El Santo Vía Crucis en la Divina Voluntad
Con meditaciones tomadas del libro “Las horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo” de Luisa Piccarreta, el cual fue examinado y aprobado por San Aníbal María di Francia y cuenta con el Imprimátur del Monseñor Giuseppe M. Leo, Arzobispo de Trani, Italia. (El Imprimátur es la declaración oficial por parte de la jerarquía de la Iglesia Católica de que una obra literaria o similar está libre de error en materia de doctrina y moral católica, y por lo tanto se autoriza su lectura para los fieles católicos.)
† En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Soy nada, Dios es todo.
Jesús mío, Te amo. Ven, Divina Voluntad, a orar en mí y luego ofrece esta oración a Ti mismo como mía, para darte satisfacción por las oraciones de todos, y para dar al Padre la gloria que todas las criaturas deberían darle.
(Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine para hacer buen un examen de conciencia y también pidamos el don del arrepentimiento por haber ofendido a Dios.)
Acto de contrición en la Divina Voluntad
Dios mío, perdóname; yo tuve la osadía de ofenderte y de rebelarme contra Ti, en el instante mismo en que Tú me amabas.
Me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido.
Te ruego, Te suplico me concedas tu amargura, a fin de poder dolerme con ese mismo dolor con el que Tú Te doliste por mis pecados, dolor tan grande e intenso que Te hizo sudar Sangre.
Madre mía del Cielo, alcánzame de Jesús el suspirado perdón. Yo propongo y prometo, del modo más enérgico y absoluto, no pecar ya nunca más. Amén.
Oración Inicial
Oh Jesús, ya que el amor que nos tienes te ha movido a despojarte de tu gloria y de tu dignidad Divina, cambiándolas con la horrible miseria del hombre, y que siendo el Cordero Inmaculado, el Inocentísimo, el Santo de los Santos, has querido vestirte de todos los pecados de los hombres y has querido sepultar en tu adorable humanidad los océanos de amargura, de dolor y de muerte generados por las voluntades humanas: te suplico que me admitas, en compañía de María Santísima a la dolorosa contemplación de tu Santo Vía Crucis en el que diste cumplimiento a tu amarguísima pasión.
Quiero sellar con tu mismo amor cada uno de tus dolores, cada gota de Sangre, cada desgarre de tu alma, cada una de tus muertes místicas, para decirte con María Santísima y a nombre de todas las criaturas: ¡Jesús Mío, Dulcísimo Redentor, te amo, te bendigo, te doy gracias, te adoro!. Amén.
†
1ª Estación
Jesús es condenado a muerte
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Pilato en voz alta dice: «¡He aquí al Hombre! ¡Mírenlo, ya no tiene aspecto de hombre! ¡Observen sus llagas: ya no se le reconoce! Si ha hecho mal, ya ha sufrido bastante, mejor dicho, demasiado; yo ya estoy arrepentido de haberlo hecho sufrir tanto; por eso, pongámoslo en libertad».
Jesús, Amor mío, déjame que te sostenga, pues veo que vacilas al no poder mantenerte de pie bajo el peso de tantas penas. ¡Ah, en este momento solemne se va a decidir tu suerte! Inmediatamente después de las palabras dichas por Pilato, se hace un profundo silencio en el cielo, en la tierra y en el infierno; y luego, como a una sola voz, oigo el grito de todos:
«¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Lo queremos muerto a cualquier costo!».
Vida mía, Jesús, veo que estás temblando. El grito de muerte, penetra hasta lo más profundo de tu Corazón, y en estas voces percibes la voz de tu amado Padre que dice:
«¡Hijo mío, te quiero muerto y muerto crucificado!».
¡Ah!, oyes también a tu querida Madre, que, aunque llena de dolor y desolada, hace eco, a tu amado Padre:
«¡Hijo, te quiero muerto!».
Los ángeles y los santos, como también el infierno, gritan todos a una voz:
«¡Crucifícalo, Crucifícalo!».
De manera que no hay quien te quiera vivo. Y, ¡ay de mí! Lleno de vergüenza, de dolor y de asombro, también yo me veo forzado por una fuerza suprema a gritar:
«¡Crucifícalo!».
Jesús mío, perdóname si yo también, miserable alma pecadora, te quiero muerto, pero te suplico que me hagas morir junto contigo.
