, de modo que mediante un cuidadoso estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios»:

«No creería en el Evangelio, si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia católica».

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IV. El canon de las Escrituras

120. La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos. Esta lista integral es llamada «canon» de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo:

Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás Miqueas, Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el Antiguo Testamento;

Los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para el Nuevo Testamento.

El Antiguo Testamento

121. El Antiguo Testamento es una parte de la sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y conservan un valor permanente, porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.

122. En efecto, «el fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo, redentor universal». «Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros», los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: «Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca de la vida del hombre, encierran admirables tesoros de oración, y en ellos se esconde el misterio de nuestra salvación».

123. Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo habría hecho caduco (marcionismo).

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El Nuevo Testamento

124. «La Palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento». Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo.

125. Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras «por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador».

126. En la formación de los Evangelios se pueden distinguir tres etapas:

1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene firmemente que los cuatro evangelios, «cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo».

2. La tradición oral. «Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, instruidos y guiados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad».

3. Los evangelios escritos. «Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la situación de las Iglesias, conservando por fin la forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús».

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127. El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la veneración de que lo rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:

«No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del Evangelio. Ved y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y realizado mediante sus obras».

«Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mi oración; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos».

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La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento

128. La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos, y después constantemente en su tradición, esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología. Esta reconoce, en las obras de Dios en la Antigua Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.

129. Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó. Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente a él. Según un viejo adagio, el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo: Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet.

⊿ Enseñanza

130. La tipología significa un dinamismo que se orienta al cumplimiento del plan divino cuando «Dios sea todo en todo». Así la vocación de los patriarcas y el éxodo de Egipto, por ejemplo, no pierden su valor propio en el plan de Dios por el hecho de que son al mismo tiempo etapas intermedias.

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V. La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

131. «Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual». «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura».

132. «La sagrada Escritura debe ser como el alma de la sagrada teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y, en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad».

133. La Iglesia «recomienda de modo especial e insistentemente a todos los fieles [...] la lectura asidua de las divinas Escrituras para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo», «pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo».

Resumen

134. «Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo».

135. «Las sagradas Escrituras contienen la Palabra de Dios y, porque están inspiradas, son realmente Palabra de Dios».

136. Dios es el autor de la sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica.

137. La interpretación de las Escrituras inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere revelar por medio de los autores sagrados para nuestra salvación. «Lo que viene del Espíritu sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu».

138. La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta y seis libros del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo.

139. Los cuatro Evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús.

140. La unidad de los dos Testamentos se deriva de la unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento al Antiguo; los dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios.

141. «La Iglesia siempre ha venerado la sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo»: aquélla y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. «Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero».

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CAPÍTULO TERCERO

LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS

142. Por su revelación, «Dios invisible habla a los hombres como a amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía». La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.

143. Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela. La sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que revela.

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ARTÍCULO 1

CREO

I. La obediencia de la fe

144. Obedecer en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.

Abraham, «padre de todos los creyentes»

145. La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados, insiste particularmente en la fe de Abraham: «Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba». Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida. Por la fe, a Sara se le otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio.

146. Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven». «Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia». Y por eso, fortalecido por su fe, Abraham fue hecho «padre de todos los creyentes».

147. El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar por la que los antiguos «fueron alabados». Sin embargo, «Dios tenía ya dispuesto algo mejor»: la gracia de creer en su Hijo Jesús, «el que inicia y consuma la fe».

⊿ Enseñanza

María: «Dichosa la que ha creído»

148. La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que «nada es imposible para Dios» y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Isabel la saludó: «¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!». Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada.

149. Durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el «cumplimiento» de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.

⊿ Enseñanza

II. “Yo sé en quién tengo puesta mi fe”

Creer solo en Dios

150. La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura.

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios

151. Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que Él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia. Dios nos ha dicho que le escuchemos. El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí». Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado». Porque «ha visto al Padre», Él es único en conocerlo y en poderlo revelar.

Creer en el Espíritu Santo

152. No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: “Jesús es Señor” sino bajo la acción del Espíritu Santo». «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios [...] Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios». Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.

La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

⊿ Enseñanza

III. Las características de la fe

La fe es una gracia

153. Cuando san Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido «de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos». La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con los auxilios interiores del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad”».

La fe es un acto humano

154. Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por Él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad «prestar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela» y entrar así en comunión íntima con Él.

155. En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: «Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia».

⊿ Enseñanza

La fe y la inteligencia

156. El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos». «Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación». Los milagros de Cristo y de los santos, las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad «son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos», motivos de credibilidad que muestran que «el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu».

⊿ Enseñanza

157. La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero «la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural». «Diez mil dificultades no hacen una sola duda».

158. «La fe trata de comprender», es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre «los ojos del corazón» para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, «para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones». Así, según el adagio de san Agustín «cree para comprender y comprende para creer».

⊿ Enseñanza

159. Fe y ciencia. «A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber contradicción entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe otorga al espíritu humano la luz de la razón, Dios no puede negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero». «Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son».

⊿ Enseñanza

La libertad de la fe

160. «El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe ser obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza». «Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados en conciencia, pero no coaccionados [...] Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús». En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, Él no forzó jamás a nadie. «Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino [...] crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él».

La necesidad de la fe

161. Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación. «Puesto que “sin la fe... es imposible agradar a Dios” y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella, y nadie, a no ser que “haya perseverado en ella hasta el fin”, obtendrá la vida eterna».

La perseverancia en la fe

162. La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: «Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe». Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente; debe «actuar por la caridad», ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia.

⊿ Enseñanza

La fe, comienzo de la vida eterna

163. La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara», «tal cual es». La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna:

«Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como reflejadas en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día».

164. Ahora, sin embargo, «caminamos en la fe y no [...] en la visión», y conocemos a Dios «como en un espejo, de una manera confusa [...], imperfecta”. Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.

165. Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, «esperando contra toda esperanza»; la Virgen María que, en «la peregrinación de la fe», llegó hasta la «noche de la fe» participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: «También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe».

⊿ Enseñanza

ARTÍCULO 2

CREEMOS

166. La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.

167. “Creo” (Símbolo de los Apóstoles): Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos” (Símbolo de Nicea-Constantinopla, en el original griego): Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”.

⊿ Enseñanza

I. “Mira, Señor, la fe de tu Iglesia”

168. La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor (A Ti te confiesa la Santa Iglesia por toda la tierra– cantamos en el himno Te Deum), y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también: “creo”, “creemos”. Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. En el Ritual Romano, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: “¿Qué pides a la Iglesia de Dios?” Y la respuesta es: “La fe”. “¿Qué te da la fe?” “La vida eterna”.

169. La salvación viene solo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: “Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación”. Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe.

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II. El lenguaje de la fe

170. No creemos en las fórmulas, sino en las realidades que estas expresan y que la fe nos permite “tocar”. “El acto [de fe] del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad [enunciada]”. Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.

171. La Iglesia, que es “columna y fundamento de la verdad”, guarda fielmente “la fe transmitida a los santos de una vez para siempre”. Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles. Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe.

⊿ Enseñanza

III. Una sola fe

172. Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de confesar su única fe, recibida de un solo Señor, transmitida por un solo bautismo, enraizada en la convicción de que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre. San Ireneo de Lyon, testigo de esta fe, declara:

173. “La Iglesia, diseminada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe [...] guarda diligentemente la predicación [...] y la fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca”.

174. “Porque, aunque las lenguas difieren a través del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Germania tienen otra fe u otra Tradición, ni las que están entre los iberos, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están establecidas en el centro del mundo...”. “El mensaje de la Iglesia es, pues, verídico y sólido, ya que en ella aparece un solo camino de salvación a través del mundo entero”.

175. “Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene”.

⊿ Preguntas y Respuestas Nº 1

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Resumen

176. La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras.

177. “Creer” entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la persona que la atestigua.

178. No debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo.

179. La fe es un don sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo.

180. “Creer” es un acto humano, consciente y libre, que corresponde a la dignidad de la persona humana.

181. “Creer” es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes. “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre”.

182. “Creemos todas aquellas cosas que se contienen en la Palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia [...] para ser creídas como divinamente reveladas”.

183. La fe es necesaria para la salvación. El Señor mismo lo afirma: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”.

184. “La fe [...] es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura”.

El Credo

Símbolo de los Apóstoles

Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

Credo de Nicea-Constantinopla

Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

⊿ Enseñanza

SEGUNDA SECCION

LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA

(Credo Apostólico y Niceno-Constantinopolitano en la página anterior)

LOS SÍMBOLOS DE LA FE

185. Quien dice “Yo creo”, dice “Yo me adhiero a lo que nosotros creemos”. La comunión en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en la misma confesión de fe.

186. Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió su propia fe en fórmulas breves y normativas para todos. Pero muy pronto, la Iglesia quiso también recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados destinados sobre todo a los candidatos al bautismo:

«Esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las opiniones humanas, sino que de toda la Escritura ha sido recogido lo que hay en ella de más importante, para dar en su integridad la única enseñanza de la fe. Y como el grano de mostaza contiene en un grano muy pequeño gran número de ramas, de igual modo este resumen de la fe encierra en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento».

187. Se llama a estas síntesis de la fe “profesiones de fe” porque resumen la fe que profesan los cristianos. Se les llama “Credo” por razón de que en ellas la primera palabra es normalmente: “Creo”. Se les denomina igualmente “símbolos de la fe”.

188. La palabra griega symbolon significaba la mitad de un objeto partido (por ejemplo, un sello) que se presentaba como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para verificar la identidad del portador. El “símbolo de la fe” es, pues, un signo de identificación y de comunión entre los creyentes. Symbolon significa también recopilación, colección o sumario. El “símbolo de la fe” es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis.

⊿ Enseñanza

189. La primera “Profesión de fe” se hace en el Bautismo. El “Símbolo de la fe” es ante todo el símbolo bautismal. Puesto que el Bautismo es dado “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas según su referencia a las tres Personas de la Santísima Trinidad.

190. El Símbolo se divide, por tanto, en tres partes: “primero habla de la primera Persona divina y de la obra admirable de la creación; a continuación, de la segunda Persona divina y del Misterio de la Redención de los hombres; finalmente, de la tercera Persona divina, fuente y principio de nuestra santificación”. Son “los tres capítulos de nuestro sello (bautismal)”.

191. Cada una de estas tres partes se subdividen en una serie de fórmulas variadas y exactas. Utilizando una comparación frecuentemente repetida en las obras de los Santos Padres, llamamos artículos a cada una de las fórmulas del Símbolo que clara y distintamente hemos de creer, lo mismo que llamamos artículos (articulaciones) a las distintas partes en que se divide cada una de las partes del organismo humano. Según una antigua tradición, atestiguada ya por san Ambrosio, se acostumbra a enumerar doce artículos del Credo, simbolizando con el número de los doce apóstoles el conjunto de la fe apostólica.

192. A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos de la fe: los símbolos de las diferentes Iglesias apostólicas y antiguas, el Símbolo Quicumque, llamado de san Atanasio, las profesiones de fe de varios Concilios o de algunos Papas, como la fides Damasi o el “Credo del Pueblo de Dios” de Pablo VI.

⊿ Enseñanza

193. Ninguno de los símbolos de las diferentes etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado e inútil. Nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de los diversos resúmenes que de ella se han hecho.

Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Iglesia:

194. El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe de los Apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho: “Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común”.

195. El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.

196. Nuestra exposición de la fe seguirá el Símbolo de los Apóstoles, que constituye, por así decirlo, “el más antiguo catecismo romano”. No obstante, la exposición será completada con referencias constantes al Símbolo Niceno-Constantinopolitano, que con frecuencia es más explícito y más detallado.

197. Como en el día de nuestro Bautismo, cuando toda nuestra vida fue confiada “a la regla de doctrina”, acogemos el símbolo de esta fe nuestra que da la vida. Recitar con fe el Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos:

«Este símbolo es el sello espiritual [...] es la meditación de nuestro corazón y el guardián siempre presente, es, con toda certeza, el tesoro de nuestra alma».

⊿ Enseñanza

CAPÍTULO PRIMERO

CREO EN DIOS PADRE

198. Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es “el primero y el [...] último”, el principio y el fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre, porque el Padre es la primera Persona divina de la Santísima Trinidad; nuestro Símbolo se inicia con la creación del cielo y de la tierra, ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios.

ARTÍCULO 1

«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO,

CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»

Párrafo 1

CREO EN DIOS

199. “Creo en Dios”: Esta primera afirmación de la Profesión de fe es también la más fundamental. Todo el Símbolo habla de Dios, y si habla también del hombre y del mundo, lo hace por relación a Dios. Todos los artículos del Credo dependen del primero, así como los mandamientos son explicitaciones del primero. Los demás artículos nos hacen conocer mejor a Dios tal como se reveló progresivamente a los hombres. Con razón los fieles confiesan que lo más importante de todo es creer en Dios.

⊿ Enseñanza

I. «Creo en un solo Dios»

200. Con estas palabras comienza el Símbolo Niceno-Constantinopolitano. La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un solo Dios: “La fe cristiana cree y confiesa que hay un solo Dios [...] por naturaleza, por substancia y por esencia”.

201. A Israel, su elegido, Dios se reveló como el Único: “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”. Por los profetas, Dios llama a Israel y a todas las naciones a volverse a Él, el Único: “Volveos a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro [...] ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en Dios hay victoria y fuerza!”.

202. Jesús mismo confirma que Dios es “el único Señor” y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas. Deja al mismo tiempo entender que Él mismo es “el Señor”. Confesar que “Jesús es Señor” es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Único. Creer en el Espíritu Santo, “que es Señor y dador de vida”, no introduce ninguna división en el Dios único:

«Creemos firmemente y confesamos que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una sola esencia, substancia o naturaleza absolutamente simple».

⊿ Enseñanza

II. Dios revela su Nombre

203. Dios se reveló a su pueblo Israel dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente.

204. Dios se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su pueblo, pero la revelación del Nombre Divino, hecha a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, en el umbral del Éxodo y de la Alianza del Sinaí, demostró ser la revelación fundamental tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza.

⊿ Enseñanza

El Dios vivo

205. Dios llama a Moisés desde una zarza que arde sin consumirse. Dios dice a Moisés: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Dios es el Dios de los padres. El que había llamado y guiado a los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su omnipotencia para este designio.

“Yo soy el que soy”

Moisés dijo a Dios: «Si voy a los hijos de Israel y les digo: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”; cuando me pregunten: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé?» Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy». Y añadió: «Así dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me ha enviado a vosotros [...] Este es ni nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación».

206. Al revelar su nombre misterioso de YHWH, “Yo soy el que es” o “Yo soy el que soy” o también “Yo soy el que Yo soy”, Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un Nombre revelado y como el rechazo de un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el “Dios escondido”, su Nombre es inefable, y es el Dios que se acerca a los hombres.

⊿ Enseñanza

207. Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado (“Yo soy el Dios de tus padres”, Ex 3,6) como para el porvenir (“Yo estaré contigo”, Ex 3,12). Dios, que revela su Nombre como “Yo soy”, se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo.

208. Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!”. Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de Él: “No ejecutaré el ardor de mi cólera [...] porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo”. El apóstol Juan dirá igualmente: “Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”.

209. Por respeto a su santidad el pueblo de Israel no pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura de la Sagrada Escritura, el Nombre revelado es sustituido por el título divino “Señor” (Adonai, en griego Kyrios). Con este título será aclamada la divinidad de Jesús: “Jesús es Señor”.

⊿ Enseñanza

“Dios misericordioso y clemente”

210. Tras el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro, Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar en medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor. A Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante de ti el nombre de YHWH”. Y el Señor pasa delante de Moisés, y proclama: “Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad”. Moisés confiesa entonces que el Señor es un Dios que perdona.

211. El Nombre divino “Yo soy” o “Él es” expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, “mantiene su amor por mil generaciones”. Dios revela que es “rico en misericordia” llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que Él mismo lleva el Nombre divino: “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy”.

⊿ Enseñanza

Solo Dios ES

212. En el transcurso de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar las riquezas contenidas en la revelación del Nombre divino. Dios es único; fuera de Él no hay dioses. Dios transciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho el cielo y la tierra: “Ellos perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan [...] pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años”. En Él “no hay cambios ni sombras de rotaciones”. Él es “Él que es”, desde siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí mismo y a sus promesas.

213. Por tanto, la revelación del Nombre inefable “Yo soy el que soy” contiene la verdad de que sólo Dios ES. En este mismo sentido, ya la traducción de los Setenta y, siguiéndola, la Tradición de la Iglesia han entendido el Nombre divino: Dios es la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras todas las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer. Él solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es.

⊿ Enseñanza

III. Dios, “El que es”, es verdad y amor

214. Dios, “El que es”, se reveló a Israel como el que es “rico en amor y fidelidad”. Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad. “Doy gracias a tu Nombre por tu amor y tu verdad”. Él es la Verdad, porque “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna”; él es “Amor”, como lo enseña el apóstol Juan.

⊿ Enseñanza

Dios es la Verdad

215. “Es verdad el principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios”. “Ahora, mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad”; por eso las promesas de Dios se realizan siempre. Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad.

216. La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo. Dios, único Creador del cielo y de la tierra, es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas creadas en su relación con Él.

217. Dios es también verdadero cuando se revela: la enseñanza que viene de Dios es “una Ley de verdad”. Cuando envíe su Hijo al mundo, será para “dar testimonio de la Verdad”: “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero”.

⊿ Enseñanza

Dios es Amor

218. A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito. E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo y de perdonarle su infidelidad y sus pecados.

219. El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo. Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada; este amor vencerá incluso las peores infidelidades; llegará hasta el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”.

220. El amor de Dios es “eterno”. “Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará”. “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti”.

221. Pero san Juan irá todavía más lejos al afirmar: “Dios es Amor”; el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo; Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.

⊿ Enseñanza

IV. Consecuencias de la fe en el Dios único

222. Creer en Dios, el Único, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas para toda nuestra vida:

223. Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios: “Sí, Dios es tan grande que supera nuestra ciencia”. Por esto Dios debe ser “el primer servido”.

224. Es vivir en acción de gracias: Si Dios es el Único, todo lo que somos y todo lo que poseemos vienen de Él: “¿Qué tienes que no hayas recibido?”. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.

225. Es reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres: Todos han sido hechos “a imagen y semejanza de Dios”.

⊿ Enseñanza

226. Es usar bien de las cosas creadas: La fe en Dios, el Único, nos lleva a usar de todo lo que no es Él en la medida en que nos acerca a Él, y a separarnos de ello en la medida en que nos aparta de Él:

«¡Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti! ¡Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti! ¡Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a ti».