Y entre tanto tú, destrozado Jesús mío, movido por mi dolor, parece que me dices:
«Hijo mío, estréchate a mi Corazón y toma parte en mis penas y en mis reparaciones. El momento es solemne: se debe decidir entre mi muerte y la muerte de todas las criaturas. En este momento dos corrientes desembocan en mi Corazón: en una están todas las almas que si me quieren muerto, es porque quieren hallar en mí la vida y aceptando yo la muerte por ellas, son absueltas de la condenación eterna y las puertas del cielo se abren para recibirlas; en la otra corriente están las almas que me quieren muerto por odio y para confirmar su condena, por lo que mi Corazón queda destrozado y siente la muerte de cada una de ellas y hasta las mismas penas del infierno».
«Mi Corazón no soporta estos dolores tan amargos; siento la muerte en cada latido, en cada respiro, y me repito una y otra vez: ¿Por qué tanta sangre será derramada en vano? ¿Por qué mis penas serán inútiles para tantos?».
«¡Ah, hijo mío, sostenme que ya no puedo más! Toma parte en mis penas y que tu vida sea una continua ofrenda para salvar almas y para mitigar mis penas tan desgarradoras».
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
2ª Estación
Jesús carga con la Cruz
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Oh Jesús mío, veo que tus enemigos te empujan por la escalera; la multitud te espera con ansia y furor; hacen que encuentres ya preparada la cruz que con tantos suspiros buscas, la miras con amor, y con paso decidido te acercas a ella para abrazarla. Pero antes la besas y sientes como un escalofrío de alegría por toda tu santísima humanidad, y con un gozo supremo, vuelves a mirarla y mides su longitud y su anchura; en ella estableces ya una porción para todas las criaturas y les das la dote suficiente para vincularlas a la Divinidad con el vínculo nupcial y para hacerlas herederas del Reino de los Cielos. Y luego, no pudiendo contener tu amor por las criaturas, vuelves a besar la cruz y le dices:
«¡Cruz adorada, finalmente te abrazo! Tú eras el suspiro de mi Corazón, el martirio de mi amor; pero tú, oh cruz, has tardado tanto, mientras que mis pasos siempre hacia ti se dirigían. Cruz santa, tú eras la meta de mis deseos, la finalidad de mi existencia sobre la tierra. En ti yo concentro todo mi ser, en ti pongo a todos mis hijos, tú serás su vida, su luz, su defensa, tú serás quien me los cuide y les des fuerza, tú los sostendrás en todo y me los conducirás gloriosos al cielo. ¡Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la verdadera santidad, tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los santos! Cruz hermosa, tú eres mi trono, y teniendo yo que abandonar la tierra, te quedarás tú en mi lugar; a ti te doy como dote a todas las almas. ¡Cuídamelas, sálvamelas, a ti te las confío!».
¡Ah, Amor mío, no me animo a dejarte solo!; quiero dividir contigo el peso de la cruz, y para darte alivio por el peso de tantas culpas, me estrecho a tus pies. Quiero darte a nombre de todas las criaturas amor por quien no te ama; alabanzas por quien te desprecia; bendiciones, gratitud y obediencia por todos. Es mi intención solemne ofrecerte todo mi ser en reparación por cualquier ofensa que recibas, hacer el acto opuesto a las ofensas que las criaturas te hagan y consolarte con mis besos y mis continuos actos de amor.
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
3ª Estación
Jesús cae por primera vez
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Es tanto tu dolor, que sientes que el peso de la cruz te aplasta. Apenas has dado los primeros pasos y ya caes bajo su peso y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan todavía más en tu cabeza, mientras que todas tus heridas se te vuelven a abrir y empiezan a sangrar de nuevo; y no teniendo fuerzas para levantarte, tus enemigos, irritados, a puntapiés y a empujones tratan de ponerte de pie.
Caído Amor mío, déjame ayudarte a ponerte de pie, déjame que te bese, que te limpie la sangre y que repare junto contigo por quienes pecan por ignorancia, por fragilidad y por debilidad, y te suplico que ayudes a estas almas.