⊿ Enseñanza

227. Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente:

Nada te turbe, / Nada te espante Todo se pasa, / Dios no se muda La paciencia / Todo lo alcanza; Quien a Dios tiene / Nada le falta: Sólo Dios basta.

Resumen

228. “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el Único Señor...”. “Es absolutamente necesario que el Ser supremo sea único, es decir, sin igual [...] Si Dios no es único, no es Dios”.

229. La fe en Dios nos mueve a volvernos solo a Él como a nuestro primer origen y nuestro fin último; y a no preferir nada a Él.

230. Dios al revelarse sigue siendo Misterio inefable: “Si lo comprendieras, no sería Dios”.

231. El Dios de nuestra fe se ha revelado como Él que es; se ha dado a conocer como “rico en amor y fidelidad”. Su Ser mismo es Verdad y Amor.

⊿ Enseñanza

Párrafo 2

EL PADRE

I. “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”

232. Los cristianos son bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Antes responden “Creo” a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: “La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad”.

233. Los cristianos son bautizados en “el nombre” del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en “los nombres” de éstos: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.

234. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la “jerarquía de las verdades de fe”. “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo”.

235. En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su “designio amoroso” de creación, de redención, y de santificación (III).

⊿ Enseñanza

236. Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologia y la Oikonomia, designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la Oikonomia nos es revelada la Theologia; pero inversamente, es la Theologia, la que esclarece toda la Oikonomia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.

237. La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, “que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto”. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.

⊿ Enseñanza

II. La revelación de Dios como Trinidad

El Padre revelado por el Hijo

238. La invocación de Dios como “Padre” es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como “padre de los dioses y de los hombres”. En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo. Pues aún más, es Padre en razón de la Alianza y del don de la Ley a Israel, su “primogénito”. Es llamado también Padre del rey de Israel. Es muy especialmente “el Padre de los pobres”, del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa.

239. Al designar a Dios con el nombre de “Padre”, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas, aunque sea su origen y medida: Nadie es padre como lo es Dios.

⊿ Enseñanza

240. Jesús ha revelado que Dios es “Padre” en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

241. Por eso los Apóstoles confiesan a Jesús como “el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios”, como “la imagen del Dios invisible”, como “el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia”.

242. Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es “consubstancial” al Padre, es decir, un solo Dios con Él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó “al Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre”.

⊿ Enseñanza

El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu

243. Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de “otro Paráclito” (Defensor), el Espíritu Santo. Éste, que actuó ya en la Creación y “por los profetas”, estará ahora junto a los discípulos y en ellos, para enseñarles y conducirlos “hasta la verdad completa”. El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.

244. El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre. El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

245. La fe apostólica relativa al Espíritu fue proclamada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre”. La Iglesia reconoce así al Padre como “la fuente y el origen de toda la divinidad”. Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: “El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza [...] por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el Espíritu del Padre y del Hijo”. El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”.

246. La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu “procede del Padre y del Hijo (Filioque)”. El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: “El Espíritu Santo [...] tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración [...]. Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al engendrarlo a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente”.

247. La afirmación del Filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248. La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como “salido del Padre”, esa tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo. La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice “de manera legítima y razonable”, porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que “principio sin principio”, pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él “el único principio del que procede el Espíritu Santo”. Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.

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III. La Santísima Trinidad en la doctrina de la fe

La formación del dogma trinitario

249. La verdad revelada de la Santísima Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del Bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”.

250. Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.

251. Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: “substancia”, “persona” o “hipóstasis”, “relación”, etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, “infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana”.

252. La Iglesia utiliza el término “substancia” (traducido a veces también por “esencia” o por “naturaleza”) para designar el ser divino en su unidad; el término “persona” o “hipóstasis” para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término “relación” para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.

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El dogma de la Santísima Trinidad

253. La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: “la Trinidad consubstancial”. Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”. “Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina”.

254. Las Personas divinas son realmente distintas entre sí. “Dios es único pero no solitario”. “Padre”, “Hijo”, “Espíritu Santo” no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: “El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo”. Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede”. La Unidad divina es Trina.

255. Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: “En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia”. En efecto, “en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas”. “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo”.

256. A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado también “el Teólogo”, confía este resumen de la fe trinitaria:

«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje [...] Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero [...] Dios los Tres considerados en conjunto [...] No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo».

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IV. Las obras divinas y las misiones trinitarias

257. O lux beata Trinitas et principalis Unitas! (“¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!”). Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el “designio benevolente” que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, “predestinándonos a la adopción filial en Él”, es decir, “a reproducir la imagen de su Hijo” gracias al “Espíritu de adopción filial”. Este designio es una “gracia dada antes de todos los siglos”, nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia.

258. Toda la economía divina es la obra común de las tres Personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación. “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio”. Sin embargo, cada Persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento: “Uno es Dios [...] y Padre de quien proceden todas las cosas, Uno el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y Uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas”. Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.

259. Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las Personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae y el Espíritu lo mueve.

260. El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad. Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama –dice el Señor– guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.

«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí misma para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora».

Resumen

261. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

262. La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es “de la misma naturaleza que el Padre”, es decir, que es en Él y con Él el mismo y único Dios.

263. La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo y por el Hijo “de junto al Padre”, revela que Él es con ellos el mismo Dios único. “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”.

264. “El Espíritu Santo procede principalmente del Padre, y por concesión del Padre, sin intervalo de tiempo, procede de los dos como de un principio común”.

265. Por la gracia del bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna.

266. “La fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad”.

267. Las Personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.

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Párrafo 3

EL TODOPODEROSO

268. De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que esa omnipotencia es universal, porque Dios, que ha creado todo, rige todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre; es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando “se manifiesta en la debilidad”.

“Todo cuanto le place, lo realiza”

269. Las sagradas Escrituras confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es llamado “el Poderoso de Jacob”, “el Señor de los ejércitos”, “el Fuerte, el Valeroso”. Si Dios es Todopoderoso “en el cielo y en la tierra”, es porque Él los ha hecho. Por tanto, nada le es imposible y dispone de su obra según su voluntad; es el Señor del universo, cuyo orden ha establecido, que le permanece enteramente sometido y disponible; es el Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad: “El actuar con inmenso poder siempre está en tu mano. ¿Quién podrá resistir la fuerza de tu brazo?”.

“Te compadeces de todos porque lo puedes todo”

270. Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades; por la adopción filial que nos da (“Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso”: 2 Co 6,18); finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados.

271. La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria: “En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia”.

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El misterio de la aparente impotencia de Dios

272. La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es “poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres”. En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre “desplegó el vigor de su fuerza” y manifestó “la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes”.

273. Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo. De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que “nada es imposible para Dios” y pudo proclamar las grandezas del Señor: “el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo”.

274. “Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra fe y nuestra esperanza que la convicción profundamente arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque todo lo que (el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más grandes, las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá fácilmente y sin vacilación alguna”.

Resumen

275. Con Job, el justo, confesamos: “Sé que eres todopoderoso: ningún proyecto te es irrealizable”.

276. Fiel al testimonio de la Escritura, la Iglesia dirige con frecuencia su oración al “Dios todopoderoso y eterno” (omnipotens sempiterne Deus...), creyendo firmemente que “nada es imposible para Dios”.

277. Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia (Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas..., “Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia...” [Misal Romano, Colecta del domingo XXVI]).

278. De no ser por nuestra fe en que el amor de Dios es todopoderoso, ¿cómo creer que el Padre nos ha podido crear, el Hijo rescatar, el Espíritu Santo santificar?

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Párrafo 4

EL CREADOR

279. “En el principio, Dios creó el cielo y la tierra”. Con estas palabras solemnes comienza la sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso como “el Creador del cielo y de la tierra”, “de todo lo visible y lo invisible”. Hablaremos, pues, primero del Creador, luego de su creación, finalmente de la caída del pecado de la que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a levantarnos.

280. La creación es el fundamento de “todos los designios salvíficos de Dios”, “el comienzo de la historia de la salvación”, que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el Misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, “al principio, Dios creó el cielo y la tierra”: desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo.

281. Por esto, las lecturas de la Noche Pascual, celebración de la creación nueva en Cristo, comienzan con el relato de la creación; de igual modo, en la liturgia bizantina, el relato de la creación constituye siempre la primera lectura de las vigilias de las grandes fiestas del Señor. Según el testimonio de los antiguos, la instrucción de los catecúmenos para el bautismo sigue el mismo camino.

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I. La catequesis sobre la creación

282. La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: “¿De dónde venimos?” “¿A dónde vamos?” “¿Cuál es nuestro origen?” “¿Cuál es nuestro fin?” “¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?” Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar.

283. La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas que han enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos descubrimientos nos invitan a admirar más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e investigadores. Con Salomón, éstos pueden decir: “Fue él quien me concedió el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la estructura del mundo y las propiedades de los elementos [...] porque la que todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó”.

284. El gran interés que despiertan a estas investigaciones está fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden, y que supera el dominio propio de las ciencias naturales. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos, ni cuando apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene?, ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?

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285. Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a respuestas distintas de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en las religiones y culturas antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o que el devenir del mundo es el devenir de Dios (panteísmo); otros han dicho que el mundo es una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y retorna a ella ; otros han afirmado incluso la existencia de dos principios eternos, el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo, maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo (al menos el mundo material) sería malo, producto de una caída, y por tanto que se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez hecho, lo habría abandonado a él mismo (deísmo); otros, finalmente, no aceptan ningún origen transcendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia que ha existido siempre (materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio de la permanencia y de la universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda es inherente al hombre.

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286. La inteligencia humana puede ciertamente encontrar por sí misma una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto, la existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de la razón humana, aunque este conocimiento es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene a confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad: “Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece”.

287. La verdad en la creación es tan importante para toda la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelar a su pueblo todo lo que es saludable conocer a este respecto. Más allá del conocimiento natural que todo hombre puede tener del Creador, Dios reveló progresivamente a Israel el misterio de la creación. El que eligió a los patriarcas, el que hizo salir a Israel de Egipto y que, al escoger a Israel, lo creó y formó, se revela como aquel a quien pertenecen todos los pueblos de la tierra y la tierra entera, como el único Dios que “hizo el cielo y la tierra”.

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288. Así, la revelación de la creación es inseparable de la revelación y de la realización de la Alianza del Dios único, con su pueblo. La creación es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero y universal testimonio del amor todopoderoso de Dios. Por eso, la verdad de la creación se expresa con un vigor creciente en el mensaje de los profetas, en la oración de los salmos y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría del pueblo elegido.

289. Entre todas las palabras de la sagrada Escritura sobre la creación, los tres primeros capítulos del Génesis ocupan un lugar único. Desde el punto de vista literario, estos textos pueden tener diversas fuentes. Los autores inspirados los han colocado al comienzo de la Escritura de suerte que expresan, en su lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la salvación. Leídas a la luz de Cristo, en la unidad de la sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente principal para la catequesis de los misterios del “comienzo”: creación, caída, promesa de la salvación.

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II. La creación: obra de la Santísima Trinidad

290. “En el principio, Dios creó el cielo y la tierra”: tres cosas se afirman en estas primeras palabras de la Escritura: el Dios eterno ha dado principio a todo lo que existe fuera de Él. Solo Él es creador (el verbo “crear” –en hebreo bara– tiene siempre por sujeto a Dios). La totalidad de lo que existe (expresada por la fórmula “el cielo y la tierra”) depende de Aquel que le da el ser.

291. “En el principio existía el Verbo [...] y el Verbo era Dios [...] Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho”. El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. “En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra [...] todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia”. La fe de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el “dador de vida”, “el Espíritu Creador”, la “Fuente de todo bien”.

292. La acción creadora del Hijo y del Espíritu, insinuada en el Antiguo Testamento, revelada en la Nueva Alianza, inseparablemente una con la del Padre, es claramente afirmada por la regla de fe de la Iglesia: “Sólo existe un Dios [...]: es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por su Sabiduría”, “por el Hijo y el Espíritu”, que son como “sus manos”. La creación es la obra común de la Santísima Trinidad.

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III. “El mundo ha sido creado para la gloria de Dios”

293. Es una verdad fundamental que la Escritura y la Tradición no cesan de enseñar y de celebrar: “El mundo ha sido creado para la gloria de Dios”. Dios ha creado todas las cosas, explica san Buenaventura, non [...] propter gloriam augendam, sed propter gloriam manifestandam et propter gloriam suam communicandam (“no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla”). Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad: Aperta manu clave amoris creaturae prodierunt (“Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas”) Y el Concilio Vaticano I explica:

«El solo verdadero Dios, en su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección por los bienes que otorga a sus criaturas, con libérrimo designio, justamente desde el comienzo del tiempo, creó de la nada una y otra criatura».

294. La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros “hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia”: “Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios”. El fin último de la creación es que Dios, «Creador de todos los seres, sea por fin “todo en todas las cosas”, procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad».

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IV. El misterio de la creación

Dios crea por sabiduría y por amor

295. Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad: “Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue creado”. “¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría”. “Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras”.

Dios crea “de la nada”

296. Creemos que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear. La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina. Dios crea libremente “de la nada”:

«¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere».

297. La fe en la creación “de la nada” está atestiguada en la Escritura como una verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos macabeos los alienta al martirio:

«Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes [...] Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia».

298. Puesto que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro, y la vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. Él “da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean”. Y puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas, puede también dar la luz de la fe a los que lo ignoran.

⊿ Enseñanza

Dios crea un mundo ordenado y bueno

299. Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: “Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso”. Creada en y por el Verbo eterno, “imagen del Dios invisible”, la creación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios, llamado a una relación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación, ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra. Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad (“Y vio Dios que era bueno [...] muy bueno”). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del mundo material.

⊿ Enseñanza

Dios transciende la creación y está presente en ella

300. Dios es infinitamente más grande que todas sus obras: “Su majestad es más alta que los cielos”, “su grandeza no tiene medida”. Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: “En él vivimos, nos movemos y existimos”. Según las palabras de san Agustín, Dios es superior summo meo et interior intimo meo (“Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad”).

Dios mantiene y conduce la creación

301. Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:

«Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida».

⊿ Enseñanza

V. Dios realiza su designio: la divina providencia

302. La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada “en estado de vía” (in statu viae) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:

«Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, “alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo suavemente”. Porque “todo está desnudo y patente a sus ojos”, incluso cuando haya de suceder por libre decisión de las criaturas».

303. El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: “Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza”; y de Cristo se dice: “Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir”; “hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza”.

304. Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la sagrada Escritura, atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es “una manera de hablar” primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo y de educar así para la confianza en Él. La oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza.

305. Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber? [...] Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”.

⊿ Enseñanza

La providencia y las causas segundas

306. Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio.

307. Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de “someter'' la tierra y dominarla. Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos. Entonces llegan a ser plenamente “colaboradores [...] de Dios” y de su Reino.

308. Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece”. Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque “sin el Creador la criatura se diluye”; menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia.

⊿ Enseñanza

La providencia y el escándalo del mal

309. Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal.

310. Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección.

311. Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien:

«Porque el Dios todopoderoso [...] por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal».

⊿ Enseñanza

312. Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: “No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios [...] aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir [...] un pueblo numeroso”. Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.

313. “En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”. El testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad:

Así santa Catalina de Siena dice a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin”.

Y santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”.

Y Juliana de Norwich: “Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era preciso mantenerme firmemente en la fe [...] y creer con no menos firmeza que todas las cosas serán para bien [...] Tú misma verás que todas las cosas serán para bien”.

314. Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara”, nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.

Resumen

315. En la creación del mundo y del hombre, Dios ofreció el primero y universal testimonio de su amor todopoderoso y de su sabiduría, el primer anuncio de su “designio benevolente” que encuentra su fin en la nueva creación en Cristo.

316. Aunque la obra de la creación se atribuya particularmente al Padre, es igualmente verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible de la creación.

317. Sólo Dios ha creado el universo, libremente, sin ninguna ayuda.

318. Ninguna criatura tiene el poder infinito que es necesario para “crear” en el sentido propio de la palabra, es decir, de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía en modo alguno (llamar a la existencia de la nada).

319. Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza.

320. Dios, que ha creado el universo, lo mantiene en la existencia por su Verbo, “el Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa” y por su Espiritu Creador que da la vida.

321. La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último.

322. Cristo nos invita al abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial y el apóstol san Pedro insiste: “Confiadle todas vuestras preocupaciones pues él cuida de vosotros”.

323. La providencia divina actúa también por la acción de las criaturas. A los seres humanos Dios les concede cooperar libremente en sus designios.

324. La permisión divina del mal físico y del mal moral es misterio que Dios esclarece por su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna.

⊿ Enseñanza

Párrafo 5

EL CIELO Y LA TIERRA

325. El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es “el Creador del cielo y de la tierra”, y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita: “...de todo lo visible y lo invisible”.

326. En la sagrada Escritura, la expresión “cielo y tierra” significa: todo lo que existe, la creación entera. Indica también el vínculo que, en el interior de la creación, a la vez une y distingue cielo y tierra: “La tierra”, es el mundo de los hombres. “El cielo” o “los cielos” puede designar el firmamento, pero también el “lugar” propio de Dios: “nuestro Padre que está en los cielos”, y por consiguiente también el “cielo”, que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra “cielo” indica el “lugar” de las criaturas espirituales –los ángeles– que rodean a Dios.

327. La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, “al comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo”.

I. Los ángeles

La existencia de los ángeles, verdad de fe

328. La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.

Quiénes son los ángeles

329. San Agustín dice respecto a ellos: Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus (“El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan “constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos”, son “agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra”.

330. En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello.

⊿ Enseñanza

Cristo “con todos sus ángeles”

331. Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles...”. Le pertenecen porque fueron creados por y para Él: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él”. Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?”.

332. Desde la creación y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal, protegen a Lot, salvan a Agar y a su hijo, detienen la mano de Abraham, la ley es comunicada por su ministerio, conducen el pueblo de Dios, anuncian nacimientos y vocaciones, asisten a los profetas, por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el del mismo Jesús.

333. De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce «a su Primogénito en el mundo, dice: “adórenle todos los ángeles de Dios”». Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: “Gloria a Dios...”. Protegen la infancia de Jesús, le sirven en el desierto, lo reconfortan en la agonía, cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos como en otro tiempo Israel. Son también los ángeles quienes “evangelizan” anunciando la Buena Nueva de la Encarnación, y de la Resurrección de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor.

Los ángeles en la vida de la Iglesia

334. De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles.

335. En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo; invoca su asistencia (así en el «Supplices te rogamus...» [«Te pedimos humildemente...»] del Canon romano o el «In Paradisum deducant te angeli...» [«Al Paraíso te lleven los ángeles...»] de la liturgia de difuntos, o también en el “himno querúbico” de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios).

336. Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida”. Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.

⊿ Enseñanza

II. El mundo visible

337. Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de seis días “de trabajo” divino que terminan en el “reposo” del día séptimo. El texto sagrado enseña, a propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación que permiten “conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina”.

338. Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó cuando fue sacado de la nada por la Palabra de Dios; todos los seres existentes, toda la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha comenzado.

339. Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una de las obras de los “seis días” se dice: “Y vio Dios que era bueno”. “Por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias”. Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente.

340. La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión: las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente.

⊿ Enseñanza

341. La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen. El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza y causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad.

342. La* jerarquía de las criaturas* está expresada por el orden de los “seis días”, que va de lo menos perfecto a lo más perfecto. Dios ama todas sus criaturas, cuida de cada una, incluso de los pajarillos. Sin embargo Jesús dice: “Vosotros valéis más que muchos pajarillos”, o también: “¡Cuánto más vale un hombre que una oveja!”.

343. El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas.

344. Existe una solidaridad entre todas las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que todas están ordenadas a su gloria:

«Loado seas por toda criatura, mi Señor, y en especial loado por el hermano Sol, que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor y lleva por los cielos noticia de su autor. Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor! Y por la hermana tierra que es toda bendición, la hermana madre tierra, que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor! Servidle con ternura y humilde corazón, agradeced sus dones, cantad su creación. Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén».

⊿ Enseñanza

345. El Sabbat, culminación de la obra de los “seis días”. El texto sagrado dice que “Dios concluyó en el séptimo día la obra que había hecho” y que así “el cielo y la tierra fueron acabados”; Dios, en el séptimo día, “descansó”, santificó y bendijo este día. Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:

346. En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen estables, en los cuales el creyente podrá apoyarse con confianza, y que son para él el signo y garantía de la fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios. Por su parte, el hombre deberá permanecer fiel a este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación.

347. La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación. Operi Dei nihil praeponatur (“Nada se anteponga a la dedicación a Dios”), dice la regla de san Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas.

348. El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios, expresadas en su obra de creación.

349. El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera.

Resumen

350. Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin cesar y que sirven sus designios salvíficos con las otras criaturas: Ad omnia bona nostra cooperantur angel (“Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos”).

351. Los ángeles rodean a Cristo, su Señor. Le sirven particularmente en el cumplimiento de su misión salvífica para con los hombres.

352. La Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo ser humano.

353. Dios quiso la diversidad de sus criaturas y la bondad peculiar de cada una, su interdependencia y su orden. Destinó todas las criaturas materiales al bien del género humano. El hombre, y toda la creación a través de él, está destinado a la gloria de Dios.

354. Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las cosas es un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.

⊿ Enseñanza

Párrafo 6

EL HOMBRE

355. “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó”. El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios” (I); en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material (II); es creado “hombre y mujer” (III); Dios lo estableció en la amistad con él (IV).

I. “A imagen de Dios”

356. De todas las criaturas visibles sólo el hombre es “capaz de conocer y amar a su Creador”; es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”; sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:

«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno».

357. Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.

358. Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación:

«¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre subiera hasta él y se sentara a su derecha».

⊿ Enseñanza

359. “Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”:

«San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo [...] El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir [...] El segundo Adán es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como él mismo afirma: “Yo soy el primero y yo soy el último”».

360. Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios “creó [...] de un solo principio, todo el linaje humano”:

«Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios [...]; en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; [...] en la unidad de su Redención realizada para todos por Cristo.

361. “Esta ley de solidaridad humana y de caridad, sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos.

⊿ Enseñanza

II. “Corpore et anima unus”

362. La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente”. Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.

363. A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana o toda la persona humana. Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre y de más valor en él, aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el principio espiritual en el hombre.

364. El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”: es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu:

«Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día».

⊿ Enseñanza

365. La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo; es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.

366. La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios –no es “producida” por los padres–, y que es inmortal: no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final.

367. A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así san Pablo ruega para que nuestro “ser entero, el espíritu [...], el alma y el cuerpo” sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor. La Iglesia enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma. “Espíritu” significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios.

368. La tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de “lo más profundo del ser” “en sus corazones”, donde la persona se decide o no por Dios.

⊿ Enseñanza

III. “Hombre y mujer los creó”

Igualdad y diferencia queridas por Dios

369. El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. “Ser hombre”, “ser mujer” es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador. El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, “imagen de Dios”. En su “ser-hombre” y su “ser-mujer” reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.

370. Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las “perfecciones” del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las de una madre y las de un padre y esposo.

⊿ Enseñanza

“El uno para el otro”, “una unidad de dos”

371. Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado. “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. Ninguno de los animales es “ayuda adecuada” para el hombre. La mujer, que Dios “forma” de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él un grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. El hombre descubre en la mujer como un otro “yo”, de la misma humanidad.

372. El hombre y la mujer están hechos “el uno para el otro”: no que Dios los haya hecho “a medias” e “incompletos”; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser “ayuda” para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas (“hueso de mis huesos...”) y complementarios en cuanto masculino y femenino. En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando “una sola carne”, puedan transmitir la vida humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra”. Al trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador.

373. En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a “someter” la tierra como “administradores” de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen del Creador, “que ama todo lo que existe”, el hombre y la mujer son llamados a participar en la providencia divina respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios les ha confiado.

⊿ Enseñanza

IV. El hombre en el paraíso

374. El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo.

375. La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado “de santidad y de justicia original”. Esta gracia de la santidad original era una “participación de la vida divina”.

376. Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir ni sufrir. La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado llamado “justicia original”.

377. El “dominio” del mundo que Dios había concedido al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia, que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón.

378. Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín. Vive allí “para cultivar la tierra y guardarla”: el trabajo no le es penoso, sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible.

379. Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres.

⊿ Preguntas y Respuestas Nº 2

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Resumen

380. “A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado”.

381. El hombre es predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre –“imagen del Dios invisible”–, para que Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de hermanas.

382. El hombre es corpore et anima unus (“una unidad de cuerpo y alma”). La doctrina de la fe afirma que el alma espiritual e inmortal es creada de forma inmediata por Dios.

383. «Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde el principio “los creó hombre y mujer”. Esta asociación constituye la primera forma de comunión entre personas».

384. La revelación nos da a conocer el estado de santidad y de justicia originales del hombre y la mujer antes del pecado: de su amistad con Dios nacía la felicidad de su existencia en el paraíso.

⊿ Enseñanza

Párrafo 7

LA CAÍDA

385. Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza –que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas–, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? Quaerebam unde malum et non erat exitus (“Buscaba el origen del mal y no encontraba solución”) dice san Agustín, y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque “el misterio [...] de la iniquidad” sólo se esclarece a la luz del “Misterio de la piedad”. La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia. Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor.

I. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia

La realidad del pecado

386. El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia.

⊿ Enseñanza

387. La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.

⊿ Enseñanza

El pecado original: una verdad esencial de la fe

388. Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la muerte y de la resurrección de Jesucristo. Es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino “a convencer al mundo en lo referente al pecado” revelando al que es su Redentor.

389. La doctrina del pecado original es, por así decirlo, “el reverso” de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.

⊿ Enseñanza

Para leer el relato de la caída

390. El relato de la caída utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre. La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres.

II. La caída de los ángeles

391. Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios que, por envidia, los hace caer en la muerte. La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo. La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali (“El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos”).

⊿ Enseñanza

392. La Escritura habla de un pecado de estos ángeles. Esta “caída” consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: “Seréis como dioses”. El diablo es “pecador desde el principio”, “padre de la mentira”.

393. Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. “No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte”.

⊿ Enseñanza

394. La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el principio” y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre. “El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo”. La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.

395. Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física– en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero “nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”.

⊿ Enseñanza

III. El pecado original

La prueba de la libertad

396. Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, “porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”. “El árbol del conocimiento del bien y del mal” evoca simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad.

El primer pecado del hombre

397. El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre. En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.

⊿ Enseñanza

398. En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente “divinizado” por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso “ser como Dios”, pero “sin Dios, antes que Dios y no según Dios”.

399. La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original. Tienen miedo del Dios de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas.

⊿ Enseñanza

400. La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra; la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones; sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio. La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil. A causa del hombre, la creación es sometida “a la servidumbre de la corrupción”. Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia, se realizará: el hombre “volverá al polvo del que fue formado”. La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad.

401. Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel; la corrupción universal, a raíz del pecado; en la historia de Israel, el pecado se manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y como transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta de múltiples maneras. La Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad del pecado en la historia del hombre:

«Lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas».

⊿ Enseñanza

Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad

402. Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. San Pablo lo afirma: “Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores”: “Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron...”. A la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: “Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida”.

403. Siguiendo a san Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es “muerte del alma”. Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal.

404. ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán sicut unum corpus unius hominis (“Como el cuerpo único de un único hombre”). Por esta “unidad del género humano”, todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto.

⊿ Enseñanza

405. Aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada “concupiscencia”). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.

406. La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de san Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal (concupiscentia), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de Orange en el año 529 y en el Concilio de Trento, en el año 1546.

⊿ Enseñanza

Un duro combate...

407. La doctrina sobre el pecado original –vinculada a la de la Redención de Cristo– proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña “la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo”. Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres.

⊿ Enseñanza

408. Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: “el pecado del mundo”. Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres.

409. Esta situación dramática del mundo que “todo entero yace en poder del maligno”, hace de la vida del hombre un combate:

«A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo».

⊿ Enseñanza

IV. “No lo abandonaste al poder de la muerte”

410. Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. Este pasaje del Génesis ha sido llamado “Protoevangelio”, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.

411. La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del “nuevo Adán” que, por su “obediencia hasta la muerte en la Cruz” repara con sobreabundancia la desobediencia de Adán. Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el “protoevangelio” la madre de Cristo, María, como “nueva Eva”. Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado.

412. Pero, ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? San León Magno responde: “La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio”. Y santo Tomás de Aquino: «Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Y en la bendición del Cirio Pascual: “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”».

⊿ Preguntas y Respuestas Nº 3

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Resumen

413. “No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes [...] por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”.

414. Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios.

415. “Constituido por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia, levantándose contra Dios e intentando alcanzar su propio fin al margen de Dios”.

416. Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los humanos.

417. Adán y Eva transmitieron a su descendencia la naturaleza humana herida por su primer pecado, privada por tanto de la santidad y la justicia originales. Esta privación es llamada “pecado original”.

418. Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado (inclinación llamada “concupiscencia”).

419. «Mantenemos, pues, siguiendo el Concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, “por propagación, no por imitación” y que “se halla como propio en cada uno”».

420. La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.

421. “Los fieles cristianos creen que el mundo [...] ha sido creado y conservado por el amor del Creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del Maligno...”.

⊿ Enseñanza

CAPÍTULO SEGUNDO

CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS

La Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo

422. “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva”. He aquí “la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios”: Dios ha visitado a su pueblo, ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia; lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su “Hijo amado”.

423. Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto I; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha “salido de Dios”, “bajó del cielo”, “ha venido en carne”, porque “la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad [...] Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia”.

424. Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia.

⊿ Enseñanza

“Anunciar... la inescrutable riqueza de Cristo”

425. La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para conducir a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”. Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo:

«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó- lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo».

En el centro de la catequesis: Cristo

426. “En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre [...]; que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros [...] Catequizar es [...] descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios [...]. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por Él mismo”. El fin de la catequesis: “conducir a la comunión con Jesucristo [...]; sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad”.

⊿ Enseñanza

427. «En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca [...]. Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo estas misteriosas palabras de Jesús: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado”».

428. El que está llamado a “enseñar a Cristo” debe por tanto, ante todo, buscar esta “ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo”; es necesario “aceptar perder todas las cosas para ganar a Cristo, y ser hallado en Él” y “conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos”.

429. De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de “evangelizar”, y de llevar a otros al “sí” de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el orden del Símbolo de la fe, presentaremos en primer lugar los principales títulos de Jesús: Cristo, Hijo de Dios, Señor (artículo 2). El Símbolo confiesa a continuación los principales misterios de la vida de Cristo: los de su Encarnación (artículo 3), los de su Pascua (artículos 4 y 5), y, por último, los de su glorificación (artículos 6 y 7).

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ARTÍCULO 2

“Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR”

I. Jesús

430. Jesús quiere decir en hebreo: “Dios salva”. En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión. Ya que “¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?”, es Él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre “salvará a su pueblo de sus pecados”. En Jesús, Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor de los hombres.

431. En la historia de la salvación, Dios no se ha contentado con librar a Israel de “la casa de servidumbre” haciéndole salir de Egipto. Él lo salva además de su pecado. Puesto que el pecado es siempre una ofensa hecha a Dios, sólo Él es quien puede absolverlo. Por eso es por lo que Israel, tomando cada vez más conciencia de la universalidad del pecado, ya no podrá buscar la salvación más que en la invocación del nombre de Dios Redentor.

432. El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la Persona de su Hijo hecho hombre para la Redención universal y definitiva de los pecados. Él es el Nombre divino, el único que trae la salvación y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación de tal forma que “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos”.

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433. El Nombre de Dios Salvador era invocado una sola vez al año por el sumo sacerdote para la expiación de los pecados de Israel, cuando había asperjado el propiciatorio del Santo de los Santos con la sangre del sacrificio. El propiciatorio era el lugar de la presencia de Dios. Cuando san Pablo dice de Jesús que “Dios lo exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre” significa que en su humanidad “estaba Dios reconciliando al mundo consigo”.

434. La Resurrección de Jesús glorifica el Nombre de Dios “Salvador” porque de ahora en adelante, el Nombre de Jesús es el que manifiesta en plenitud el poder soberano del “Nombre que está sobre todo nombre”. Los espíritus malignos temen su Nombre y en su nombre los discípulos de Jesús hacen milagros porque todo lo que piden al Padre en su Nombre, Él se lo concede.

435. El Nombre de Jesús está en el corazón de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban con la fórmula Per Dominum nostrum Jesum Christum... (“Por nuestro Señor Jesucristo...”). El “Avemaría” culmina en “y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. La oración del corazón, en uso en Oriente, llamada “oración a Jesús” dice: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador”. Numerosos cristianos mueren, como santa Juana de Arco, teniendo en sus labios una única palabra: “Jesús”.

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II. Cristo

436. Cristo viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías” que quiere decir “ungido”. Pasa a ser nombre propio de Jesús porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de Él. Este era el caso de los reyes, de los sacerdotes y, excepcionalmente, de los profetas. Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino. El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez como rey y sacerdote pero también como profeta. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

437. El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”. Desde el principio él es “a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo”, concebido como “santo” en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para “tomar consigo a María su esposa” encinta “del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo” para que Jesús “llamado Cristo” nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David.

438. La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. “Por otra parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobreentendido Él que ha ungido, Él que ha sido ungido y la Unción misma con la que ha sido ungido: Él que ha ungido, es el Padre. Él que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción”. Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena, en el momento de su bautismo, por Juan cuando “Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder” “para que él fuese manifestado a Israel” como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como “el santo de Dios”.

⊿ Enseñanza

439. Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico “hijo de David” prometido por Dios a Israel. Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho, pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana, esencialmente política.

440. Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre. Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre “que ha bajado del cielo”, a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. Por esta razón, el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz. Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado”.

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III. Hijo único de Dios

441. Hijo de Dios, en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles, al pueblo elegido, a los hijos de Israel y a sus reyes. Significa entonces una filiación adoptiva que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado “hijo de Dios”, no implica necesariamente, según el sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así a Jesús en cuanto Mesías de Israel, quizá no quisieron decir nada más.

442. No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” porque Jesús le responde con solemnidad “no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión en el camino de Damasco: “Cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles...”. “Y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios”. Este será, desde el principio, el centro de la fe apostólica profesada en primer lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia.

443. Si Pedro pudo reconocer el carácter transcendente de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste lo dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta de sus acusadores: “Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?”, Jesús ha respondido: “Vosotros lo decís: yo soy”. Ya mucho antes, Él se designó como el “Hijo” que conoce al Padre, que es distinto de los “siervos” que Dios envió antes a su pueblo, superior a los propios ángeles. Distinguió su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás “nuestro Padre” salvo para ordenarles “vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro”; y subrayó esta distinción: “Mi Padre y vuestro Padre”.

⊿ Enseñanza

444. Los evangelios narran en dos momentos solemnes, el Bautismo y la Transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su “Hijo amado”. Jesús se designa a sí mismo como “el Hijo Único de Dios” y afirma mediante este título su preexistencia eterna. Pide la fe en “el Nombre del Hijo Único de Dios”. Esta confesión cristiana aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús en la cruz: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”, porque es solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título “Hijo de Dios”.

445. Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: “Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos”. Los apóstoles podrán confesar “Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad “.

⊿ Enseñanza

IV. Señor

446. En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés, YHWH, es traducido por Kyrios [“Señor”]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título “Señor” para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios.

447. El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109, pero también de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles. A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.

448. Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole “Señor”. Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: “Señor mío y Dios mío”. Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: “¡Es el Señor!”.

⊿ Enseñanza

449. Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman desde el principio que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre convienen también a Jesús porque Él es de “condición divina” y porque el Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria.

450. Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el “Señor”. “La Iglesia cree que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro”.

451. La oración cristiana está marcada por el título “Señor”, ya sea en la invitación a la oración “el Señor esté con vosotros”, o en su conclusión “por Jesucristo nuestro Señor” o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: Maran atha (“¡el Señor viene!”) o Marana tha (“¡Ven, Señor!”): “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”.

⊿ Preguntas y Respuestas Nº 4

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Resumen

452. El nombre de Jesús significa “Dios salva”. El niño nacido de la Virgen María se llama “Jesús” “porque él salvará a su pueblo de sus pecados”; “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos”.

453. El nombre de Cristo significa “Ungido”, “Mesías”. Jesús es el Cristo porque “Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder”. Era “el que ha de venir”, el objeto de “la esperanza de Israel”.

454. El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: el es el Hijo único del Padre y Él mismo es Dios. Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios.

455. El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad “Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!” sino por influjo del Espíritu Santo”.

⊿ Enseñanza

ARTÍCULO 3

“JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA

DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN”

Párrafo 1

EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE

I. Por qué el Verbo se hizo carne

456. Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”.

457. El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: “Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. “El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo”. “Él se manifestó para quitar los pecados”:

«Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?».

458. El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él”. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

459. El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí...”. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: “Escuchadle”. Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo.

460. El Verbo se encarnó para hacernos “partícipes de la naturaleza divina”: “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios”. “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios”. Unigenitus [...] Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo (“El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres”) (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer Nocturno, Lectrua I).

⊿ Enseñanza

II. La Encarnación

461. Volviendo a tomar la frase de san Juan, la Iglesia llama “Encarnación” al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:

«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz».

462. La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:

«Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!».