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
4ª Estación
Jesús encuentra a su Madre
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Vida mía, Jesús, tus enemigos, haciéndote sufrir penas inauditas, han logrado ponerte de pie y mientras vacilante caminas, siento tus afanosos respiros; tu Corazón late con más fuerza y nuevas penas lo traspasan cruelmente; sacudes la cabeza para liberar tus ojos de la sangre que los cubre y buscas con ansiedad... ¡Ah, Jesús mío, ahora comprendo todo! Es tu Madre, que cual paloma herida te está buscando. Quiere decirte su última palabra y recibir tu última mirada; tú sientes sus penas, su Corazón lacerado en el tuyo, enternecido y herido por el amor mutuo. La encuentras abriéndose paso a través del gentío queriendo a toda costa verte, abrazarte y decirte por última vez: «Adiós». Pero tú quedas aún más adolorido al ver su palidez mortal y todas tus penas reproducidas en ella por la fuerza del amor. Si ella sigue con vida es solamente por un milagro de tu omnipotencia divina. Diriges tus pasos hacia ella, pero a duras penas pueden cruzarse la mirada.
¡Oh dolor del Corazón de ambos! Los soldados se han dado cuenta y a golpes y empujones impiden que Madre e Hijo se despidan por última vez.
Penante Jesús mío, yo también me uno a tu dolorosa Madre; hago mías todas tus penas y en cada gota de tu sangre, en cada llaga, quiero serte madre y junto contigo y con tu Madre quiero reparar por todos los encuentros peligrosos y por quienes se exponen a las ocasiones de pecado o que forzados a exponerse por necesidad quedan atrapados por el pecado.
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
5ª Estación
Jesús es ayudado por el Cireneo
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Tus enemigos, por temor a que mueras bajo la cruz, obligan al Cireneo a ayudarte a llevar la cruz y él te ayuda, pero de mala gana y a regañadientes, no por amor, sino por la fuerza. Entonces, en tu Corazón hacen eco todos los lamentos de quienes sufren las faltas de resignación, las rebeliones, los enojos y los desprecios en el sufrir. Pero quedas mucho más adolorido al ver que las almas consagradas a ti, cuando las llamas para que te acompañen y te ayuden en tu dolor, huyen de ti; y si tú con el dolor las quieres estrechar a ti, ¡ah!, ellas se zafan de tus brazos para ir en busca de placeres, dejándote así sufriendo solo.
Jesús mío, mientras reparo contigo, te ruego que me estreches entre tus brazos tan fuertemente, que no llegue a haber ninguna pena que tú sufras en la que yo no tome parte, para transformarme en ellas y para compensarte por el abandono de todas las criaturas.
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
6ª Estación
Verónica limpia el rostro de Jesús
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Quebrantado Jesús mío, a duras penas caminas encorvado totalmente. Pero te detienes y buscas con la mirada. Corazón mío, ¿qué pasa, qué quieres? ¡Ah!, es Verónica, que valientemente, sin ningún temor, enjuga con un paño tu rostro cubierto totalmente de sangre, y tú se lo dejas impreso en señal de gratitud.
Generoso Jesús mío, también yo quiero enjugarte, y no con un paño, sino que quiero ofrecerte todo mi ser para darte alivio; quiero entrar en tu interior, ¡oh Jesús!, y darte latidos por latidos, respiros por respiros, afectos por afectos, deseos por deseos; quiero arrojarme en tu santísima inteligencia y haciendo correr todos esos latidos, respiros, afectos y deseos en la inmensidad de tu Voluntad, quiero multiplicarlos al infinito.
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
7ª Estación
Jesús cae por segunda vez
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Tu Madre queda petrificada por el dolor y está a punto de desvanecerse; el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen, mientras que tú vuelves a caer bajo la cruz. Y entonces, tu dolorosa Madre, lo que no puede hacer con el cuerpo al verse imposibilitada, lo hace con el alma. Entra dentro de ti, hace suya la Voluntad Divina del Padre y asociándose a todas tus penas, hace su oficio de Madre: te besa, te repara, te cura y derrama sobre todas tus llagas el bálsamo de su doloroso amor.
Y tú, mientras tanto, gimes caído bajo la cruz. Los soldados temen que vayas a morir bajo el peso de tantos tormentos y por la pérdida de tanta sangre; es por eso que a fuerza de latigazos y puntapiés tratan de ponerte de pie a duras penas. De este modo reparas las repetidas caídas en el pecado, los pecados graves cometidos por toda clase de personas y ruegas por los pecadores obstinados, llorando con lágrimas de sangre por su conversión.