463. La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: “Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios”. Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta “el gran misterio de la piedad”: “Él ha sido manifestado en la carne”.

⊿ Enseñanza

III. Verdadero Dios y verdadero hombre

464. El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban.

465. Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, “venido en la carne”. Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un Concilio reunido en Antioquía, que Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es «engendrado, no creado, “de la misma substancia” [en griego homousion] que el Padre» y condenó a Arrio que afirmaba que “el Hijo de Dios salió de la nada” y que sería “de una substancia distinta de la del Padre”.

466. La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella san Cirilo de Alejandría y el tercer Concilio Ecuménico reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que “el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre”. La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: “Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional [...] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne”.

⊿ Enseñanza

467. Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía, el cuarto Concilio Ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año 451:

«Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad, “en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado”; nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.

Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona».

468. Después del Concilio de Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza humana de Cristo como una especie de sujeto personal. Contra éstos, el quinto Concilio Ecuménico, en Constantinopla, el año 553 confesó a propósito de Cristo: “No hay más que una sola hipóstasis [o persona] [...] que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad”. Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto, no solamente los milagros sino también los sufrimientos y la misma muerte: “El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad”.

469. La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor:

Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit (“Sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era”), canta la liturgia romana. Y la liturgia de san Juan Crisóstomo proclama y canta: “¡Oh Hijo unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen María. Tú, Cristo Dios, sin sufrir cambio te hiciste hombre y, en al cruz, con tu muerte venciste la muerte. Tú, Uno de la Santísima Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu, ¡sálvanos!.

⊿ Enseñanza

IV. Cómo es hombre el Hijo de Dios

470. Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación “la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida”, la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella proviene de “uno de la Trinidad”. El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad:

«El Hijo de Dios [...] trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado».

El alma y el conocimiento humano de Cristo

471. Apolinar de Laodicea afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituido al alma o al espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un alma racional humana.

472. Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar “en sabiduría, en estatura y en gracia” e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental. Eso correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en “la condición de esclavo”.

473. Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona. “El Hijo de Dios conocía todas las cosas; y esto por sí mismo, que se había revestido de la condición humana; no por su naturaleza, sino en cuanto estaba unida al Verbo [...]. La naturaleza humana, en cuanto estaba unida al Verbo, conocida todas las cosas, incluso las divinas, y manifestaba en sí todo lo que conviene a Dios”. Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre. El Hijo, en su conocimiento humano, mostraba también la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres.

⊿ Enseñanza

474. Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar. Lo que reconoce ignorar en este campo, declara en otro lugar no tener misión de revelarlo.

La voluntad humana de Cristo

475. De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto Concilio Ecuménico que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación. La voluntad humana de Cristo “sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente”.

El verdadero cuerpo de Cristo

476. Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado. Por eso se puede “pintar” la faz humana de Jesús. En el séptimo Concilio ecuménico, la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas.

477. Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios “que era invisible en su naturaleza se hace visible”. En efecto, las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. Él ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen, “venera a la persona representada en ella”.

⊿ Enseñanza

El Corazón del Verbo encarnado

478. Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: “El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación, “es considerado como el principal indicador y símbolo [...] de aquel amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres”.

⊿ Preguntas y Respuestas Nº 5

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Resumen

479. En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la naturaleza divina asumió la naturaleza humana.

480. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón Él es el único Mediador entre Dios y los hombres.

481. Jesucristo posee dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la única Persona del Hijo de Dios.

482. Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo.

483. La encarnación es, pues, el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo.

⊿ Enseñanza

Párrafo 2

“... CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN”

I. Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo...

484. La Anunciación a María inaugura “la plenitud de los tiempos”, es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará “corporalmente la plenitud de la divinidad”. La respuesta divina a su “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?” se dio mediante el poder del Espíritu: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”.

485. La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es “el Señor que da la vida”, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya.

486. El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es “Cristo”, es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores, a los magos, a Juan Bautista, a los discípulos. Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará “cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder”.

⊿ Enseñanza

II. ... nació de la Virgen María

487. Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

La predestinación de María

488. “Dios envió a su Hijo”, pero para “formarle un cuerpo” quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a “una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María”:

«El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida».

489. A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno y la de ser la madre de todos los vivientes. En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada. Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel, Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María “sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación”.

⊿ Enseñanza

La Inmaculada Concepción

490. Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante”. El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como “llena de gracia”. En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios.

491. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María “llena de gracia” por Dios había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:

«... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano.

492. Esta “resplandeciente santidad del todo singular” de la que ella fue “enriquecida desde el primer instante de su concepción”, le viene toda entera de Cristo: ella es “redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo”. El Padre la ha “bendecido [...] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” más que a ninguna otra persona creada. Él la ha “elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor”.

493. Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios “la Toda Santa” (Panaghia), la celebran “como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo”. Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.

⊿ Enseñanza

“Hágase en mí según tu palabra...”

494. Al anuncio de que ella dará a luz al “Hijo del Altísimo” sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo, María respondió por “la obediencia de la fe”, segura de que “nada hay imposible para Dios”: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra”. Así, dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención:

«Ella, en efecto, como dice san Ireneo, “por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano”. Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar “el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe”. Comparándola con Eva, llaman a María “Madre de los vivientes” y afirman con mayor frecuencia: “la muerte vino por Eva, la vida por María”».

La maternidad divina de María

495. Llamada en los Evangelios “la Madre de Jesús”, María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo. En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos].

⊿ Enseñanza

La virginidad de María

496. Desde las primeras formulaciones de la fe, la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu Sancto, esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:

Así, san Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne, Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios, nacido verdaderamente de una virgen [...] Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato [...] padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente».

497. Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas: “Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo”, dice el ángel a José a propósito de María, su desposada. La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo” según la versión griega de Mt 1, 23.

498. A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de san Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: la fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos; no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese “nexo que reúne entre sí los misterios”, dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. San Ignacio de Antioquía da ya testimonio de este vínculo: “El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios”.

⊿ Enseñanza

María, la “siempre Virgen”

499. La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, el nacimiento de Cristo “lejos de disminuir consagró la integridad virginal” de su madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la Aeiparthénon, la “siempre-virgen”.

500. A esto se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús. La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José “hermanos de Jesús” son los hijos de una María discípula de Cristo que se designa de manera significativa como “la otra María”. Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento.

501. Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los cuales Él vino a salvar: “Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el Primogénito entre muchos hermanos, es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre”.

⊿ Enseñanza

La maternidad virginal de María en el designio de Dios

502. La mirada de la fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres.

503. La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios. “La naturaleza humana que asumió no le ha alejado jamás de su Padre [...]; Uno y el mismo es el Hijo de Dios y del hombre, por naturaleza Hijo del Padre según la divinidad; por naturaleza Hijo de la Madre según la humanidad, pero propiamente Hijo del Padre en sus dos naturalezas”.

504. Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él es el Nuevo Adán que inaugura la nueva creación: “El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo”. La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios “le da el Espíritu sin medida”. De “su plenitud”, cabeza de la humanidad redimida, “hemos recibido todos gracia por gracia”.

⊿ Enseñanza

505. Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe “¿Cómo será eso?”. La participación en la vida divina no nace “de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios”. La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios se lleva a cabo perfectamente en la maternidad virginal de María.

506. María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe no adulterada por duda alguna y de su entrega total a la voluntad de Dios. Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador: Beatior est Maria percipiendo fidem Christi quam concipiendo carnem Christi (“Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo”).

507. María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia: “La Iglesia [...] se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo”.

⊿ Preguntas y Respuestas Nº 6

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Resumen

508. De la descendencia de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, “llena de gracia”, es “el fruto más excelente de la redención”; desde el primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.

509. María es verdaderamente “Madre de Dios” porque es la madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios mismo.

510. María “fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen durante el embarazo, Virgen en el parto, Virgen después del parto, Virgen siempre”: ella, con todo su ser, es “la esclava del Señor”.

511. La Virgen María “colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres”. Ella pronunció su “fiat” loco totius humanae naturae (“ocupando el lugar de toda la naturaleza humana”): Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.

⊿ Enseñanza

Párrafo 3

LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO

512. Respecto a la vida de Cristo, el Símbolo de la Fe no habla más que de los misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos, resurrección, ascensión). No dice nada explícitamente de los misterios de la vida oculta y pública de Jesús, pero los artículos de la fe referentes a la Encarnación y a la Pascua de Jesús iluminan toda la vida terrena de Cristo. “Todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que [...] fue llevado al cielo” hay que verlo a la luz de los misterios de Navidad y de Pascua.

513. La catequesis, según las circunstancias, debe presentar toda la riqueza de los misterios de Jesús. Aquí basta indicar algunos elementos comunes a todos los misterios de la vida de Cristo (I), para esbozar a continuación los principales misterios de la vida oculta (II) y pública (III) de Jesús.

⊿ Enseñanza

I. Toda la vida de Cristo es misterio

514. Muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra. Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”.

515. Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad hasta el vinagre de su Pasión y el sudario de su Resurrección, todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que “en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente”. Su humanidad aparece así como el “sacramento”, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.

Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús

516. Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: “Quien me ve a mí, ve al Padre”, y el Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadle”. Nuestro Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre, nos “manifestó el amor que nos tiene” incluso con los rasgos más sencillos de sus misterios.

517. Toda la vida de Cristo es misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz, pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza; en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento; en su palabra que purifica a sus oyentes; en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales “él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades”; en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica.

518. Toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera:

«Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús». «Por lo demás, ésta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios».

⊿ Enseñanza

Nuestra comunión en los misterios de Jesús

519. Toda la riqueza de Cristo “es para todo hombre y constituye el bien de cada uno”. Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación “por nosotros los hombres y por nuestra salvación” hasta su muerte “por nuestros pecados” y en su Resurrección “para nuestra justificación”. Todavía ahora, es “nuestro abogado cerca del Padre”, “estando siempre vivo para interceder en nuestro favor”. Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre “ante el acatamiento de Dios en favor nuestro”.

520. Durante toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo: Él es el “hombre perfecto” que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones.

521. Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre”. Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace comulgar, en cuanto miembros de su Cuerpo, en lo que Él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:

«Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia [...] Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia [...] por las gracias que Él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros».

⊿ Enseñanza

II. Los misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús

Los preparativos

522. La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la “Primera Alianza”, todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además, despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida.

523. San Juan Bautista es el precursor inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino. “Profeta del Altísimo”, sobrepasa a todos los profetas, de los que es el último, e inaugura el Evangelio; desde el seno de su madre saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser “el amigo del esposo” a quien señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Precediendo a Jesús “con el espíritu y el poder de Elías”, da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio.

524. Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida. Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya”.

⊿ Enseñanza

El misterio de Navidad

525. Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre; unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo. La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:

«Hoy la Virgen da a luz al Transcendente. Y la tierra ofrece una cueva al Inaccesible. Los ángeles y los pastores le alaban. Los magos caminan con la estrella: Porque ha nacido por nosotros, Niño pequeñito el Dios eterno»

526. “Hacerse niño” con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino; para eso es necesario abajarse, hacerse pequeño; más todavía: es necesario “nacer de lo alto”, “nacer de Dios” para “hacerse hijos de Dios”. El misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo “toma forma” en nosotros. Navidad es el misterio de este “admirable intercambio”:

«¡Oh admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de la Virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad».

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Los misterios de la infancia de Jesús

527. La Circuncisión de Jesús, al octavo día de su nacimiento es señal de su inserción en la descendencia de Abraham, en el pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la Ley y de su consagración al culto de Israel en el que participará durante toda su vida. Este signo prefigura “la circuncisión en Cristo” que es el Bautismo.

528. La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente En estos “magos”, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para “rendir homenaje al rey de los Judíos” muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David al que será el rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La Epifanía manifiesta que “la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas” y adquiere la israelitica dignitas (la dignidad israelítica) (Vigilia pascual, Oración después de la tercera lectura: Misal Romano).

⊿ Enseñanza

529. La Presentación de Jesús en el Templo lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor. Con Simeón y Ana, toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, “luz de las naciones” y “gloria de Israel”, pero también “signo de contradicción”. La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado “ante todos los pueblos”.

530. La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: “Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron”. Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él. Su vuelta de Egipto recuerda el éxodo y presenta a Jesús como el liberador definitivo.

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Los misterios de la vida oculta de Jesús

531. Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba “sometido” a sus padres y que “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”.

532. Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: “No se haga mi voluntad...”. La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido.

533. La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana:

«Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. [...] Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros. [...] Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable. [...] Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del “hijo del Artesano”: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente. [...] Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino».

⊿ Enseñanza

534. El hallazgo de Jesús en el Templo es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: “¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?” María y José “no comprendieron” esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María “conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”, a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria.

⊿ Enseñanza

III. Los misterios de la vida pública de Jesús

El Bautismo de Jesús

535. El comienzo de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán. Juan proclamaba “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y saduceos y prostitutas viene a hacerse bautizar por él. “Entonces aparece Jesús”. El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es “mi Hijo amado”. Es la manifestación (“Epifanía”) de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.

536. El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”; anticipa ya el “bautismo” de su muerte sangrienta. Viene ya a “cumplir toda justicia”, es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a “posarse” sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, “se abrieron los cielos” que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.

⊿ Enseñanza

537. Por el Bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y “vivir una vida nueva”:

«Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él».

«Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios».

⊿ Enseñanza

Las tentaciones de Jesús

538. Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: “Impulsado por el Espíritu” al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían. Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él “hasta el tiempo determinado”.

⊿ Enseñanza

539. Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto, Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha “atado al hombre fuerte” para despojarle de lo que se había apropiado. La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.

540. La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: “Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado”. La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.

⊿ Enseñanza

“El Reino de Dios está cerca”

541. “Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva”. “Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos”. Pues bien, la voluntad del Padre es “elevar a los hombres a la participación de la vida divina”. Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra “el germen y el comienzo de este Reino”.

542. Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como “familia de Dios”. Los convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres.

⊿ Enseñanza

El anuncio del Reino de Dios

543. Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel, este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones. Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:

«La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega».

544. El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para “anunciar la Buena Nueva a los pobres”. Los declara bienaventurados porque de “ellos es el Reino de los cielos”; a los “pequeños” es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes. Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre, la sed y la privación. Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino.

⊿ Enseñanza

545. Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores”. Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos y la inmensa “alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”. La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida “para remisión de los pecados”.

546. Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza. Por medio de ellas invita al banquete del Reino, pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo; las palabras no bastan, hacen falta obras. Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra? ¿Qué hace con los talentos recibidos? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para “conocer los Misterios del Reino de los cielos”. Para los que están “fuera”, la enseñanza de las parábolas es algo enigmático.

⊿ Enseñanza

Los signos del Reino de Dios

547. Jesús acompaña sus palabras con numerosos “milagros, prodigios y signos” que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado.

548. Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe. Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios. Pero también pueden ser “ocasión de escándalo”. No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos; incluso se le acusa de obrar movido por los demonios.

⊿ Enseñanza

549. Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.

550. La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás: “Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”. Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios. Anticipan la gran victoria de Jesús sobre “el príncipe de este mundo”. Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus.

⊿ Enseñanza

“Las llaves del Reino”

551. Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para estar con Él y participar en su misión; les hizo partícipes de su autoridad “y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar”. Ellos permanecen para siempre asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia:

«Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».

552. En el colegio de los Doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar. Jesús le confía una misión única. Gracias a una revelación del Padre, Pedro había confesado: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Entonces Nuestro Señor le declaró: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella”. Cristo, “Piedra viva”, asegura a su Iglesia, edificada sobre Pedro, la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos.

553. Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, “el Buen Pastor” confirmó este encargo después de su resurrección: “Apacienta mis ovejas”. El poder de “atar y desatar” significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino.

⊿ Enseñanza

Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración

554. A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro “comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir [...] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”: Pedro rechazó este anuncio, los otros no lo comprendieron mejor. En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús, sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le “hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén”. Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: “Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle”.

555. Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para “entrar en su gloria”, es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios. La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara (“Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa”):

«En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente, y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre».

556. En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús “fue manifestado el misterio de la primera regeneración”: nuestro Bautismo; la Transfiguración “es es sacramento de la segunda regeneración”: nuestra propia resurrección. Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo “el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo”. Pero ella nos recuerda también que “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”:

«Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña. Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?».

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La subida de Jesús a Jerusalén

557. “Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén”. Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección. Al dirigirse a Jerusalén dice: “No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén”.

558. Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén. Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: “¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!”. Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos”.

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La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén

559. ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey, pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de “David, su padre”. Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación (“Hosanna” quiere decir “¡sálvanos!”, “Danos la salvación!”). Pues bien, el “Rey de la Gloria” entra en su ciudad “montado en un asno”: no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad. Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños y los “pobres de Dios”, que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores. Su aclamación “Bendito el que viene en el nombre del Señor”, ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

560. La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa.

Resumen

561. “Para quien la contempla rectamente la vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación total del sacrificio en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección, son la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación”.

562. Los discípulos de Cristo deben asemejarse a él hasta que él crezca y se forme en ellos. “Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con él estamos identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con él.

563. Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño.

564. Por su sumisión a María y a José, así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de la santidad en la vida cotidiana de la familia y del trabajo.

565. Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el “Siervo” enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el “bautismo” de su pasión.

566. La tentación en el desierto muestra a Jesús, humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total adhesión al designio de salvación querido por el Padre.

567. El Reino de los cielos ha sido inaugurado en la tierra por Cristo. “Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo”. La Iglesia es el germen y el comienzo de este Reino. Sus llaves son confiadas a Pedro.

568. La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un “monte alto” prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: “la esperanza de la gloria”.

569. Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores.

570. La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.

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ARTÍCULO 4

“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”

571. El Misterio Pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de “una vez por todas” por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo.

572. La Iglesia permanece fiel a “la interpretación de todas las Escrituras” dada por Jesús mismo, tanto antes como después de su Pascua: “¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?”. Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido “reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas”, que lo “entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle”.

573. Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han sido transmitidas fielmente por los evangelios e iluminadas por otras fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención.

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Párrafo 1

JESÚS E ISRAEL

574. Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle. Por algunas de sus obras (expulsión de demonios; perdón de los pecados; curaciones en sábado; interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica. Se le acusa de blasfemo y de falso profetismo, crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas.

575. Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un “signo de contradicción” para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquéllas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia “los judíos”, más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios. Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría. Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos. Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos, las formas de piedad (limosna, ayuno y oración) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo.

576. A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido:

–    contra la sumisión a la Ley en la integridad de sus prescripciones escritas, y, para los fariseos, según la interpretación de la tradición oral.

–   contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada.

–    contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir.

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I. Jesús y la Ley

577. Al comienzo del Sermón de la Montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una “i” o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los cielos».

578. Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente. Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos. Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, “quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos”.

579. Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo, el cual, si no quería convertirse en una casuística “hipócrita” no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores.

580. El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo. En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino “en el fondo del corazón” del Siervo, quien, por “aportar fielmente el derecho”, se ha convertido en “la Alianza del pueblo”. Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo “la maldición de la Ley” en la que habían incurrido los que no “practican todos los preceptos de la Ley” porque “ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza”.

581. Jesús fue considerado por los judíos y sus jefes espirituales como un “rabbi”. Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley. Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”. La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en Él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas. Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: “Habéis oído también que se dijo a los antepasados [...] pero yo os digo”. Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas “tradiciones humanas” de los fariseos que “anulan la Palabra de Dios”.

582. Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido “pedagógico” por medio de una interpretación divina: “Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro [...] –así declaraba puros todos los alimentos–. Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas”. Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no aceptaban su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba. Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos, que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios o al prójimo que realizan sus curaciones.

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II. Jesús y el Templo

583. Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento. A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre. Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua; su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías.

584. Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado. Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: “No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará'”. Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo.

585. Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra. Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua. Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz.

586. Lejos de haber sido hostil al Templo donde expuso lo esencial de su enseñanza, Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro, a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia. Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres. Por eso su muerte corporal anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación: “Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre”.

⊿ Enseñanza

III. Jesús y la fe de Israel en el Dios único y Salvador

587. Si la Ley y el Templo de Jerusalén pudieron ser ocasión de “contradicción” entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención de los pecados -obra divina por excelencia-, acepta ser verdadera piedra de escándalo para aquellas autoridades.

588. Jesús escandalizó a los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores tan familiarmente como con ellos mismos. Contra algunos de los “que se tenían por justos y despreciaban a los demás”, Jesús afirmó: “No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores”. Fue más lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal, los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos.

589. Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos. Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores, los admitía al banquete mesiánico. Pero es especialmente al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, “¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”. Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios.

590. Sólo la identidad divina de la persona de Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta: “El que no está conmigo está contra mí”; lo mismo cuando dice que él es “más que Jonás [...] más que Salomón”, “más que el Templo”; cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su Señor, cuando afirma: “Antes que naciese Abraham, Yo soy”; e incluso: “El Padre y yo somos una sola cosa”.

591. Jesús pidió a las autoridades religiosas de Jerusalén que creyeran en él en virtud de las obras de su Padre que él realizaba. Pero tal acto de fe debía pasar por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo “nacimiento de lo alto” atraído por la gracia divina. Tal exigencia de conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente de las promesas permite comprender el trágico desprecio del Sanedrín al estimar que Jesús merecía la muerte como blasfemo. Sus miembros obraban así tanto por “ignorancia” como por el “endurecimiento” de la “incredulidad”.

Resumen

592. Jesús no abolió la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionó de tal modo que reveló su hondo sentido y satisfizo por las transgresiones contra ella.

593. Jesús veneró el Templo subiendo a él en peregrinación en las fiestas judías y amó con gran celo esa morada de Dios entre los hombres. El Templo prefigura su Misterio. Anunciando la destrucción del Templo anuncia su propia muerte y la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación, donde su cuerpo será el Templo definitivo.

594. Jesús realizó obras como el perdón de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador. Algunos judíos que no le reconocían como Dios hecho hombre veían en él a “un hombre que se hace Dios”, y lo juzgaron como un blasfemo.

⊿ Enseñanza - Parte 1
⊿ Enseñanza - Parte 2
⊿ Enseñanza - Parte 3

Párrafo 2

JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO

I. El proceso de Jesús

Divisiones de las autoridades judías respecto a Jesús

595. Entre las autoridades religiosas de Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo o el notable José de Arimatea eran en secreto discípulos de Jesús, sino que durante mucho tiempo hubo disensiones a propósito de Él hasta el punto de que en la misma víspera de su pasión, san Juan pudo decir de ellos que “un buen número creyó en él”, aunque de una manera muy imperfecta. Eso no tiene nada de extraño si se considera que al día siguiente de Pentecostés “multitud de sacerdotes iban aceptando la fe” y que “algunos de la secta de los fariseos... habían abrazado la fe” hasta el punto de que Santiago puede decir a san Pablo que “miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley”.

596. Las autoridades religiosas de Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús. Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran. A los que temían que “todos creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación”, el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: “Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación”. El Sanedrín declaró a Jesús “reo de muerte” como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie, entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de “sedición”. Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús.

Los judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús

597. Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso, lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada y de las acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés. El mismo Jesús perdonando en la Cruz y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a “la ignorancia” de los judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Menos todavía se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el tiempo y en el espacio, apoyándose en el grito del pueblo: “¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”, que equivale a una fórmula de ratificación:

Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: «Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy [...] No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la sagrada Escritura».

Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo

598. La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que “los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor”. Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo, la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:

«Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal “crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia”. Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del apóstol, “de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria”. Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de Él con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre Él nuestras manos criminales».

«Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados».

⊿ Enseñanza

II. La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación

“Jesús entregado según el preciso designio de Dios”

599. La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: “Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios”. Este lenguaje bíblico no significa que los que han “entregado a Jesús” fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.

600. Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de “predestinación” incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: “Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel, de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado”. Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera para realizar su designio de salvación.

⊿ Enseñanza

“Muerto por nuestros pecados según las Escrituras”

601. Este designio divino de salvación a través de la muerte del “Siervo, el Justo” había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado. San Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber “recibido” que “Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras”. La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente. Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente. Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús, luego a los propios apóstoles.

⊿ Enseñanza

“Dios le hizo pecado por nosotros”

602. En consecuencia, san Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: “Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros”. Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte. Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo, la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado, “a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él”.

603. Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado. Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre, nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, “Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros” para que fuéramos “reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”.

⊿ Enseñanza

Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal

604. Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”.

605. Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: “De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños”. Afirma “dar su vida en rescate por muchos”; este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla. La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles, enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: “no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo”.

⊿ Enseñanza

III. Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados

Toda la vida de Cristo es oblación al Padre

606. El Hijo de Dios “bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado”, “al entrar en este mundo, dice: [...] He aquí que vengo [...] para hacer, oh Dios, tu voluntad [...] En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo”. Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra”. El sacrificio de Jesús “por los pecados del mundo entero”, es la expresión de su comunión de amor con el Padre: “El Padre me ama porque doy mi vida”. “El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”.

607. Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: “¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!”. “El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?”. Y todavía en la cruz antes de que “todo esté cumplido”, dice: “Tengo sed”.

⊿ Enseñanza

“El cordero que quita el pecado del mundo”

608. Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores, vio y señaló a Jesús como el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las multitudes y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua. Toda la vida de Cristo expresa su misión: “Servir y dar su vida en rescate por muchos”.

Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre

609. Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, “los amó hasta el extremo” porque “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”. Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: “Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente”. De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte.

⊿ Enseñanza

Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida

610. Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los doce Apóstoles, en “la noche en que fue entregado”. En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre, por la salvación de los hombres: “Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros”. “Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados”.

611. La Eucaristía que instituyó en este momento será el “memorial” de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla. Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: “Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad”.

⊿ Enseñanza

La agonía de Getsemaní

612. El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo, lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní haciéndose “obediente hasta la muerte”. Jesús ora: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz...”. Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado que es la causa de la muerte; pero sobre todo está asumida por la persona divina del “Príncipe de la Vida”, de “el que vive”, Viventis assumpta. Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre, acepta su muerte como redentora para “llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero”.

⊿ Enseñanza

La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo

613. La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres por medio del “Cordero que quita el pecado del mundo” y el sacrificio de la Nueva Alianza que devuelve al hombre a la comunión con Dios reconciliándole con Él por “la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados”.

614. Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios. Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo. Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor, ofrece su vida a su Padre por medio del Espíritu Santo, para reparar nuestra desobediencia.

⊿ Enseñanza

Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia

615. “Como [...] por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos”. Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que “se dio a sí mismo en expiación”, “cuando llevó el pecado de muchos”, a quienes “justificará y cuyas culpas soportará”. Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados.

⊿ Enseñanza

En la cruz, Jesús consuma su sacrificio

616. El “amor hasta el extremo” es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida. “El amor [...] de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron”. Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.

617. Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit (“Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación”), enseña el Concilio de Trento subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como “causa de salvación eterna”. Y la Iglesia venera la Cruz cantando: O crux, ave, spes única (“Salve, oh cruz, única esperanza”).

⊿ Enseñanza

Nuestra participación en el sacrificio de Cristo

618. La Cruz es el único sacrificio de Cristo “único mediador entre Dios y los hombres”. Pero, porque en su Persona divina encarnada, “se ha unido en cierto modo con todo hombre” Él “ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida [...] se asocien a este misterio pascual”. Él llama a sus discípulos a “tomar su cruz y a seguirle” porque Él “sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas”. Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios. Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor:

«Esta es la única verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al cielo»

Resumen

619. “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras”.

620. Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque “Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo”.

621. Jesús se ofreció libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza por anticipado durante la última cena: “Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros”.

622. La redención de Cristo consiste en que Él “ha venido a dar su vida como rescate por muchos”, es decir “a amar a los suyos [...] hasta el extremo” para que ellos fuesen “rescatados de la conducta necia heredada de sus padres”.

623. Por su obediencia amorosa a su Padre, “hasta la muerte [...] de cruz”, Jesús cumplió la misión expiatoria del Siervo doliente que “justifica a muchos cargando con las culpas de ellos”.

⊿ Enseñanza

Párrafo 3

JESUCRISTO FUE SEPULTADO

624. “Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos”. En su designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente “muriese por nuestros pecados” sino también que “gustase la muerte”, es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz el universo entero.

El cuerpo de Cristo en el sepulcro

625. La permanencia de Cristo en el sepulcro constituye el vínculo real entre el estado pasible de Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de resucitado. Es la misma persona de “El que vive” que puede decir: “estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos”:

«Y este es el misterio del plan providente de Dios sobre la Muerte y la Resurrección de Hijos de entre los muerte: que Dios no impidió a la muerte separar el alma del cuerpo, según el orden necesario de la naturaleza, pero los reunió de nuevo, una con otro, por medio de la Resurrección, a fin de ser Él mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de la vida deteniendo en Él la descomposición de la naturaleza que produce la muerte y resultando Él mismo el principio de reunión de las partes separadas».

626. Ya que el “Príncipe de la vida que fue llevado a la muerte” es al mismo tiempo “el Viviente que ha resucitado”, era necesario que la persona divina del Hijo de Dios haya continuado asumiendo su alma y su cuerpo separados entre sí por la muerte:

«Aunque Cristo en cuanto hombre se sometió a la muerte, y su alma santa fue separada de su cuerpo inmaculado, sin embargo su divinidad no fue separada ni de una ni de otro, esto es, ni del alma ni del cuerpo: y, por tanto, la persona única no se encontró dividida en dos personas. Porque el cuerpo y el alma de Cristo existieron por la misma razón desde el principio en la persona del Verbo; y en la muerte, aunque separados el uno de la otra, permanecieron cada cual con la misma y única persona del Verbo».

“No dejarás que tu santo vea la corrupción”

627. La muerte de Cristo fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena. Pero a causa de la unión que la persona del Hijo conservó con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás porque “no era posible que la muerte lo dominase” y por eso “la virtud divina preservó de la corrupción al cuerpo de Cristo”. De Cristo se puede decir a la vez: “Fue arrancado de la tierra de los vivos”; y: “mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en la mansión de los muertos ni permitirás que tu santo experimente la corrupción”. La Resurrección de Jesús “al tercer día” era el signo de ello, también porque se suponía que la corrupción se manifestaba a partir del cuarto día.

“Sepultados con Cristo... “

628. El Bautismo, cuyo signo original y pleno es la inmersión, significa eficazmente la bajada del cristiano al sepulcro muriendo al pecado con Cristo para una nueva vida: “Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”.

Resumen

629. Jesús gustó la muerte para bien de todos. Es verdaderamente el Hijo de Dios hecho hombre que murió y fue sepultado.

630. Durante el tiempo que Cristo permaneció en el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como su cuerpo, separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por eso el cuerpo muerto de Cristo “no conoció la corrupción”.

⊿ Enseñanza

ARTÍCULO 5

“JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,

AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS”

631. “Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que subió”. El Símbolo de los Apóstoles confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos y su Resurrección de los muertos al tercer día, porque es en su Pascua donde, desde el fondo de la muerte, Él hace brotar la vida:

Christus, Filius tuus, qui, regressus ab inferis, humano generi serenus illuxit, et vivit et regnat in saecula saeculorum. Amen.

(Es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén).

Párrafo 1

JESÚS DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS

632. Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús “resucitó de entre los muertos” presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos.

633. La Escritura llama infiernos, sheol, o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el “seno de Abraham”. “Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos”. Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación sino para liberar a los justos que le habían precedido.

⊿ Enseñanza

634. “Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva...”. El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.

635. Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte para “que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan”. Jesús, “el Príncipe de la vida” aniquiló “mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud “. En adelante, Cristo resucitado “tiene las llaves de la muerte y del Infierno” y “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos”.

«Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo [...] Va a buscar a nuestro primer Padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es la mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva [...] Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu Hijo. A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos»

Resumen

636. En la expresión “Jesús descendió a los infiernos”, el símbolo confiesa que Jesús murió realmente, y que, por su muerte en favor nuestro, ha vencido a la muerte y al diablo “Señor de la muerte”.

637. Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido.

⊿ Enseñanza

Párrafo 2

AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS

638. “Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús. La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:

Cristo ha resucitado de los muertos, con su muerte ha vencido a la muerte. Y a los muertos ha dado la vida.

I. Acontecimiento histórico y transcendente

639. El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce”. El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco.

⊿ Enseñanza

El sepulcro vacío

640. “¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado”. En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres, después de Pedro. “El discípulo que Jesús amaba” afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir “las vendas en el suelo” “vio y creyó”. Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro.

⊿ Enseñanza

Las apariciones del Resucitado

641. María Magdalena y las santas mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado fueron las primeras en encontrar al Resucitado. Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles. Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce. Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos, ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!”.

642. Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles –y a Pedro en particular– en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y de los que la mayor parte aún vivían entre ellos. Estos “testigos de la Resurrección de Cristo” son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los Apóstoles.

643. Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano. La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los discípulos abatidos y asustados. Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y “sus palabras les parecían como desatinos”. Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua “les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado”.

644. Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía: creen ver un espíritu. “No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados”. Tomás conocerá la misma prueba de la duda y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, “algunos sin embargo dudaron”. Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un “producto” de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació –bajo la acción de la gracia divina– de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.

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El estado de la humanidad resucitada de Cristo

645. Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto y el compartir la comida. Les invita así a reconocer que él no es un espíritu, pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión. Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo, las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre. Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero o “bajo otra figura” distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe.

646. La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena “ordinaria”. En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san Pablo puede decir de Cristo que es “el hombre celestial”.

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La Resurrección como acontecimiento transcendente

647. “¡Qué noche tan dichosa –canta el Exultet de Pascua–, sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!”. En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo sino a sus discípulos, “a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo”.

II. La Resurrección, obra de la Santísima Trinidad

648. La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres Personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que “ha resucitado” a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad –con su cuerpo– en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente “Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”. San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.

649. En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del término). Por otra parte, él afirma explícitamente: “Doy mi vida, para recobrarla de nuevo... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo”. “Creemos que Jesús murió y resucitó”.

650. Los Padres contemplan la Resurrección a partir de la persona divina de Cristo que permaneció unida a su alma y a su cuerpo separados entre sí por la muerte: “Por la unidad de la naturaleza divina que permanece presente en cada una de las dos partes del hombre, las que antes estaban separadas y segregadas, éstas se unen de nuevo. Así la muerte se produce por la separación del compuesto humano, y la Resurrección por la unión de las dos partes separadas”.

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III. Sentido y alcance salvífico de la Resurrección

651. “Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe”. La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido.

652. La Resurrección de Cristo es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús durante su vida terrenal. La expresión “según las Escrituras” indica que la Resurrección de Cristo cumplió estas predicciones.

653. La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su Resurrección. Él había dicho: “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy”. La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente, él era “Yo Soy”, el Hijo de Dios y Dios mismo. San Pablo pudo decir a los judíos: «La Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros [...] al resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo primero: “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy”». La Resurrección de Cristo está estrechamente unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: es su plenitud según el designio eterno de Dios.

654. Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios “a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos [...] así también nosotros vivamos una nueva vida”. Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia. Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: “Id, avisad a mis hermanos”. Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.

655. Por último, la Resurrección de Cristo –y el propio Cristo resucitado– es principio y fuente de nuestra resurrección futura: “Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron [...] del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo”. En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En Él los cristianos “saborean [...] los prodigios del mundo futuro” y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.

Resumen

656. La fe en la Resurrección tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado, y misteriosamente transcendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios.

657. El sepulcro vacío y las vendas en el suelo significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado por el poder de Dios de las ataduras de la muerte y de la corrupción. Preparan a los discípulos para su encuentro con el Resucitado.

658. Cristo, “el primogénito de entre los muertos”, es el principio de nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma, más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo.

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ARTÍCULO 6

“JESUCRISTO SUBIÓ A LOS CIELOS,

Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE DIOS, PADRE TODOPODEROSO”

659. “Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios”. El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios. Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo “como un abortivo” en una última aparición que constituye a éste en apóstol.

660. El carácter velado de la gloria del Resucitado durante este tiempo se transparenta en sus palabras misteriosas a María Magdalena: “Todavía [...] no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. El acontecimiento a la vez histórico y transcendente de la Ascensión marca la transición de una a otra.

661. Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que “salió del Padre” puede “volver al Padre”: Cristo. “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la “Casa del Padre”, a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, “ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino”.

662. “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, “no [...] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre [...], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro”. En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. “De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor”. Como “Sumo Sacerdote de los bienes futuros”, es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos.

⊿ Enseñanza - Parte 1
⊿ Enseñanza - Parte 2

663. Cristo, desde entonces, está sentado a la derecha del Padre: “Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada”.

664. Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: “A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás”. A partir de este momento, los Apóstoles se convirtieron en los testigos del “Reino que no tendrá fin”.

Resumen

665. La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver, aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres.

666. Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente.

667. Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.

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ARTÍCULO 7

“DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS”

I. Volverá en gloria

Cristo reina ya mediante la Iglesia...

668. “Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos”. La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está “por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación” porque el Padre “bajo sus pies sometió todas las cosas”. Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación, su cumplimiento transcendente.

669. Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo. Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia. “La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio”, “constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra”.

670. Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la “última hora”. “El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta”. El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos que acompañan a su anuncio por la Iglesia.

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... esperando que todo le sea sometido

671. El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado “con gran poder y gloria” con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal, a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido, y “mientras no [...] haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios”. Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican: “Ven, Señor Jesús”.

672. Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel que, según los profetas, debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio, pero es también un tiempo marcado todavía por la “tribulación” y la prueba del mal que afecta también a la Iglesia e inaugura los combates de los últimos días. Es un tiempo de espera y de vigilia.

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El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel

673. Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad”. Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento, aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios.

674. La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia, se vincula al reconocimiento del Mesías por “todo Israel” del que “una parte está endurecida” en “la incredulidad” respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: “Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas”. Y san Pablo le hace eco: “si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?”. La entrada de “la plenitud de los judíos” en la salvación mesiánica, a continuación de “la plenitud de los gentiles”, hará al pueblo de Dios “llegar a la plenitud de Cristo” en la cual “Dios será todo en nosotros”.

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La última prueba de la Iglesia

675. Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne.

676. Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo, sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso”.

677. La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal que hará descender desde el cielo a su Esposa. El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa.

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II. «Para juzgar a vivos y muertos»

678. Siguiendo a los profetas y a Juan Bautista, Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios. La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino. Jesús dirá en el último día: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.

679. Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. “Adquirió” este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado “todo juicio al Hijo”. Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar y para dar la vida que hay en él. Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo; es retribuido según sus obras y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor.

Resumen

680. Cristo, el Señor, reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas todas las cosas de este mundo. El triunfo del Reino de Cristo no tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal.

681. El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia.

682. Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia.

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CAPÍTULO TERCERO

CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

683. “Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!” sino por influjo del Espíritu Santo”. “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!”. Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia:

El Bautismo «nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo».

684. El Espíritu Santo con su gracia es el “primero” que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”. No obstante, es el “último” en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno, “el Teólogo”, explica esta progresión por medio de la pedagogía de la “condescendencia” divina:

«El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida ... Así por avances y progresos “de gloria en gloria”, es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos».

685. Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la “teología trinitaria”, en tanto que aquí no se tratará del Espíritu Santo sino en la “Economía” divina.

686. El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Pero es en los “últimos tiempos”, inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este designio divino, que se consuma en Cristo, “Primogénito” y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.

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ARTÍCULO 8

“CREO EN EL ESPÍRITU SANTO”

687. “Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios”. Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que “habló por los profetas” nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos “desvela” a Cristo “no habla de sí mismo”. Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué “el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce”, mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos.

688. La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:

–   en las Escrituras que Él ha inspirado;

–   en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;

–   en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;

–   en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;

–    en la oración en la cual Él intercede por nosotros;

–   en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;

–    en los signos de vida apostólica y misionera;

–    en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.

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I. La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo

689. Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.

690. Jesús es Cristo, “ungido”, porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud. Cuando por fin Cristo es glorificado, puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: Él les comunica su Gloria, es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica. La misión conjunta se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él:

«La noción de la unción sugiere [...] que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu, de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe».

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II. Nombre, apelativos y símbolos del Espíritu Santo

El nombre propio del Espíritu Santo

691. “Espíritu Santo”, tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos.

El término “Espíritu” traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino. Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos “espíritu” y “santo”.

Los apelativos del Espíritu Santo

692. Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el “Paráclito”, literalmente “aquel que es llamado junto a uno”, advocatus. “Paráclito” se traduce habitualmente por “Consolador”, siendo Jesús el primer consolador. El mismo Señor llama al Espíritu Santo “Espíritu de Verdad”.

693. Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los Apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa, el Espíritu de adopción, el Espíritu de Cristo, el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios, y en San Pedro, el Espíritu de gloria.

Los símbolos del Espíritu Santo

694. El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero “bautizados [...] en un solo Espíritu”, también “hemos bebido de un solo Espíritu”: el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna.

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695. La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo. En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente “Crismación”. Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo [“Mesías” en hebreo] significa “Ungido” del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo “ungidos” del Señor, de forma eminente el rey David. Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente “ungida por el Espíritu Santo”. Jesús es constituido “Cristo” por el Espíritu Santo. La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor; es de quien Cristo está lleno y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas. Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos. Por tanto, constituido plenamente “Cristo” en su humanidad victoriosa de la muerte, Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que “los santos” constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, “ese Hombre perfecto [...] que realiza la plenitud de Cristo”: “el Cristo total” según la expresión de San Agustín.

696. El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que “surgió [...] como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha”, con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías”, anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y el fuego”, Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!”. En forma de lenguas “como de fuego” se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él. La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. “No extingáis el Espíritu”.

697. La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí, en la Tienda de Reunión y durante la marcha por el desierto; con Salomón en la dedicación del Templo. Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre “con su sombra” para que ella conciba y dé a luz a Jesús. En la montaña de la Transfiguración es Él quien “vino en una nube y cubrió con su sombra” a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y «se oyó una voz desde la nube que decía: “Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle”». Es, finalmente, la misma nube la que “ocultó a Jesús a los ojos” de los discípulos el día de la Ascensión, y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento.

⊿ Enseñanza

698. El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien “Dios ha marcado con su sello” y el Padre nos marca también en él con su sello. Como la imagen del sello [sphragis] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el “carácter” imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.

699. La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos y bendice a los niños. En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo. Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado. En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los “artículos fundamentales” de su enseñanza. Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales.

700. El dedo. “Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios”. Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra “por el dedo de Dios”, la “carta de Cristo” entregada a los Apóstoles “está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón”. El himno Veni Creator invoca al Espíritu Santo como dextrae Dei Tu digitus (“dedo de la diestra del Padre”).

701. La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo. Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él. El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la Santa Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.

⊿ Enseñanza

III. El Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo de las promesas

702. Desde el comienzo y hasta “la plenitud de los tiempos”, la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento, investiga en él lo que el Espíritu, “que habló por los profetas”, quiere decirnos acerca de Cristo.

Por “profetas”, la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo anuncio y en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos].

En la Creación

703. La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura:

«Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo [...] A Él se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo».

704. “En cuanto al hombre, Dios lo formó con sus propias manos [es decir, el Hijo y el Espíritu Santo] Y Él dibujó trazó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina».

El Espíritu de la promesa

705. Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo “a imagen de Dios”, a imagen del Hijo, pero “privado de la Gloria de Dios”, privado de la “semejanza”. La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá “la imagen” y la restaurará en “la semejanza” con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu “que da la Vida”.

706. Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo. En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Esta descendencia será Cristo en quien la efusión del Espíritu Santo formará “la unidad de los hijos de Dios dispersos”. Comprometiéndose con juramento, Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado y al don del “Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda... para redención del Pueblo de su posesión”.

⊿ Enseñanza

En las Teofanías y en la Ley

707. Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y “cubierto” por la nube del Espíritu Santo.

708. Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley, que fue dada como un “pedagogo” para conducir al Pueblo hacia Cristo. Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la “semejanza” divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.

En el Reino y en el Exilio

709. La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del pueblo salido de la fe de Abraham. “Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza [...], seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Pero, después de David, Israel sucumbe a la tentación de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el Espíritu.

710. El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación; el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de la figuras más transparentes de la Iglesia.

La espera del Mesías y de su Espíritu

711. “He aquí que yo lo renuevo”: dos líneas proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres, que aguardan en la esperanza la “consolación de Israel” y “la redención de Jerusalén”.

Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a Él se refieren. A continuación se describen aquéllas en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu.

712. Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (cuando “Isaías vio [...] la gloria” de Cristo Jn 12, 41), especialmente en Is 11, 1-2:

«Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el Espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor».

713. Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo. Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra “condición de esclavos”. Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida.

714. Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

715. Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los acentos del “amor y de la fidelidad”, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés. Según estas promesas, en los “últimos tiempos”, el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.

716. El Pueblo de los “pobres”, los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor “un pueblo bien dispuesto”.

⊿ Enseñanza

IV. El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos

Juan, Precursor, Profeta y Bautista

717. “Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Juan fue “lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La “Visitación” de María a Isabel se convirtió así en “visita de Dios a su pueblo”.

718. Juan es “Elías que debe venir”: El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como “precursor”] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”.

719. Juan es “más que un profeta”. En él, el Espíritu Santo consuma el “hablar por los profetas”. Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías. Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la “voz” del Consolador que llega. Como lo hará el Espíritu de Verdad, “vino como testigo para dar testimonio de la luz”. Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las “indagaciones de los profetas” y la ansiedad de los ángeles: “Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios [...] He ahí el Cordero de Dios”.

720. En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la “semejanza” divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento.

⊿ Enseñanza

“Alégrate, llena de gracia”

721. María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María: María es cantada y representada en la Liturgia como el “Trono de la Sabiduría”.

En ella comienzan a manifestarse las “maravillas de Dios”, que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:

722. El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese “llena de gracia” la Madre de Aquel en quien “reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente”. Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la “Hija de Sión”: “Alégrate”. Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción de gracias de todo el pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia.

723. En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe.

⊿ Enseñanza

724. En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres y a las primicias de las naciones.

725. En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres “objeto del amor benevolente de Dios”, y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.

726. Al término de esta misión del Espíritu, María se convierte en la “Mujer”, nueva Eva “madre de los vivientes”, Madre del “Cristo total”. Así es como ella está presente con los Doce, que “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu”, en el amanecer de los “últimos tiempos” que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.

⊿ Enseñanza

Cristo Jesús

727. Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías.

Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se mencionará solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.

728. Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo. Lo sugiere también a Nicodemo, a la Samaritana y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos. A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración y del testimonio que tendrán que dar.

729. Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres: El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.

730. Por fin llega la hora de Jesús: Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, “resucitado de los muertos por la gloria del Padre”, enseguida da a sus discípulos el Espíritu Santo exhalando sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: “Como el Padre me envió, también yo os envío”.

⊿ Enseñanza

V. El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos

Pentecostés

731. El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.

732. En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los “últimos tiempos”, el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:

«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado»

⊿ Enseñanza

El Espíritu Santo, el don de Dios

733. “Dios es Amor” y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor “Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.

734. Puesto que hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión con el Espíritu Santo es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.

735. Él nos da entonces las “arras” o las “primicias” de nuestra herencia: la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar “como él nos ha amado”. Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos “recibido una fuerza, la del Espíritu Santo”.

736. Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos “el fruto del Espíritu, que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”. “El Espíritu es nuestra Vida”: cuanto más renunciamos a nosotros mismos, más “obramos también según el Espíritu”:

«Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna».

⊿ Enseñanza

El Espíritu Santo y la Iglesia

737. La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con Dios, para que den “mucho fruto”.

738. Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):

«Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí [...] y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él . Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual».

739. Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será el objeto de la Segunda parte del Catecismo).

740. Estas “maravillas de Dios”, ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto de la Tercera parte del Catecismo).

741. “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la Cuarta parte del Catecismo).

Resumen

742. “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre”.

743. Desde el comienzo y hasta de la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.

744. En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, “Dios con nosotros”.

745. El Hijo de Dios es consagrado Cristo (Mesías) mediante la unción del Espíritu Santo en su Encarnación.

746. Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido Señor y Cristo en la gloria. De su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Iglesia.

747. El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres.

⊿ Enseñanza

ARTÍCULO 9

“CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA”

748. “Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas”. Con estas palabras comienza la “Constitución dogmática sobre la Iglesia” del Concilio Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol.

749. El artículo sobre la Iglesia depende enteramente también del que le precede, sobre el Espíritu Santo. “En efecto, después de haber mostrado que el Espíritu Santo es la fuente y el dador de toda santidad, confesamos ahora que es Él quien ha dotado de santidad a la Iglesia”. La Iglesia, según la expresión de los Padres, es el lugar “donde florece el Espíritu”.

750. Creer que la Iglesia es “Santa” y “Católica”, y que es “Una” y “Apostólica” (como añade el Símbolo Niceno-Constantinopolitano) es inseparable de la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Símbolo de los Apóstoles, hacemos profesión de creer que existe una Iglesia Santa (Credo [...] Ecclesiam), y no de creer en la Iglesia para no confundir a Dios con sus obras y para atribuir claramente a la bondad de Dios todos los dones que ha puesto en su Iglesia.

Párrafo 1

LA IGLESIA EN EL DESIGNIO DE DIOS

I. Los nombres y las imágenes de la Iglesia

751. La palabra “Iglesia” [ekklèsia, del griego ek-kalein–“llamar fuera”] significa “convocación”. Designa asambleas del pueblo, en general de carácter religioso. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo. Dándose a sí misma el nombre de “Iglesia”, la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea. En ella, Dios “convoca” a su Pueblo desde todos los confines de la tierra. El término Kyriaké, del que se deriva las palabras Church en inglés, y Kirche en alemán, significa “la que pertenece al Señor”.

752. En el lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo la asamblea litúrgica, sino también la comunidad local o toda la comunidad universal de los creyentes. Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La “Iglesia” es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.

⊿ Enseñanza

Los símbolos de la Iglesia

753. En la Sagrada Escritura encontramos multitud de imágenes y de figuras relacionadas entre sí, mediante las cuales la Revelación habla del misterio inagotable de la Iglesia. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento constituyen variaciones de una idea de fondo, la del “Pueblo de Dios”. En el Nuevo Testamento, todas estas imágenes adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser “la Cabeza” de este Pueblo, el cual es desde entonces su Cuerpo. En torno a este centro se agrupan imágenes “tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la construcción, incluso de la familia y del matrimonio”.

754. “La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo. Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios, como él mismo anunció. Aunque son pastores humanos quien es gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; Él, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores, que dio su vida por las ovejas”.

755. “La Iglesia es labranza o campo de Dios. En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles. El labrador del cielo la plantó como viña selecta. La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada”.

756. “También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios. El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular. Los Apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento, que le da solidez y cohesión. Esta construcción recibe diversos nombres: casa de Dios en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu, tienda de Dios con los hombres, y sobre todo, templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo. San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una esposa embellecidas para su esposo”.

757. «La Iglesia que es llamada también “la Jerusalén de arriba” y “madre nuestra”, y se la describe como la esposa inmaculada del Cordero inmaculado. Cristo “la amó y se entregó por ella para santificarla”; se unió a ella en alianza indisoluble, “la alimenta y la cuida” sin cesar».

⊿ Enseñanza

II. Origen, fundación y misión de la Iglesia

758. Para penetrar en el Misterio de la Iglesia, conviene primeramente contemplar su origen dentro del designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la historia.

Un designio nacido en el corazón del Padre

759. “El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida divina” a la cual llama a todos los hombres en su Hijo: “Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia”. Esta “familia de Dios” se constituye y se realiza gradualmente a lo largo de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre: en efecto, la Iglesia ha sido “prefigurada ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efusión del Espíritu y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos”.

La Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo

760. “El mundo fue creado en orden a la Iglesia” decían los cristianos de los primeros tiempos; cf. Arístides, Apología 16, 6; San Justino, Apología 2, 7). Dios creó el mundo en orden a la comunión en su vida divina, comunión que se realiza mediante la “convocación” de los hombres en Cristo, y esta “convocación” es la Iglesia. La Iglesia es la finalidad de todas las cosas, e incluso las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios más que como ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida del amor que quería dar al mundo:

«Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia».

La Iglesia, preparada en la Antigua Alianza

761. La reunión del pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado destruye la comunión de los hombres con Dios y la de los hombres entre sí. La reunión de la Iglesia es por así decirlo la reacción de Dios al caos provocado por el pecado. Esta reunificación se realiza secretamente en el seno de todos los pueblos: “En cualquier nación el que le teme [a Dios] y practica la justicia le es grato”.

762. La preparación lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a quien Dios promete que llegará a ser padre de un gran pueblo. La preparación inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo de Dios. Por su elección, Israel debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones. Pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una prostituta. Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna. “Jesús instituyó esta nueva alianza”.

⊿ Enseñanza

La Iglesia, instituida por Cristo Jesús

763. Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ese es el motivo de su “misión”. “El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras”. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo “presente ya en misterio”.

764. “Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo”. Acoger la palabra de Jesús es acoger “el Reino”. El germen y el comienzo del Reino son el “pequeño rebaño” de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor. Constituyen la verdadera familia de Jesús. A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva “manera de obrar”, sino también una oración propia.

765. El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza; puesto que representan a las doce tribus de Israel, ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén. Los Doce y los otros discípulos participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte. Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.

766. Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la cruz. “El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento”. “Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia”. Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz.

⊿ Enseñanza

La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo

767. “Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia”. Es entonces cuando “la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación”. Como ella es “convocatoria” de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos.

768. Para realizar su misión, el Espíritu Santo “la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos”. “La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra”.

La Iglesia, consumada en la gloria

769. La Iglesia “sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo”, cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, “la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”. Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor, y aspira al advenimiento pleno del Reino, “y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria”. La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, “todos los justos descendientes de Adán, ‘desde Abel el justo hasta el último de los elegidos’ se reunirán con el Padre en la Iglesia universal”.

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III. El misterio de la Iglesia

770. La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la transciende. Solamente “con los ojos de la fe” se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina.

La Iglesia, a la vez visible y espiritual

771. “Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia”. La Iglesia es a la vez:

–   «sociedad [...] dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo;

–    el grupo visible y la comunidad espiritual;

–    la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo».

Estas dimensiones juntas constituyen “una realidad compleja, en la que están unidos el elemento divino y el humano”:

Es propio de la Iglesia «ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos».

«¡Qué humildad y qué sublimidad! Es la tienda de Cadar y el santuario de Dios; una tienda terrena y un palacio celestial; una casa modestísima y una aula regia; un cuerpo mortal y un templo luminoso; la despreciada por los soberbios y la esposa de Cristo. Tiene la tez morena pero es hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo y el dolor del prolongado exilio la han deslucido, pero también la hermosa su forma celestial».

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La Iglesia, misterio de la unión de los hombres con Dios

772. En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio de Dios: “recapitular todo en Cristo”. San Pablo llama “gran misterio” al desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo, por eso se convierte a su vez en misterio. Contemplando en ella el misterio, san Pablo escribe: el misterio “es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria”.

773. En la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por “la caridad que no pasará jamás” es la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a este mundo que pasa. «Su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo. Y la santidad se aprecia en función del “gran misterio” en el que la Esposa responde con el don del amor al don del Esposo». María nos precede a todos en la santidad que es el misterio de la Iglesia como la “Esposa sin mancha ni arruga”. Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina”.

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La Iglesia, sacramento universal de la salvación

774. La palabra griega mysterion ha sido traducida en latín por dos términos: mysterium y sacramentum. En la interpretación posterior, el término sacramentum expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término mysterium. En este sentido, Cristo es Él mismo el Misterio de la salvación: Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus (“No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo”). La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también “los santos Misterios”). Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene, por tanto, y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada “sacramento”.

775. “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano “: Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres “de toda nación, raza, pueblo y lengua”; al mismo tiempo, la Iglesia es “signo e instrumento” de la plena realización de esta unidad que aún está por venir.

776. Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo “como instrumento de redención universal”, “sacramento universal de salvación”, por medio del cual Cristo “manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre”. Ella “es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad” que quiere “que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo”.

Resumen

777. La palabra “Iglesia” significa “convocación”. Designa la asamblea de aquellos a quienes convoca la palabra de Dios para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo.

778. La Iglesia es a la vez camino y término del designio de Dios: prefigurada en la creación, preparada en la Antigua Alianza, fundada por las palabras y las obras de Jesucristo, realizada por su Cruz redentora y su Resurrección, se manifiesta como misterio de salvación por la efusión del Espíritu Santo. Quedará consumada en la gloria del cielo como asamblea de todos los redimidos de la tierra.

779. La Iglesia es a la vez visible y espiritual, sociedad jerárquica y Cuerpo Místico de Cristo. Es una, formada por un doble elemento humano y divino. Ahí está su Misterio que sólo la fe puede aceptar.

780. La Iglesia es, en este mundo, el sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres.

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Párrafo 2

LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO,

TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO

I. La Iglesia, Pueblo de Dios

781. “En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo [...], es decir, el Nuevo Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu”.

Las características del Pueblo de Dios

782. El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:

–   Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: “una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa”.

–   Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el “nacimiento de arriba”, “del agua y del Espíritu”, es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.

–   Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías] porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es “el Pueblo mesiánico”.

–   ”La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo”.

–   ”Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó”. Esta es la ley “nueva” del Espíritu Santo.

–   Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo. “Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano”.

–   ”Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección”.

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Un pueblo sacerdotal, profético y real

783. Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido “Sacerdote, Profeta y Rey”. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas.

784. Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: «Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo “un reino de sacerdotes para Dios, su Padre”. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo».

785. “El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo”. Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando “se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre” y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo.

786. El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección. Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo “venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”. Para el cristiano, “servir a Cristo es reinar”, particularmente “en los pobres y en los que sufren” donde descubre “la imagen de su Fundador pobre y sufriente”. El pueblo de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.

«La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos debe saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?».

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II. La Iglesia, Cuerpo de Cristo

La Iglesia es comunión con Jesús

787. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida; les reveló el Misterio del Reino; les dio parte en su misión, en su alegría y en sus sufrimientos. Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: “Permaneced en mí, como yo en vosotros [...] Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.

788. Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos. Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos, les envió su Espíritu. Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa: “Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo”.

789. La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a Él: siempre está unificada en Él, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia “cuerpo de Cristo” se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.

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“Un solo cuerpo”

790. Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: “La vida de Cristo se comunica a a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real”. Esto es particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la Resurrección de Cristo, y en el caso de la Eucaristía, por la cual, “compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros”.

791. La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad de los miembros: “En la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia”. La unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: “Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él”. En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones humanas: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Cristo, Cabeza de este Cuerpo

792. Cristo “es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia”. Es el Principio de la creación y de la redención. Elevado a la gloria del Padre, “él es el primero en todo”, principalmente en la Iglesia por cuyo medio extiende su reino sobre todas las cosas.

793. Él nos une a su Pascua: Todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él “hasta que Cristo esté formado en ellos”. “Por eso somos integrados en los misterios de su vida [...], nos unimos a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos con él para ser glorificados con él”.

794. Él provee a nuestro crecimiento: Para hacernos crecer hacia él, nuestra Cabeza, Cristo distribuye en su Cuerpo, la Iglesia, los dones y los servicios mediante los cuales nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación.

795. Cristo y la Iglesia son, por tanto, el “Cristo total” [Christus totus]. La Iglesia es una con Cristo. Los santos tienen conciencia muy viva de esta unidad:

«Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo. En efecto, ya que Él es la Cabeza y nosotros somos los miembros, el hombre todo entero es Él y nosotros [...] La plenitud de Cristo es, pues, la Cabeza y los miembros: ¿Qué quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia».

Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia, quam assumpsit, exhibuit (“Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con la Iglesia que Él asumió”).

Caput et membra, quasi una persona mystica (“La Cabeza y los miembros, como si fueran una sola persona mística”).

Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces resume la fe de los santos doctores y expresa el buen sentido del creyente: “De Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es necesario hacer una dificultad de ello”.

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La Iglesia es la Esposa de Cristo

796. La unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del cuerpo, implica también la distinción de ambos en una relación personal. Este aspecto es expresado con frecuencia mediante la imagen del esposo y de la esposa. El tema de Cristo Esposo de la Iglesia fue preparado por los profetas y anunciado por Juan Bautista. El Señor se designó a sí mismo como “el Esposo”. El apóstol presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo, como una Esposa “desposada” con Cristo Señor para “no ser con él más que un solo Espíritu”. Ella es la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado, a la que Cristo “amó y por la que se entregó a fin de santificarla”, la que él se asoció mediante una Alianza eterna y de la que no cesa de cuidar como de su propio Cuerpo:

«He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo formado de muchos [...] Sea la cabeza la que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla. Habla en el papel de cabeza [ex persona capitis] o en el de cuerpo [ex persona corporis]. Según lo que está escrito: “Y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia.” Y el Señor mismo en el evangelio dice: “De manera que ya no son dos sino una sola carne”. Como lo habéis visto bien, hay en efecto dos personas diferentes y, no obstante, no forman más que una en el abrazo conyugal... Como cabeza él se llama “esposo” y como cuerpo “esposa”».

III. La Iglesia, Templo del Espíritu Santo

797. Quod est spiritus noster, id est anima nostra, ad membra nostra, hoc est Spiritus Sanctus ad membra Christi, ad corpus Christi, quod est Ecclesia (“Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”). “A este Espíritu de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse también el que todas las partes del cuerpo estén íntimamente unidas, tanto entre sí como con su excelsa Cabeza, puesto que está todo él en la Cabeza, todo en el Cuerpo, todo en cada uno de los miembros”. El Espíritu Santo hace de la Iglesia “el Templo del Dios vivo”:

«En efecto, es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado el “don de Dios” [...] Es en ella donde se ha depositado la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, arras de la incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escala de nuestra ascensión hacia Dios [...] Porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia».

798. El Espíritu Santo es “el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo”. Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el cuerpo en la caridad: por la Palabra de Dios, “que tiene el poder de construir el edificio”, por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo; por los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por “la gracia concedida a los apóstoles” que “entre estos dones destaca”, por las virtudes que hacen obrar según el bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas “carismas”] mediante las cuales los fieles quedan “preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia”.

Los carismas

799. Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.

800. Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los recibe, y también por todos los miembros de la Iglesia. En efecto, son una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo; los carismas constituyen tal riqueza siempre que se trate de dones que provienen verdaderamente del Espíritu Santo y que se ejerzan de modo plenamente conforme a los impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es decir, según la caridad, verdadera medida de los carismas.

801. Por esta razón aparece siempre necesario el discernimiento de carismas. Ningún carisma dispensa de la referencia y de la sumisión a los pastores de la Iglesia. “A ellos compete especialmente no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno”, a fin de que todos los carismas cooperen, en su diversidad y complementariedad, al “bien común”.

Resumen

802. “Cristo Jesús se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo”.

803. “Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido”.

804. Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. “Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios”, a fin de que, en Cristo, “los hombres constituyan una sola familia y un único Pueblo de Dios”.

805. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu y su acción en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, Cristo muerto y resucitado constituye la comunidad de los creyentes como cuerpo suyo.

806. En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros y de funciones. Todos los miembros están unidos unos a otros, particularmente a los que sufren, a los pobres y perseguidos.

807. La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza: vive de Él, en Él y por Él; Él vive con ella y en ella.

808. La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y se ha entregado por ella. La ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre fecunda de todos los hijos de Dios.

809. La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es como el alma del Cuerpo Místico, principio de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y carismas.

810. «Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido “por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”».

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Párrafo 3

LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA

811. “Esta es la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica”. Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí, indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades.

812. Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus manifestaciones históricas son signos que hablan también con claridad a la razón humana. Recuerda el Concilio Vaticano I: “La Iglesia por sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión divina a causa de su admirable propagación, de su eximia santidad, de su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, de su unidad universal y de su invicta estabilidad”.

I. La Iglesia es una

“El sagrado misterio de la unidad de la Iglesia”

813. La Iglesia es una debido a su origen: “El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas”. La Iglesia es una debido a su Fundador: “Pues el mismo Hijo encarnado [...] por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios [...] restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo”. La Iglesia es una debido a su “alma”: “El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia”. Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una:

«¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia».

814. Desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; “dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones”. La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe exhortar a “guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”.

815. ¿Cuáles son estos vínculos de la unidad? “Por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección”. Pero la unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:

–   la profesión de una misma fe recibida de los Apóstoles;

–   la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;

–   la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios.

816. “La única Iglesia de Cristo, [...] Nuestro Salvador, después de su resurrección, la entregó a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que la extendieran y la gobernaran [...]. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en [“subsistit in”] la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él”.

El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: «Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es “auxilio general de salvación”, puede alcanzarse la plenitud total de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico presidido por Pedro, para constituir un solo cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios».

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Las heridas de la unidad

817. De hecho, “en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes”. Tales rupturas que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (se distingue la herejía, la apostasía y el cisma) no se producen sin el pecado de los hombres:

Ubi peccata sunt, ibi est multitudo, ibi schismata, ibi haereses, ibi discussiones. Ubi autem virtus, ibi singularitas, ibi unio, ex quo omnium credentium erat cor unum et anima una (“Donde hay pecados, allí hay desunión, cismas, herejías, discusiones. Pero donde hay virtud, allí hay unión, de donde resultaba que todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma”).

818. Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de tales rupturas “y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación y la Iglesia católica los abraza con respeto y amor fraternos [...] justificados por la fe en el Bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia católica como hermanos en el Señor”.

819. Además, “muchos elementos de santificación y de verdad” existen fuera de los límites visibles de la Iglesia católica: “la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles”. El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y conducen a Él y de por sí impelen a “la unidad católica”.

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Hacia la unidad

820. Aquella unidad “que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia [...] creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca de día en día hasta la consumación de los tiempos”. Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión, y no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”. El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo.

821. Para responder adecuadamente a este llamamiento se exige:

–   una renovación permanente de la Iglesia en una fidelidad mayor a su vocación. Esta renovación es el alma del movimiento hacia la unidad;

–   la conversión del corazón para “llevar una vida más pura, según el Evangelio”, porque la infidelidad de los miembros al don de Cristo es la causa de las divisiones;

–   la oración en común, porque “esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual”;

–   el fraterno conocimiento recíproco;

–   la formación ecuménica de los fieles y especialmente de los sacerdotes;

–   el diálogo entre los teólogos y los encuentros entre los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades;

–   la colaboración entre cristianos en los diferentes campos de servicio a los hombres.

822. “La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores”. Pero hay que ser “conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana”. Por eso hay que poner toda la esperanza “en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo”.

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II. La Iglesia es santa

823. «La fe confiesa que la Iglesia [...] no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama “el solo santo”, amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios». La Iglesia es, pues, “el Pueblo santo de Dios”, y sus miembros son llamados “santos”.

824. La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él; por Él y en Él, ella también ha sido hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir “la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios”. En la Iglesia es en donde está depositada “la plenitud total de los medios de salvación”. Es en ella donde “conseguimos la santidad por la gracia de Dios”.

825. “La Iglesia, en efecto, ya en la tierra se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta”. En sus miembros, la santidad perfecta está todavía por alcanzar: “Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre”.

826. La caridad es el alma de la santidad a la que todos están llamados: “dirige todos los medios de santificación, los informa y los lleva a su fin”:

«Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos no le faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que el Amor solo hacía obrar a los miembros de la Iglesia, que si el Amor llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio, los Mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí que el Amor encerraba todas las vocaciones, que el Amor era todo, que abarcaba todos los tiempos y todos los lugares... en una palabra, que es eterno».

⊿ Enseñanza

827. «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha”, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación”. Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores. En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos. La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación:

La Iglesia «es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida, se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo».

828. Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores. “Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia”. En efecto, “la santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero”.

829. “La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En cambio, los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a María”: en ella, la Iglesia es ya enteramente santa.

⊿ Enseñanza

III. La Iglesia es católica

Qué quiere decir “católica”

830. La palabra “católica” significa “universal” en el sentido de “según la totalidad” o “según la integridad”. La Iglesia es católica en un doble sentido:

Es católica porque Cristo está presente en ella. “Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica”. En ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, lo que implica que ella recibe de Él “la plenitud de los medios de salvación” que Él ha querido: confesión de fe recta y completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado en la sucesión apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental, era católica el día de Pentecostés y lo será siempre hasta el día de la Parusía.

831. Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano:

«Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos [...] Este carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu».

Cada una de las Iglesias particulares es “católica”

832. “Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles, unidas a sus pastores. Estas, en el Nuevo Testamento, reciben el nombre de Iglesias [...] En ellas se reúnen los fieles por el anuncio del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor [...] En estas comunidades, aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan dispersas, está presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia una, santa, católica y apostólica”.

833. Se entiende por Iglesia particular, que es la diócesis (o la eparquía), una comunidad de fieles cristianos en comunión en la fe y en los sacramentos con su obispo ordenado en la sucesión apostólica. Estas Iglesias particulares están “formadas a imagen de la Iglesia Universal. En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única”.

834. Las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma “que preside en la caridad”. “Porque con esta Iglesia en razón de su origen más excelente debe necesariamente acomodarse toda Iglesia, es decir, los fieles de todas partes”. “En efecto, desde la venida a nosotros del Verbo encarnado, todas las Iglesias cristianas de todas partes han tenido y tienen a la gran Iglesia que está aquí [en Roma] como única base y fundamento porque, según las mismas promesas del Salvador, las puertas del infierno no han prevalecido jamás contra ella”.

835. “Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal como la suma o por decirlo así, la federación de iglesias particulares. En el pensamiento del Señor es la Iglesia, universal por vocación y por misión, la que, echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas diversas”. La rica variedad de disciplinas eclesiásticas, de ritos litúrgicos, de patrimonios teológicos y espirituales propios de las Iglesias locales “con un mismo objetivo muestra muy claramente la catolicidad de la Iglesia indivisa”.

⊿ Enseñanza

Quién pertenece a la Iglesia católica

836. “Todos los hombres, por tanto, están invitados a esta unidad católica del Pueblo de Dios [...] A esta unidad pertenecen de diversas maneras o a ella están destinados los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios”.

837. «Están plenamente incorporados a la sociedad que es la Iglesia aquellos que, teniendo el Espíritu de Cristo, aceptan íntegramente su constitución y todos los medios de salvación establecidos en ella y están unidos, dentro de su estructura visible, a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los obispos, mediante los lazos de la profesión de la fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión. No se salva, en cambio, el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a la Iglesia, pero está en el seno de la Iglesia con el “cuerpo”, pero no con el “corazón”».

838. “La Iglesia se siente unida por muchas razones con todos los que se honran con el nombre de cristianos a causa del bautismo, aunque no profesan la fe en su integridad o no conserven la unidad de la comunión bajo el sucesor de Pedro”. “Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica”. Con las Iglesias ortodoxas, esta comunión es tan profunda “que le falta muy poco para que alcance la plenitud que haría posible una celebración común de la Eucaristía del Señor”.

⊿ Enseñanza

La Iglesia y los no cristianos

839. “... Los que todavía no han recibido el Evangelio también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras”:

La relación de la Iglesia con el pueblo judío. La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al escrutar su propio misterio, descubre su vinculación con el pueblo judío “a quien Dios ha hablado primero”. A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo judío “la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de todo lo cual [...] procede Cristo según la carne”, “porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables”.

840. Por otra parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías; pues para unos, es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado, reconocido como Señor e Hijo de Dios; para los otros, es la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los tiempos, espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del rechazo de Cristo Jesús.

⊿ Enseñanza

841. Las relaciones de la Iglesia con los musulmanes. “El designio de salvación comprende también a los que reconocen al Creador. Entre ellos están, ante todo, los musulmanes, que profesan tener la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres al fin del mundo”.

⊿ Enseñanza

842. El vínculo de la Iglesia con las religiones no cristianas es, en primer lugar, el del origen y el del fin comunes del género humano:

«Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra; tienen también un único fin último, Dios, cuya providencia, testimonio de bondad y designios de salvación se extienden a todos hasta que los elegidos se unan en la Ciudad Santa».

843. La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda, “entre sombras e imágenes”, del Dios desconocido pero próximo ya que es Él quien da a todos vida, el aliento y todas las cosas y quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que puede encontrarse en las diversas religiones, “como una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida”.

844. Pero, en su comportamiento religioso, los hombres muestran también límites y errores que desfiguran en ellos la imagen de Dios:

«Con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador. Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, están expuestos a la desesperación más radical».

⊿ Enseñanza

845. El Padre quiso convocar a toda la humanidad en la Iglesia de su Hijo para reunir de nuevo a todos sus hijos que el pecado había dispersado y extraviado. La Iglesia es el lugar donde la humanidad debe volver a encontrar su unidad y su salvación. Ella es el “mundo reconciliado”. Es, además, este barco que pleno dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo (“con su velamen que es la cruz de Cristo, empujado por el Espíritu Santo, navega bien en este mundo”); según otra imagen estimada por los Padres de la Iglesia, está prefigurada por el Arca de Noé que es la única que salva del diluvio.

“Fuera de la Iglesia no hay salvación”

846. ¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo:

El santo Sínodo [...] «basado en la sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el Bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella».

847. Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia:

«Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna».

848. «Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, “sin la que es imposible agradarle”, a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar».

⊿ Enseñanza

La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia

849. El mandato misionero. «La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser “sacramento universal de salvación”, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres»: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

850. El origen y la finalidad de la misión. El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la Santísima Trinidad: “La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre”. El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor.

851. El motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: “porque el amor de Cristo nos apremia...”. En efecto, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”. Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.

852. Los caminos de la misión. “El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial”. Él es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres; “impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo: esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección”. Es así como la “sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

⊿ Enseñanza

853. Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también “hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio”. Sólo avanzando por el camino “de la conversión y la renovación” y “por el estrecho sendero de la cruz” es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo. En efecto, “como Cristo realizó la obra de la redención en la pobreza y en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación”.

854. Por su propia misión, “la Iglesia [...] avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios”. El esfuerzo misionero exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los pueblos y a los grupos que aún no creen en Cristo, continúa con el establecimiento de comunidades cristianas, “signo de la presencia de Dios en el mundo”, y en la fundación de Iglesias locales; se implica en un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos; en este proceso no faltarán también los fracasos. “En cuanto se refiere a los hombres, grupos y pueblos, solamente de forma gradual los toca y los penetra y de este modo los incorpora a la plenitud católica”.

855. La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia la unidad de los cristianos. En efecto, “las divisiones entre los cristianos son un obstáculo para que la Iglesia lleve a cabo la plenitud de la catolicidad que le es propia en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión. Incluso se hace más difícil para la propia Iglesia expresar la plenitud de la catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad misma de la vida”.

856. La tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio. Los creyentes pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo aprendiendo a conocer mejor “cuanto [...] de verdad y de gracia se encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta presencia de Dios”. Si ellos anuncian la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos, y para purificarlos del error y del mal “para gloria de Dios, confusión del diablo y felicidad del hombre”.

⊿ Enseñanza

IV. La Iglesia es apostólica

857. La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:

–   fue y permanece edificada sobre “el fundamento de los Apóstoles”, testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo.

–   guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles.

–   sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, “al que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia”:

«Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio.

La misión de los Apóstoles

858. Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, “llamó a los que él quiso [...] y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. Desde entonces, serán sus “enviados” [es lo que significa la palabra griega apóstoloi]. En ellos continúa su propia misión: “Como el Padre me envió, también yo os envío”. Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe”, dice a los Doce.

859. Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como “el Hijo no puede hacer nada por su cuenta”, sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como “ministros de una nueva alianza”, “ministros de Dios”, “embajadores de Cristo”, “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”.

860. En el encargo dado a los Apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos. “Esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los Apóstoles se preocuparon de instituir [...] sucesores”.

⊿ Enseñanza

Los obispos sucesores de los Apóstoles

861. “Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, [los Apóstoles] encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio”.

862. “Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden sagrado de los obispos”. Por eso, la Iglesia enseña que “por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió”.

⊿ Enseñanza

El apostolado

863. Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es “enviada” al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. “La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado”. Se llama “apostolado” a “toda la actividad del Cuerpo Místico” que tiende a “propagar el Reino de Cristo por toda la tierra”.

864. “Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia”, es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo. Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, “siempre es como el alma de todo apostolado”.

865. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos “el Reino de los cielos”, “el Reino de Dios”, que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hechos en él “santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor”, serán reunidos como el único Pueblo de Dios, “la Esposa del Cordero”, “la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios”; y “la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero”.

Resumen

866. La Iglesia es una: tiene un solo Señor; confiesa una sola fe, nace de un solo Bautismo, no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orientado a una única esperanza a cuyo término se superarán todas las divisiones.

867. La Iglesia es santa: Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es “ex maculatis immaculata” (“inmaculada aunque compuesta de pecadores”). En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.

868. La Iglesia es católica: Anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada a todos los pueblos; se dirige a todos los hombres; abarca todos los tiempos; “es, por su propia naturaleza, misionera”.

869. La Iglesia es apostólica: Está edificada sobre sólidos cimientos: los doce Apóstoles del Cordero; es indestructible; se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás Apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos.

870. “La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica [...] subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, aunque sin duda, fuera de su estructura visible, pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad”.

⊿ Enseñanza

Párrafo 4

LOS FIELES DE CRISTO: JERARQUÍA, LAICOS, VIDA CONSAGRADA

871. “Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo”.

872. “Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo”.

873. Las mismas diferencias que el Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misión. Porque “hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión. A los apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. Pero también los laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios”. En fin, “en esos dos grupos [jerarquía y laicos] hay fieles que por la profesión de los consejos evangélicos [...] se consagran a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según la manera peculiar que les es propia”.

⊿ Enseñanza

I. La constitución jerárquica de la Iglesia

Razón del ministerio eclesial

874. El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad:

«Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios [...] lleguen a la salvación».

875. “¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído?, ¿cómo oirán sin que se les predique? y ¿cómo predicarán si no son enviados?”. Nadie, ningún individuo ni ninguna comunidad, puede anunciarse a sí mismo el Evangelio. “La fe viene de la predicación”. Nadie se puede dar a sí mismo el mandato ni la misión de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De Él los obispos y los presbíteros reciben la misión y la facultad (el “poder sagrado”) de actuar in persona Christi Capitis, los diáconos las fuerzas para servir al pueblo de Dios en la “diaconía” de la liturgia, de la palabra y de la caridad, en comunión con el obispo y su presbiterio. Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama “sacramento”. El ministerio de la Iglesia se confiere por medio de un sacramento específico.

876. El carácter de servicio del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado a la naturaleza sacramental. En efecto, enteramente dependiente de Cristo que da misión y autoridad, los ministros son verdaderamente “siervos de Cristo”, a imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros “la forma de siervo”. Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos de todos.

⊿ Enseñanza

877. De igual modo es propio de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener un carácter colegial. En efecto, desde el comienzo de su ministerio, el Señor Jesús instituyó a los Doce, “semilla del Nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada”. Elegidos juntos, también fueron enviados juntos, y su unidad fraterna estará al servicio de la comunión fraterna de todos los fieles; será como un reflejo y un testimonio de la comunión de las Personas divinas. Por eso, todo obispo ejerce su ministerio en el seno del colegio episcopal, en comunión con el obispo de Roma, sucesor de san Pedro y cabeza del colegio; los presbíteros ejercen su ministerio en el seno del presbiterio de la diócesis, bajo la dirección de su obispo.

878. Por último, es propio también de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener carácter personal. Cuando los ministros de Cristo actúan en comunión, actúan siempre también de manera personal. Cada uno ha sido llamado personalmente para ser, en la misión común, testigo personal, que es personalmente portador de la responsabilidad ante Aquel que da la misión, que actúa “in persona Christi” y en favor de personas: “Yo te bautizo en el nombre del Padre...”; “Yo te perdono...”.

879. El ministerio sacramental en la Iglesia es, pues, un servicio colegial y personal a la vez, ejercido en nombre de Cristo. Esto se verifica en los vínculos entre el colegio episcopal y su cabeza, el sucesor de san Pedro, y en la relación entre la responsabilidad pastoral del obispo en su Iglesia particular y la común solicitud del colegio episcopal hacia la Iglesia universal.

⊿ Enseñanza

El colegio episcopal y su cabeza, el Papa

880. Cristo, al instituir a los Doce, “formó una especie de colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él”. “Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles”.

881. El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella; lo instituyó pastor de todo el rebaño. “Consta que también el colegio de los apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro”. Este oficio pastoral de Pedro y de los demás Apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.

⊿ Enseñanza

882. El Sumo Pontífice, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles”. “El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad”.

883. “El colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le considera junto con el Romano Pontífice [...] como Cabeza del mismo”. Como tal, este colegio es “también sujeto de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia” que “no se puede ejercer a no ser con el consentimiento del Romano Pontífice”.

884. “La potestad del colegio de los Obispos sobre toda la Iglesia se ejerce de modo solemne en el Concilio Ecuménico”. “No existe Concilio Ecuménico si el sucesor de Pedro no lo ha aprobado o al menos aceptado como tal”.

885. “Este colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la universalidad del Pueblo de Dios; en cuanto reunido bajo una única cabeza, expresa la unidad del rebaño de Dios”.

886. “Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares”. Como tales ejercen “su gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que le ha sido confiada”, asistidos por los presbíteros y los diáconos. Pero, como miembros del colegio episcopal, cada uno de ellos participa de la solicitud por todas las Iglesias, que ejercen primeramente “dirigiendo bien su propia Iglesia, como porción de la Iglesia universal”, contribuyen eficazmente “al Bien de todo el Cuerpo místico que es también el Cuerpo de las Iglesias”. Esta solicitud se extenderá particularmente a los pobres, a los perseguidos por la fe y a los misioneros que trabajan por toda la tierra.

887. Las Iglesias particulares vecinas y de cultura homogénea forman provincias eclesiásticas o conjuntos más vastos llamados patriarcados o regiones. Los obispos de estos territorios pueden reunirse en sínodos o concilios provinciales. “De igual manera, hoy día, las Conferencias Episcopales pueden prestar una ayuda múltiple y fecunda para que el afecto colegial se traduzca concretamente en la práctica”.

⊿ Enseñanza

La misión de enseñar

888. Los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, “tienen como primer deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios”, según la orden del Señor. Son “los heraldos del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo”.

889. Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del “sentido sobrenatural de la fe”, el Pueblo de Dios “se une indefectiblemente a la fe”, bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia.

890. La misión del Magisterio está ligada al carácter definitivo de la Alianza instaurada por Dios en Cristo con su Pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica. El oficio pastoral del Magisterio está dirigido, así, a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera. Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con el carisma de infalibilidad en materia de fe y de costumbres. El ejercicio de este carisma puede revestir varias modalidades:

⊿ Enseñanza

891. “El Romano Pontífice, cabeza del colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral [...] La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro”, sobre todo en un Concilio Ecuménico. Cuando la Iglesia propone por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar “como revelado por Dios para ser creído” y como enseñanza de Cristo, “hay que aceptar sus definiciones con la obediencia de la fe”. Esta infalibilidad abarca todo el depósito de la Revelación divina.

892. La asistencia divina es también concedida a los sucesores de los apóstoles, cuando enseñan en comunión con el sucesor de Pedro (y, de una manera particular, al obispo de Roma, Pastor de toda la Iglesia), aunque, sin llegar a una definición infalible y sin pronunciarse de una “manera definitiva”, proponen, en el ejercicio del magisterio ordinario, una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación en materia de fe y de costumbres. A esta enseñanza ordinaria, los fieles deben “adherirse con espíritu de obediencia religiosa” que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él.

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La misión de santificar

893. El obispo “es el administrador de la gracia del sumo sacerdocio”, en particular en la Eucaristía que él mismo ofrece, o cuya oblación asegura por medio de los presbíteros, sus colaboradores. Porque la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo y los presbíteros santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La santifican con su ejemplo, “no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey”. Así es como llegan “a la vida eterna junto con el rebaño que les fue confiado”.

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La misión de gobernar

894. “Los obispos, como vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que se les han confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y con ejemplos, sino también con su autoridad y potestad sagrada “, que deben, no obstante, ejercer para edificar con espíritu de servicio que es el de su Maestro.

895. “Esta potestad, que desempeñan personalmente en nombre de Cristo, es propia, ordinaria e inmediata. Su ejercicio, sin embargo, está regulado en último término por la suprema autoridad de la Iglesia”. Pero no se debe considerar a los obispos como vicarios del Romano Pontífice, cuya autoridad ordinaria e inmediata sobre toda la Iglesia no anula la de ellos, sino que, al contrario, la confirma y tutela. Esta autoridad debe ejercerse en comunión con toda la Iglesia bajo la guía del Romano Pontífice.

896. El Buen Pastor será el modelo y la “forma” de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias debilidades, el obispo “puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar a sus súbditos, a a los que cuida como verdaderos hijos [...] Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre”:

«Obedeced todos al obispo como Jesucristo a su Padre, y al presbiterio como a los Apóstoles; en cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia

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II. Los fieles cristianos laicos

897. “Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan a su manera de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”.

La vocación de los laicos

898. “Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios [...] A ellos de manera especial corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor”.

899. La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento normal de la vida de la Iglesia:

«Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Romano Pontífice, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia».

900. Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del Bautismo y de la Confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia.

⊿ Enseñanza

La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo

901. “Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios”.

902. De manera particular, los padres participan de la misión de santificación “impregnando de espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos”.

903. Los laicos, si tienen las cualidades requeridas, pueden ser admitidos de manera estable a los ministerios de lectores y de acólito. “Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el Bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho”.

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Su participación en la misión profética de Cristo

904. “Cristo [...] realiza su función profética no sólo a través de la jerarquía [...] sino también por medio de los laicos. Él los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra”.

«Enseñar a alguien [...] para traerlo a la fe [...] es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente.

905. Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con “el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra”. En los laicos, “esta evangelización [...] adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo”:

«Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes [...] como a los fieles».

906. Los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello también pueden prestar su colaboración en la formación catequética, en la enseñanza de las ciencias sagradas, en los medios de comunicación social.

907. “Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”.

⊿ Enseñanza

Su participación en la misión real de Cristo

908. Por su obediencia hasta la muerte, Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad regia, “para que vencieran en sí mismos, con la propia renuncia y una vida santa, al reino del pecado”:

«El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las pasiones es dueño de sí mismo: se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; es libre e independiente y no se deja cautivar por una esclavitud culpable».

909. “Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas”.

⊿ Enseñanza

910. “Los seglares [...] también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles”.

911. En la Iglesia, en el ejercicio de la potestad de régimen “los fieles laicos pueden cooperar a tenor del derecho”. Así, con su presencia en los concilios particulares, los sínodos diocesanos, los consejos pastorales; en el ejercicio de la tarea pastoral de una parroquia; la colaboración en los consejos de los asuntos económicos; la participación en los tribunales eclesiásticos, etc.

912. Los fieles han de “aprender a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse en integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios”.

913. “Así, todo laico, por el simple hecho de haber recibido sus dones, es a la vez testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma `según la medida del don de Cristo'”.

⊿ Enseñanza

III. La vida consagrada

914. “El estado de vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura de la Iglesia, pertenece, sin embargo, sin discusión a su vida y a su santidad”.

Consejos evangélicos, vida consagrada

915. Los consejos evangélicos están propuestos en su multiplicidad a todos los discípulos de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la “vida consagrada” a Dios.

916. El estado de vida consagrada aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una consagración “más íntima” que tiene su raíz en el Bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro.

⊿ Enseñanza

Un gran árbol, múltiples ramas

917. “El resultado ha sido una especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto, diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo el Cuerpo de Cristo”.

918. “Desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y mujeres que intentaron, con la práctica de los consejos evangélicos, seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo más de cerca. Cada uno a su manera, vivió entregado a Dios. Muchos, por inspiración del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas, que la Iglesia reconoció y aprobó gustosa con su autoridad”.

919. Los obispos se esforzarán siempre en discernir los nuevos dones de vida consagrada confiados por el Espíritu Santo a su Iglesia; la aprobación de nuevas formas de vida consagrada está reservada a la Sede Apostólica.

⊿ Enseñanza

La vida eremítica

920. Sin profesar siempre públicamente los tres consejos evangélicos, los ermitaños, “con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y salvación del mundo”.

921. Los eremitas presentan a los demás ese aspecto interior del misterio de la Iglesia que es la intimidad personal con Cristo. Oculta a los ojos de los hombres, la vida del eremita es predicación silenciosa de Aquel a quien ha entregado su vida, porque Él es todo para él. En este caso se trata de un llamamiento particular a encontrar en el desierto, en el combate espiritual, la gloria del Crucificado.

⊿ Enseñanza

Las vírgenes y las viudas consagradas

922. Desde los tiempos apostólicos, vírgenes y viudas cristianas llamadas por el Señor para consagrarse a Él enteramente con una libertad mayor de corazón, de cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad o de castidad perpetua “a causa del Reino de los cielos”.

923. “Formulando el propósito santo de seguir más de cerca a Cristo, [las vírgenes] son consagradas a Dios por el obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia”. Por medio este rito solemne (Consecratio virginum, Consagración de vírgenes), “la virgen es constituida en persona consagrada” como “signo transcendente del amor de la Iglesia hacia Cristo, imagen escatológica de esta Esposa del Cielo y de la vida futura”.

924. “Semejante a otras formas de vida consagrada”, el orden de las vírgenes sitúa a la mujer que vive en el mundo (o a la monja) en el ejercicio de la oración, de la penitencia, del servicio a los hermanos y del trabajo apostólico, según el estado y los carismas respectivos ofrecidos a cada una. Las vírgenes consagradas pueden asociarse para guardar su propósito con mayor fidelidad.

⊿ Enseñanza

La vida religiosa

925. Nacida en Oriente en los primeros siglos del cristianismo y vivida en los institutos canónicamente erigidos por la Iglesia, la vida religiosa se distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia.

926. La vida religiosa nace del misterio de la Iglesia. Es un don que la Iglesia recibe de su Señor y que ofrece como un estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la profesión de los consejos. Así la Iglesia puede a la vez manifestar a Cristo y reconocerse como Esposa del Salvador. La vida religiosa está invitada a significar, bajo estas diversas formas, la caridad misma de Dios, en el lenguaje de nuestro tiempo.

927. Todos los religiosos, exentos o no, se encuentran entre los colaboradores del obispo diocesano en su misión pastoral. La implantación y la expansión misionera de la Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas “desde el período de implantación de la Iglesia”. “La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en la propagación de la fe y en la formación de las nuevas Iglesias: desde las antiguas instituciones monásticas, las órdenes medievales y hasta las congregaciones modernas”.

⊿ Enseñanza

Los institutos seculares

928. “Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él”.

929. Por medio de una “vida perfectamente y enteramente consagrada a [esta] santificación”, los miembros de estos institutos participan en la tarea de evangelización de la Iglesia, “en el mundo y desde el mundo mismo”, donde su presencia obra a la manera de un “fermento”. Su testimonio de vida cristiana mira a ordenar según Dios las realidades temporales y a penetrar el mundo con la fuerza del Evangelio. Mediante vínculos sagrados, asumen los consejos evangélicos y observan entre sí la comunión y la fraternidad propias de su modo de vida secular.

Las sociedades de vida apostólica

930. Junto a las diversas formas de vida consagrada se encuentran “las sociedades de vida apostólica, cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de las constituciones. Entre éstas, existen sociedades cuyos miembros abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo determinado por las constituciones”.

⊿ Enseñanza

Consagración y misión: anunciar al Rey que viene

931. Aquel que por el Bautismo fue consagrado a Dios, entregándose a Él como al sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más íntimamente al servicio divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado de consagración a Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el Espíritu Santo obra en ella de modo admirable. Por tanto, los que profesan los consejos evangélicos tienen como primera misión vivir su consagración. Pero “ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misionera, según el modo propio de su instituto”.

932. En la Iglesia que es como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la vida de Dios, la vida consagrada aparece como un signo particular del misterio de la Redención. Seguir e imitar a Cristo “desde más cerca”, manifestar “más claramente” su anonadamiento, es encontrarse “más profundamente” presente, en el corazón de Cristo, con sus contemporáneos. Porque los que siguen este camino “más estrecho” estimulan con su ejemplo a sus hermanos; les dan este testimonio admirable de “que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios”.

933. Sea público este testimonio, como en el estado religioso, o más discreto, o incluso secreto, la venida de Cristo es siempre para todos los consagrados el origen y la meta de su vida:

«El Pueblo de Dios, en efecto, no tiene aquí una ciudad permanente, sino que busca la futura. Por eso el estado religioso [...] manifiesta también mucho mejor a todos los creyentes los bienes del cielo, ya presentes en este mundo. También da testimonio de la vida nueva y eterna adquirida por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección futura y la gloria del Reino de los cielos».

Resumen

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