Quebrantado Amor mío, mientras te sigo en tus reparaciones, veo que ya no puedes sostenerte de pie bajo el peso enorme de la cruz. Tiemblas de pies a cabeza; las espinas penetran cada vez más en tú santísima cabeza por los continuos golpes que recibes; la cruz, por su peso tan grave, va penetrando en tu hombro formando una llaga tan profunda que te descubre los huesos; y a cada paso que das me parece que mueres, por lo que te ves imposibilitado a seguir adelante. Pero tu Amor, que todo lo puede, te da fuerzas, y al sentir que la cruz va penetrando en tu hombro, reparas por los pecados ocultos, que por no ser reparados acrecientan la crudeza de tus dolores. Jesús mío, deja que ponga mi hombro bajo la cruz para darte alivio y para que repare contigo por todos los pecados ocultos.
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
8ª Estación
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Otros pocos pasos y te vuelves a detener. Tu amor, bajo el peso de tantas penas, no se detiene y viendo a las mujeres piadosas que lloran a causa de tus penas, te olvidas de ti mismo y las consuelas, diciéndoles:
«¡Hijas, no lloréis por mis penas, sino por vuestros pecados y por los de vuestros hijos!».
¡Qué sublime enseñanza! ¡Qué dulce es tu palabra! ¡Oh Jesús!, reparo junto contigo todas las faltas de caridad y te pido que me concedas la gracia de olvidarme de mí mismo, para que no me acuerde sino de ti solamente.
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
9ª Estación
Jesús cae por tercera vez
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Tus enemigos, al oírte hablar se ponen furiosos y te jalan de las cuerdas y te empujan con tanta rabia, que te hacen caer y cayendo te golpeas en las piedras; el peso de la cruz te tortura y tú te sientes morir. Déjame que te sostenga y que proteja con mis manos tu santísimo rostro. Veo que tocas la tierra y estás agonizando en tu propia sangre; pero tus enemigos te quieren poner de pie jalándote de las cuerdas, levantándote por los cabellos, dándote de puntapiés..., pero todo es en vano. ¡Te estás muriendo, oh Jesús mío! ¡Qué pena! ¡Se me rompe el corazón por el dolor! Casi arrastrándote, te llevan al monte Calvario; y mientras te arrastran, siento que reparas por todas las ofensas de las almas consagradas a ti, que te dan tanto peso, que por más que te esfuerzas para levantarte, te resulta imposible...
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
10ª Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
— Te adoramos, Cristo y te bendecimos:
— Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Y aquí te esperan nuevos dolores. Te vuelven a desvestir arrancándote de nuevo tus vestiduras junto con la corona de espinas. ¡Ah!, tú gimes al sentir que te arrancan de la cabeza las espinas; y al arrancarte tus ropas, te arrancan también tus carnes laceradas que se encuentran pegadas a ellas. Tus llagas se vuelven a abrir, la sangre diluvia corriendo hasta el suelo y es tan grande tu dolor, que casi muerto, caes. Pero nadie se mueve a compasión por ti, mi Bien. Al contrario, con rabia bestial te ponen de nuevo la corona de espinas a fuerza de golpes; y es tan insoportable tanto dolor por las laceraciones y por los cabellos que pegados a tu sangre coagulada te han arrancado, que solamente los ángeles podrían decir todo lo que sufres, mientras que ellos horrorizados y llorando retiran sus miradas celestiales.
Desnudado Jesús mío, déjame que te estreche a mi corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un sudor mortal friísimo invade toda tu santísima humanidad. ¡Cuánto quisiera darte mi vida y mi sangre para sustituir la tuya que has perdido para darme vida!
Desnudado Bien mío, mientras reparo contigo, te suplico que con tus santísimas manos me despojes de todo y que no permitas que ningún afecto malo entre en mi corazón; vigílamelo, rodéalo con tus penas y llénalo con tu amor. Haz que mi vida no sea más que la repetición de tu vida y confirma este despojo con tu bendición.
— ¡Ven Divina Voluntad!
— ¡Ven a reinar en nosotros!
†
11ª Estación